¿Mejor con una mujer al frente de Israel?

La imagen en nuestros televisores de la ministra israelí de relaciones exteriores Tzipi Livni defendiendo apasionadamente los ataques del ejército a Gaza, en respuesta al lanzamiento de proyectiles de Hamas, nos trae a la memoria otra imagen: la de los dramas de la antigua Grecia, cuando las mujeres eran representadas no como guerreras sino como enemigas de la guerra. Aquellos que estén familiarizados con el teatro clásico griego recordarán sin dificultad el drama de Eurípides Las Troyanas.

La obra se representó por primera vez en el año 415 antes de Cristo y expresa la crítica de las mujeres contra la guerra que los hombres dirigían en aquellos tiempos. De la misma manera, los lectores sin duda estarán familiarizados con la famosa obra Lysistrata, una comedia escrita por Aristófanes en el 411 antes de Cristo. El personaje que da nombre al título es una mujer que imagina un plan para terminar con la guerra que asola Atenas. Y convence a todas las mujeres de Grecia para que se abstengan de tener relaciones sexuales con sus maridos hasta que éstos lleguen a un acuerdo de paz. Estas obras dramáticas -y las subsiguientes derivaciones como La Guerre de Troie de Giraudoux (1935)- han ayudado con fuerza a estimular la idea de que las mujeres desempeñan un papel especial como defensoras de la paz contra la guerra.

Nada en la experiencia humana justifica tal suposición. El hecho de que muchos estados modernos (más recientemente, España) hayan nombrado a mujeres como sus ministros de Defensa, es prueba fehaciente de que las mujeres son tan capaces como los hombres para tomar decisiones sobre la vida y la muerte. Hay mujeres generales en los principales ejércitos del mundo, en especial en Estados Unidos y Rusia. Efectivamente, a lo largo de la historia, las mujeres han sido tan feroces como los hombres en la determinación de hacer la guerra. Con mucha frecuencia oímos expresar el sentimiento de que en el mundo no habría guerras si estuviera gobernado por mujeres. El sentimiento es absurdo, porque supone que las mujeres no forman parte de la raza humana. Todos los humanos son propensos al amor, odio, violencia o asesinato, y las mujeres comparten estas tendencias junto con los hombres. No es sorprendente que el símbolo que Francia adoptó como su ideal de revolución sea una mujer, a quien con frecuencia se representa pisando una masa de cuerpos muertos.

Por supuesto, el hecho de que tanto hombres como mujeres compartan esa tendencia hacia la guerra y el terrorismo, no significa que ellas sean siempre tan violentas como los hombres. Las cifras por violencia de género son prueba indudable de ello, y la historia humana ofrece evidencia de que los ejércitos de la muerte han sido siempre cosa de hombres. Por supuesto, la gran esperanza de las feministas es que las mujeres, a pesar de la debilidad que comparten con los hombres como humanos, pueden ser capaces de tener un especial papel en la sociedad.

Mientras dejamos atrás el año 2008, el cual ha sido un desastre casi sin igual, no debemos dudar de que los líderes varones han contribuido a los desastres de sus propias naciones. El presidente saliente de Estados Unidos es el único presidente en la historia de su país responsable, en un periodo de aparente paz, de la muerte en países extranjeros de casi 5.000 jóvenes americanos. Las cifras por supuesto no incluyen a los cientos de soldados de otras naciones que también han dado sus vidas en aquellos países, o los miles de ciudadanos nativos que han perecido. No es sorprendente que encuestas recientes en EEUU lo muestren como el más impopular de todos los presidentes de la historia de Estados Unidos. Donde quiera que miremos en el escenario internacional, los hombres han destacado por el grado de miseria que han infligido sobre sus propios países. Incluso un pequeño país como España no está exento del desastroso gobierno de los hombres. En el primer día del Nuevo Año 2009, el International Herald Tribune describía la situación de aquí como «una bomba de relojería», porque el desempleo actualmente en España es de tres millones, la tasa más alta de la Unión Europea. ¿Podría un Gobierno dirigido por mujeres actuar mejor en Estados Unidos o en España?

No es una pregunta vana. En este cuadro de desastre masculino, unas pocas mujeres líderes sobresalen como símbolos de esperanza, aunque no siempre han tenido éxito. Hay muchos ejemplos para escoger. La primera ministra de Ucrania, Yulia Tymoshenko, y la presidenta de Filipinas, Gloria Arroyo, han demostrado que pueden defender con energía los intereses de sus países. Tymoshenko en particular se ha erguido con firmeza ante la intimidación de la Rusia de Putin. Es un mundo complejo, y en las difíciles circunstancias que los hombres han creado, lo mejor que estas mujeres pueden conseguir es ofrecer esperanza. La elección de la presidenta Michelle Bachelet de Chile, la primera mujer líder en Latinoamérica que no tenía un marido que la precediera como presidente, puede ser un signo de esperanza, pero poco más. De la misma manera, el brillante trabajo de Condoleeza Rice como secretaria de Estado americana, ofreció alguna esperanza de escapar de la pesadilla que creó la política exterior de Bush, pero no consiguió ningún cambio en esa política.

Los estadounidenses, de hecho, durante el año pasado han perseguido hasta un grado extraordinario la ilusión de la esperanza femenina. Durante el proceso de las elecciones de 2008, tanto los demócratas como los republicanos demostraron su fe en las posibilidades de dar más iniciativa a las mujeres. La candidatura de la gobernadora Sarah Palin por los republicanos dio un extraordinario impulso al cansado espíritu de los miembros del partido deseosos de escapar de los desastres de la era Bush. Aunque los republicanos perdieron la Presidencia, todavía no han excluido a Palin como una posible futura candidata para su partido.

El nuevo Gobierno del presidente Obama confirma más que nunca que las mujeres desempeñarán un papel significativo a la hora de dirigir los asuntos de la nación más grande del mundo. La elección por Obama de Hillary Clinton como secretaria de Estado, de Janet Napolitano como directora del Departamento de Seguridad Interior, y de Susan Rice como embajadora a las Naciones Unidas representa un logro importante para las mujeres en áreas políticas que tradicionalmente dominaban los hombres.

Uno no debería cometer el error de aplaudir esos nombres porque son mujeres. Hay gobiernos que nombran mujeres sin experiencia o calidad para altos puestos, y afirman que han dado un paso hacia delante en el progreso. El de Estados Unidos no es uno de ellos. Las mujeres de Obama están allí no sólo porque son mujeres, sino aún más porque tienen una vida de experiencia política. Rice, por ejemplo, sirvió en la Casa Blanca durante los años 90 en el Consejo de Seguridad Nacional como asistente especial para el presidente y como directora de organizaciones internacionales. Quizá como otro signo de los tiempos, las designaciones de Clinton, Napolitano, y Rice se hicieron poco después de que Ann Dunwoody se convirtiera en la primera mujer a conseguir el rango de general de cuatro estrellas en el ejército de Estados Unidos.

La última pregunta, sin embargo, es si las mujeres nos darán en el año entrante de 2009 nuevas esperanzas y visiones que sus predecesores no fueron capaces de darnos. ¿Tienen las mujeres una cualidad en política que las distingue de los hombres? La respuesta a esta pregunta es casi con certeza que no. En general, una mujer tenderá a hacer las mismas decisiones que un hombre. Sin embargo, algunas de ellas tienen la virtud de ser capaces de aproximarse a los problemas desde un punto de vista diferente y de influenciar a la gente de manera distinta.

A pesar del grado en que he detestado las ideas y políticas del presidente Bush, por ejemplo, nunca ha dejado de impresionarme la serenidad e inteligencia de Condoleeza Rice, seguramente uno de los más grandes diplomáticos de nuestro tiempo. Es posible que Hillary Clinton también sea una fuerza decisiva en los asuntos exteriores. Por supuesto, no hay motivo para el optimismo. Mujeres como éstas, no importa cuán excelentes sean sus cualidades, difícilmente pueden tener mayor fuerza para cambiar un mundo que los hombres han dominado durante siglos. Pero al menos en el año entrante, pongamos la esperanza en ellas para que nos alienten a desafiar los problemas que seguramente nos aguardan.

Henry Kamen es historiador. Su último libro es Spain: Historical Myth & National Identity, Yale University Press, 2008.