'Medice, cura te ipsum!’

La enseñanza de la medicina es la más cara y compleja de todas. No solo es difícil encontrar docentes, sino que hacen falta costosos laboratorios y hospitales universitarios. Aunque la cifra no está bien cuantificada, el coste total de la formación de un médico-especialista podría superar los 250.000 euros. Sin embargo, España es el país europeo con más facultades de medicina (41): 32 públicas, 8 privadas (2 en Castellón de la Plana) y una militar. Gran Bretaña tiene 32; Francia, 34; Alemania, 38; e Italia, 37. Desde 2006 el número de alumnos ha crecido casi un 60%, de 4.500 a 7.000. Y, además, entre 2000 y 2010, se convalidaron casi 44.000 títulos de medicina foráneos. Grosso modo, en el último decenio el número de títulos de medicina expedidos en España ha igualado al de convalidados a extranjeros.

Pero, mientras todo parece harina en la formación de pregrado, en la de posgrado solo hay mohína. Un año por otro, emigraban por falta de oportunidades un millar de nuestros flamantes especialistas; tendencia que va en aumento. Previsiblemente, 2012 finalice con más de 2.150 solicitudes de certificados de idoneidad, requeridos para ejercer en el extranjero, frente a los 1.400 despachados en 2011. Además, en 2013 el programa MIR ofertará 200 plazas menos por falta de financiación autonómica, el doble de las ya inhabilitadas en 2012.

La organización de la Sanidad y de la formación médica, junto al hecho insólito de que España no cuente con un registro de profesionales sanitarios, dificulta saber cuántos alumnos deberían iniciar los estudios de medicina, cuántos sanitarios trabajan en dos comunidades (y ¡cobran dos sueldos públicos!), cuántos especialistas hay o cuántos se van a necesitar. Algunos ven esto como un simple asunto de mercado, de oferta y demanda, donde no debe intervenirse. Pero resulta que “los poderes públicos” por mandato constitucional (art. 43.2) tienen que “tutelar” la Sanidad, son con diferencia los mayores empleadores de médicos y, además, se encargan de su formación posgrado (MIR), que es obligatoria y la sufraga Hacienda.

El paro médico ha vuelto (EL PAÍS, 6-8-2012), lo que es preocupante. Pues el médico que no ejerce pierde sus habilidades. Menos del 10% de los 6.000 MIR que han acabado en 2012 tienen un empleo, por lo que previsiblemente se presentarán a la próxima convocatoria unos 1.000 médicos-especialistas; más con la idea de asegurarse un sustento que de reespecializarse. Esta situación es, por un lado, la consecuencia de ignorar que el estado de salud de la población depende de muchos factores, los llamados determinantes de la salud (Lalonde, 1974), no es el resultado de inaugurar centros sanitarios en cada barrio y colmarlos de médicos y enfermeros, que luego no se pueden costear. Y, por otro, es hechura de 17 consejerías de Sanidad y otras tantas de Educación operando en un país donde no hay visión de conjunto, se rehúye de las sinergias, y los ministerios del ramo son una triste sombra de lo que un día fueron. No existe contrapeso de la sociedad civil y, por lo tanto, la profesión carece de instituciones que de verdad la representen. Como bien subraya el dato de que en las últimas elecciones celebradas en el Colegio de Médicos de Madrid bastaron 1.450 votos de los casi 38.000 colegiados para elegir presidenta.

Sin embargo, el espectáculo que ha debido abismar a los médicos foráneos es ver cómo actúa nuestra máquina igualitaria. Muchos de los que llegaron se prepararon el MIR, consiguieron su título de especialista y han tenido como recompensa el paro. Mientras, otros, nada más aterrizar y sin poseer dicho título, fueron contratados como interinos por el SNS (y por las aseguradoras privadas tirando los salarios por los suelos), se les ha permitido —en ocasiones— actuar como tutores de los MIR en formación (¡ver para creer!), siguen trabajando y, ahora, reclaman su homologación como especialistas.

Pero es natural que esto suceda. Antes del verano se hicieron oficiales los resultados de una prueba —ya se han celebrado más y se prepara otra para 2013— a la que se presentaron 3.300 médicos pre-95 que optaron, sin haber pasado por el MIR, al título de Medicina de Familia. La prueba la superó el 97%, porcentaje que se explica por sí mismo. Y es que en la medicina, como en el resto de los ámbitos de nuestra sociedad, mérito y capacidad se han equiparado con antigüedad, y se han pavimentado atajos para todo. Ejemplos de este facilismo no faltan. Baste con el titular aparecido recientemente en un periódico profesional: “El SNS plantea una evaluación no punitiva cada 5 o 7 años”; retrato perfecto de la filosofía que nos inficiona y de la incuria con la que pueden actuar las Administraciones. ¿Qué sentido tiene crear una comisión capaz de dictaminar que un profesional no es apto para ejercer y, luego, no pueda impedirle que lo haga (véase, por el contrario, EL PAÍS, 19-10-2012)?

El panorama lo completan sentencias —que no son infrecuentes— como la dictada, el pasado septiembre, por el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria, que obligaba a repetir un concurso-oposición para médicos de Urgencias, al no haberse garantizado la imparcialidad del tribunal ni el anonimato de los aspirantes.

Por todo esto y otros motivos (algunos de actualidad), quizá, ha llegado el momento de que los médicos recurran a una vieja terapéutica, Medice, cura te ipsum!, porque nadie va a sanarlos.

José Luis Puerta es médico y fue secretario general del Consejo Asesor de la ministra de Sanidad (2002- 2005).

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