Megáfonos afónicos

Barack Obama ha demostrado que se pueden ganar unas elecciones, nada menos que en Estados Unidos, concediendo un papel central en su campaña a las plataformas digitales de comunicación interactiva: internet, telefonía móvil... Sin embargo, hasta ahora nadie ha probado que se pueda finiquitar una dictadura empleando los mismos instrumentos.

Es cierto que, cuando no hay derecho a discrepar porque el pluralismo está proscrito, la web y los dispositivos portátiles emergen como herramientas idóneas para eludir la censura y combatir la opresión.

De hecho, así están funcionando el contenedor de vídeos YouTube, el servicio de microblogging Twitter y las redes sociales, con Facebook como paradigma universal. Los defensores de esta vía recuerdan la efervescencia desencadenada en internet durante la represión en Tíbet en el 2008, después de los últimos comicios en Irán o tras el golpe de Estado en Honduras.

No obstante, es difícil que las protestas alentadas en el ciberespacio se trasladen a la calle con todo su vigor. Ante la exacerbada concurrencia de estímulos en la web, las movilizaciones virtuales ni siquiera suelen perdurar lo suficiente en la memoria de los internautas. Superada la euforia que se desató con la novedad, habría que admitir que, a menudo, el altavoz en que se ha convertido la red todavía no es lo bastante potente para traspasar los tabiques de las habitaciones donde escriben los disidentes.

En general, su voz se oye con mayor nitidez en áreas alejadas de su país, cuyos ciudadanos (y medios) están más predispuestos a escucharles porque las autoridades no les obligan a vivir con tapones en los oídos.

Los técnicos de la comunicación política se están beneficiando de numerosos hallazgos de quienes recurrieron a la solución digital porque no tenían alternativa, ya que no contaban con el dinero necesario para llevar a cabo estrategias a gran escala y, sobre todo, no podían expresarse libremente en los foros convencionales.

En este punto, destaca la situación de los emigrantes árabes que se conectan desde locutorios y bibliotecas occidentales para opinar acerca de lo que ocurre en su tierra sin unas intromisiones gubernamentales que, en el mejor de los casos, les podrían acarrear una condena de cárcel, y en el peor, la pena de muerte. La periodista egipcia Sahar Talaat lleva años investigando la labor de una de las piezas más vulnerables de este colectivo en peligro permanente: las mujeres que, del Magreb a Extremo Oriente, desarrollan una tarea (forzosamente) anónima de concienciación social y cultural mediante las aplicaciones de la denominada web 2.0.

Otra fuente de ideas frescas e inspiración práctica para los expertos del marketing político, o sea, para los encargados de la promoción de los partidos, es la de los blogueros anticastristas. Precisamente dos de esos activistas, Yoani Sánchez, autora del cibercuaderno Generación Y,y su marido, Reynaldo Escobar, han tenido el dudoso honor de despertar de su letargo a una muchedumbre habitualmente adormecida.

Ambos lo hicieron gracias a su trabajo a favor de la democracia en Cuba. Aunque la turba que excitaron, integrada por adictos al sistema que rige la nación, no secundase sus peticiones de apertura, sino que, para represaliarles por ese motivo, presuntamente acabase agrediendo a Escobar en una ocasión y, en otra, secuestrando a Sánchez, una mujer que incluso ha conseguido que el presidente norteamericano alabe su iniciativa.

Los opositores clandestinos no anhelan prescindir de la prensa, tratan de sortear el intervencionismo que bloquea los medios de su zona. Por ello, se valen de todo lo que pone a su alcance el entorno digital. Hasta que el Estado boicotea su altavoz, claro. Con pocas excepciones (por ejemplo, Obama), el comportamiento de los políticos profesionales es distinto.

Utilizan blogs, redes sociales... para difundir sus artefactos propagandísticos de siempre. Pero como internet reclama una filosofía tan participativa que tiende a la simetría en la relación con los destinatarios, el resultado que obtienen es el mismo que si le hablasen a una multitud a través de un megáfono apagado.

La web opera igualmente como un arma para legitimar el poder de los regímenes totalitarios. Eso sucede en China, donde hay más de 40.000 policías que controlan lo que se dice en la red y, sólo en la capital, 10.000 internautas encantados de servir a la República Popular a cambio de unos cuantos céntimos de euro.

Yes que los tiranos y sus secuaces también navegan. Además, atesoran una tecnología más sofisticada que los modestos megáfonos que usan las víctimas a las que someten.

Josep Lluís Micó, codirector del Digilab, Laboratori de Comunicació Digital de Catalunya, Universitat Ramon Llull.