Medio siglo del Nobel de Severo Ochoa

La magnífica hemeroteca online que nos regala ABC permite presenciar en directo cómo fueron las cosas desde hace cien años. El 16 de octubre de 1959 este diario registraba la concesión del Premio Nobel de Medicina a Severo Ochoa, compartido con su brillante discípulo Arthur Kornberg. El corresponsal de ABC en Washington, José María Massip, enviaba su crónica telefónica describiendo a Ochoa como «un hombre de cincuenta y cuatro años, categórico, seguro de sí mismo, que avanza por la vida con una inmensa vocación por las ciencias bioquímicas y fisiológicas». Añadía Massip que «su castellano de Asturias tiene una pureza transparente y noble». Aunque parezca obvio, resultaba oportuno remarcar que Ochoa no fue un español emigrante-científico cualquiera. Su compromiso con España era fruto de una insatisfacción, mantenida de por vida, por los déficits a nuestra aportación al avance científico-técnico en alguna etapa de la Historia. Su Nobel sería decisivo para la actividad investigadora entre nosotros, pues había de redoblar sus presencias en España, en apoyo de una comunidad científica creciente en ambiciones e inquietudes.

La presencia de Ochoa en los ambientes clave del desarrollo científico, en lugar y momento del todo oportunos, fueron la recompensa a una inquietud que resumía su actitud vital: investigar en Ciencias de la Vida. Son las etapas en que cabe pasar de lo descriptivo sobre los seres vivos a la experimentación en el tubo de ensayo. Severo Ochoa, siempre con motivaciones muy claras para dedicarse a la investigación, había acudido a la Facultad de Medicina para ser alumno de Cajal. Proyecto frustrado, pues el gran neurohistólogo había alcanzado ya la jubilación. De todos modos, la precocidad de Ochoa le llevó, incluso de estudiante, así como de joven graduado, a laboratorios europeos, buscando una ansiada formación que asentara sus capacidades para dar cauce a su vocación, la Ciencia.

La palabra clave era Bioquímica y se concretaba en las enzimas. Las proteínas enzimáticas, sus capacidades para catalizar las reacciones de las células, iban a acompañar a Ochoa en toda su trayectoria científica. La experimentación biológica suponía entonces separar las proteínas del resto de componentes y plantear, de forma sencilla, cómo actúan en el tubo de ensayo para concluir acerca de lo que hacen en las células. Siglos de desarrollo del conocimiento, en las tradiciones científica y filosófica propias de la cultura occidental, confluían en la experimentación biológica. Eran los momentos en que Severo Ochoa lograba ser investigador independiente en Norteamérica, tras un intenso periplo por centros europeos en el periodo entreguerras.

La experimentación de Severo Ochoa, sobre los complejos fenómenos biológicos, va siempre más allá de una simple medida de reacciones químicas de componentes celulares. Hay en toda su carrera un afán de integrar las observaciones en modelos que den cuenta de una lógica interna, para explicar el funcionamiento de los seres vivos. Se ha dicho que muchos de los biólogos experimentales de la segunda mitad del XX razonan en la clave del idealismo platónico, como si la naturaleza respondiera a unas estructuras concebibles desde el pensamiento humano. Sea como sea, la interpretación de los resultados experimentales, buscando las claves de una estructura, representó un factor de avance tan esencial como la propia experimentación. En esa línea se sitúa el trabajo de pioneros como Ochoa, junto con Watson, Crick, Jacob, Monod, Kornberg y otros muchos que podrían citarse. En esa clave, también, cabe interpretar el éxito de las ciencias de la vida desde hace ya más de medio siglo, para situarse en el centro de los progresos alcanzados y alcanzables.

Aparte de demostrar la naturaleza de muchas enzimas, hay tres temáticas de investigación en las que Ochoa profundiza, para aportar no sólo resultados sino modelos de funcionamiento biológico. Uno fue el balance energético, la relación entre el consumo de oxígeno y la incorporación de fosfato, para transformar la oxidación química de azúcares en energía vital (ATP) aprovechable por el organismo. El segundo fue la demostración por primera vez de que los ácidos nucléicos, los responsables de la herencia en los seres vivos, se pueden sintetizar en el tubo de ensayo. La observación del ácido ribonucléico sintético, en el laboratorio de Ochoa constituye uno de los momentos estelares de la Ciencia. Desde ahí llegaría el Premio Nobel que hoy recordamos, pero con ello se avanzó en la elaboración sobre mecanismos de transmisión de herencia, y en cuáles pueden ser los moldes en los que se conforma. Finalmente, tras el Nobel, Ochoa se aplica a aprovechar, junto con otros, lo que él había descubierto sobre la síntesis de ácido ribonucléico y descifrar el código genético. El código genético universal que funciona en todos los seres vivos, a pesar de su enorme diversidad.

Penetrar en la organización del mundo de lo vivo, en lo que tiene de común para todos, fue el gran tema que entusiasmó a Ochoa a lo largo de toda su vida, su fecunda vida de investigador. Este año, acabamos de ver cómo la fundación sueca distingue con el Nobel de Química avances acordes con el descubrimiento de estructuras biológicas, en función de lo que posibilita la experimentación al nivel, en este caso, no ya de las moléculas sino de los átomos. Resolver la estructura detallada de los ribosomas, las factorías celulares donde se producen las proteínas, ha sido reconocido con el preciado galardón de este año. Es de justicia recordar el trabajo pionero del Nobel asturiano. Tras contribuir a descifrar el código genético, dedicó muchos años a entender el funcionamiento de los ribosomas para la síntesis de las proteínas. El autor de estas líneas, que tuvo la suerte de trabajar en el laboratorio de Ochoa, pudo profundizar en cómo los ribosomas basan su funcionalidad para sintetizar proteínas, adoptando diversas conformaciones. Esas conformaciones que hoy se han puesto de manifiesto hasta detalles atómicos.

La Biología experimental hoy recorre un camino en buena medida opuesto al de otras épocas, pero con el mismo propósito. De los datos sobre componentes biológicos aislados, en el tubo de ensayo, a la integración de sus propiedades en las células, tejidos y órganos. Vamos a un conocimiento que entusiasma, como entusiasmó a Severo Ochoa, pero desde ahí a conocer las enfermedades y la salud, para avanzar en la calidad de vida. La Biomedicina de hoy es tributaria del esfuerzo y la imaginación de científicos como Severo Ochoa. Sigamos entendiendo su propuesta para España, avanzar en el conocimiento puede ser una gran meta para nuestra nación.

César Nombela, presidente de la Fundación Carmen y Severo Ochoa.