Megafinanzas para la investigación de medicamentos

Mientras las subidas abusivas de precios por un puñado de farmacéuticas ocupan los titulares, un aspecto preocupante de esta historia ha quedado minimizado. Los exorbitantes aumentos de los precios de los medicamentos existentes –genéricos incluidos– no solo están motivados por la especulación extrema, sino también por un profundo escepticismo sobre la factibilidad económica del desarrollo de nuevos medicamentos. Y ese escepticismo está justificado.

Los modelos tradicionales para el financiamiento del desarrollo de drogas tambalean. En EE. UU. y muchos otros países desarrollados, el costo promedio de llevar un medicamento al mercado se ha disparado, aun cuando las patentes de algunos de los medicamentos más rentables del sector ya han expirado. El capital de riesgo se ha retirado de las empresas dedicadas a las primeras etapas de las ciencias de la vida y las grandes empresas farmacéuticas ven que menos drogas llegan al mercado por dólar gastado en investigación y desarrollo.

De hecho –en promedio– solo 1 de cada 10 000 compuestos identificados como potencialmente útiles en las primeras etapas del desarrollo logra finalmente ser aprobado por los reguladores. El proceso de aprobación puede demorar hasta 15 años y, de equivocarse, prefiere hacerlo por exceso de precaución. Incluso entre los medicamentos que llegan a la instancia de las pruebas clínicas en humanos, solo uno de cada cinco logra superarlas.

El precio de estos «fracasos lentos» puede ser enorme. Pfizer, por ejemplo, informó haber gastado 800 millones de USD en su droga para reducir el colesterol, torcetrapib, antes de retirarla de los ensayos clínicos de fase III en 2006: una perspectiva poco atractiva para la mayoría de los inversores. Debido a que el riesgo de respaldar cualquier compuesto individual –o incluso una empresa en particular– es tan elevado, grandes reservas de capital de inversión han quedado fuera del alcance de las farmacéuticas.

Frente a esas presiones, los expertos financieros han propuesto varias alternativas de financiamiento que reducen el riesgo de las inversiones biofarmacéuticas y mejoran la eficiencia y la productividad de los procesos de I&D. Aunque quienes actualmente forman parte del sector pueden ser lentos para adoptar cambios, aquellos países en vías de desarrollo que están generando centros biofarmacéuticos de última generación tienen una oportunidad única para adoptar los modelos alternativos y beneficiarse gracias a ellos.

Muchos de esos modelos se basan en una estrategia común para reducir el riesgo de las inversiones: crear una cartera diversificada. Hace dos décadas, una empresa llamada Royalty Pharma lanzó modelo diversificado y creó un fondo con participación en múltiples flujos de derechos por la creación de medicamentos. Royalty Pharma se centró en medicamentos aprobados con potencial de superventas y creó flujos estables de ingresos y una impresionante rentabilidad del capital, incluso durante períodos de extrema volatilidad en los mercados bursátiles.

Pero el modelo de Royalty Pharma no eliminará la brecha de financiamiento entre la investigación básica, apoyada por subsidios gubernamentales, y las últimas etapas del desarrollo de los medicamentos en ensayos clínicos. Debido a que los medicamentos candidatos que transitan este «valle de la muerte» de I&D son mucho más riesgosos que cualquier inversión que pueda hacer Royalty Pharma, sería necesario un grupo aún mayor de compuestos para que sus niveles de riesgo y tasas de rentabilidad resulten aceptables para el inversor típico.

¿Qué tan grande debiera ser esa cartera? Uno de nosotros (Lo) llevó a cabo simulaciones de fondos diversificados para drogas contra el cáncer en sus etapas iniciales e intermedias, que indican que un megafondo de entre 5 y 30 mil millones de USD con entre 100 y 200 compuestos podría eliminar suficiente riesgo de inversión y generar rentabilidades de entre el 9 y el 11 %.

No es un territorio emocionante para los capitalistas de riesgo y los inversores de capital privado, pero cumple las expectativas de los inversores institucionales, como fondos de pensiones, las aseguradoras y los fondos soberanos de inversión patrimonial. Además, la reducción de los riesgos gracias a la diversificación permitiría al megafondo emitir grandes cantidades de deuda y capital accionario, ampliando aún más el conjunto de inversores potenciales.

Para dar un poco de contexto a estos números, consideren que los Institutos Nacionales de la Salud de EE. UU. aportan un poco más de 30 mil millones de USD al año para la investigación médica básica y los miembros de la agrupación de empresas farmacéuticas Pharmaceutical Research and Manufacturers of America gastaron unos 51 mil millones de USD en I&D el año pasado. El enfoque de un megafondo ayudaría a cerrar la brecha entre estas inversiones y, con ello, aumentaría su productividad.

Además, este modelo podría funcionar a una escala menor. Simulaciones adicionales sugieren que los fondos que se especialicen en algunas clases de medicamentos, como las terapias para las enfermedades raras, podrían lograr tasas de retorno de dos dígitos con tan solo entre 250 y 500 millones de dólares y menos compuestos en sus carteras.

Por supuesto, este enfoque enfrenta desafíos. No será fácil administrar un gran conjunto de compuestos candidatos y docenas de pruebas simultáneas de medicamentos. Las simulaciones muestran que los megafondos no funcionarán para todos los tipos de drogas ni en todas las áreas terapéuticas. Es poco probable, por ejemplo, que el desarrollo de terapias para el Alzheimer se beneficie con el modelo del megafondo.

Pero, en los casos en que funcionan, los megafondos podrían lograr que el desarrollo de los medicamentos sea muchísimo más eficiente y, por lo tanto, menos costoso. Ninguna empresa posee la escala ni los fondos necesarios para implementar todos los avances científicos y tecnológicos desde la revolución genómica, pero un esfuerzo financiado con un megafondo podría hacerlo.

Los investigadores empleados por el fondo podrían compartir conocimientos, instalaciones y equipos de última generación, datos y recursos informáticos para aplicarlos a una gran cantidad de proyectos. Los fracasos serían más rápidos –y mucho más baratos– porque las partes interesadas dependerían mucho menos de cada proyecto en particular.

Los países con mercados emergentes deben prestar atención. La mayoría de ellos está tratando de captar a las industrias farmacéuticas y biotecnológicas. China ha establecido cientos de parques de investigación de las ciencias de la vida y comprometido miles de millones de dólares en fondos nacionales para el desarrollo de medicamentos; se están desarrollando programas similares en la India, Singapur y Corea del Sur.

Para estos países, crear un megafondo para probar unos pocos cientos de compuestos sería una apuesta mucho mejor que financiar nuevas empresas de biotecnología u ofrecer incentivos a las grandes farmacéuticas. Un megafondo biofarmacéutico implicaría una ventaja competitiva en el sector, con menores costos de desarrollo, una mayor tasa de éxitos y una llegada más rápida de los productos al mercado. Las economías regionales se beneficiarían gracias a las mismas redes de puestos de investigación con elevados salarios, emprendedores, inversores y proveedores de servicios que generan los centros de innovación tradicionales de las ciencias de la vida.

Recientemente, el alcalde de Londres abrazó este enfoque y propuso un megafondo de 15 mil millones de USD para ayudar a que el Reino Unido mantenga su liderazgo en el desarrollo de medicamentos. Además de la inversión directa, los gobiernos pueden crear incentivos para la formación de este tipo de fondos, por ejemplo, garantizando los bonos emitidos por las investigadoras biofarmacéuticos.

Acompañar una droga desde el banco de pruebas del laboratorio hasta el paciente requiere invertir grandes sumas de dinero a largo plazo. Ese financiamiento debe resultar rentable tanto para la sociedad como para los inversores. Los países emergentes pueden guiar al mundo hacia una mejor salud y una mayor riqueza a través de la promoción de nuevas formas de financiamiento para el desarrollo de medicamentos.

Edward Jung, former Chief Architect at Microsoft, is Chief Technology Officer at Intellectual Ventures.
Andrew W. Lo is Professor of Finance and Director of the Laboratory for Financial Engineering at MIT's Sloan School of Management.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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