Médicos

El covid-19 mató a miles de personas, en un doloroso y desgarrador misterio de soledad donde el único consuelo fueron los médicos, enfermeros y auxiliares. Inolvidable la imagen de un médico dando la mano a una anciana, a quien intentaba paliar el tormento físico y espiritual de morir sin una mirada de despedida a sus hijos. La pandemia fue una prueba espiritual para España, descubriendo nuestra hedonista sociedad que la muerte no es una calabaza iluminada de la que reírse por Halloween, sino una tragedia que sólo el amor puede vencer. Drama que colapsó la red sanitaria pero que también mostró la heroica entrega de los médicos y demás personal sanitario a los contagiados.

El pueblo español es generoso y agradecido. Pero parece que ha olvidado el covid y el trabajo a destajo, hasta el agotamiento físico y mental, desafiando el riesgo de contagiarse ellos y sus familias, de nuestros médicos. Y hoy, en pleno debate sobre su situación laboral, ¿dónde quedan los aplausos desde los balcones de los edificios, cuando los españoles, como han sentenciado nuestros tribunales, éramos injustamente encerrados y controlados en cada casa mientras los muertos desbordaban hospitales y residencias! ¿Dónde los elogios y homenajes por su sacrificio, entrega y riesgo de su vida asistiendo a los contagiados! ¿Quién los defiende en sus más que justas y lógicas reclamaciones! ¿Cómo ha llegado la sociedad española a esta situación de acoso y desprecio de sus médicos!

España debe cuidar y valorar a sus médicos. Porque, aunque el Juramento Hipocrático recuerda que la Medicina no es una profesión sino una vocación, ello no significa que su trabajo no deba ser retribuido de manera proporcional a la responsabilidad que asumen sobre la salud y la enfermedad, el dolor y los paliativos, la vida y la muerte, de cada paciente. Un compromiso existencial sin intermediarios, directo y absoluto: o mueres o sanas.

Vocación médica en la que han cambiado los medios y la preparación académica y científica. Internet y la revolución tecnológica e informática favorecen los diagnósticos y prescripciones, al tiempo que añade aún más exigencia a su durísima formación. Después de un arduo camino, sólo ingresan los mejores, con una altísima nota de corte que implica muchas horas de estudio desde la adolescencia, una carrera académica de seis años, más cuatro o cinco años posteriores como residentes si logran aprobar la oposición del MIR, una compleja elección de especialidad, y una actualización investigadora y humanista durante toda su existencia laboral.

En esta batalla eterna entre la salud y la enfermedad, la vida y la muerte, España, y Cantabria de forma privilegiada, es uno de los países con los mejores médicos, y un heredado sistema sanitario público, universal, gratuito y, hasta hace unos años, eficaz. Sirva de ejemplo en nuestra región el Hospital de Valdecilla, donde los jóvenes residentes perfeccionan su especialidad. Sumando los sanatorios de Liencres, Reinosa, Sierrallana, Laredo, centros de salud como, por ejemplo, Tetuán o consultorios como, por ejemplo, Lamasón, nuestra región goza de una red sanitaria pública aceptable.

Pero el sistema se resiente porque en España y en Cantabria faltan médicos y medios. Los médicos no son robots sino personas. A diferencia de una máquina, el médico se alegra con la sanación del paciente, como sufre cuando no puede curarlo. Y desea atender en su consulta de manera cercana, exhaustiva y detallada a cada enfermo a él encomendado por la administración. Pero, cuando es necesario incrementar el número de médicos en las plantillas de los centros hospitalarios, se malgastan nuestros impuestos en campañas y despilfarros de ingeniería social postergan-do la salud de los ciudadanos. Son intolerables los tiempos de espera y citación, la cantidad de pacientes casi imposible de atender en las consultas, los obsoletos recursos materiales y la ausencia de una oferta pública de empleo que aumente el número de médicos.

Es necesario resolver la carencia de médicos, maltratados por la administración hasta lograr una plaza en propiedad después de una ardua y larguísima trayectoria profesional. A lo que hay que añadir su creciente inseguridad y las agresiones, un descentralizado sistema administrativo sanitario con cada vez mayores diferencias y complejidades asistenciales entre regiones, o autonomías que bareman más saber catalán, gallego, vasco o dialectos que los méritos científicos y profesionales del candidato especialista.

Nuestros médicos son científica, humanística y humanitariamente de los mejores del mundo. Sus reclamaciones de aumento de plantillas, condiciones laborales, medios técnicos y mejoras salariales son justas. Pero falla la administración pública. Ineficacia que pagaremos todos porque, tarde o temprano, todos enfermaremos y, entonces, ¡acudiremos al médico!

Alberto Gatón Lasheras, Capellán de la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales (EMMOE).

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