¿Mejores fármacos antitumores? Sí, gracias

Todas las familias de nuestro país se ven afectadas por la enfermedad que llamamos cáncer. En realidad, se trata de un conjunto de enfermedades, puesto que un tumor de hígado es muy diferente de una leucemia, y esta muy distinta de un glioma (el tumor de la sustancia blanca de nuestro cerebro). Un tumor pequeño acostumbra a ser un tumor curable; la extirpación quirúrgica elimina el problema. De ahí el gran éxito del cribaje del cáncer de cuello de útero: los papanicolaus y las revisiones ginecológicas anuales han salvado miles de vidas. La radioterapia dirigida y computerizada también resulta clave para solucionar determinados tumores. Pero el avance más notable en los últimos años ha sido la irrupción de nuevos fármacos, de una quimioterapia más inteligente. Las imágenes de pacientes tratados con quimioterapia clásica pueblan nuestras pesadillas. Pérdida de cabello, vómitos... Pero cada vez menos. Nuestros médicos han mejorado el control de toda esta sintomatología. Estos efectos los veremos cada vez menos. El brillante divulgador de la ciencia Eduard Punset le decía a su oncólogo: «Al final me acabáis dando el mismo veneno». Pero cada vez menos, Eduard; cada vez menos. Los primeros fármacos basados en el conocimiento de las alteraciones específicas de nuestro material genético ya se empiezan a utilizar. Son la punta de lanza de los que vendrán en un futuro. Cada vez más, se lo prometo.

El caso más ilustrativo fue el de la leucemia mieloide crónica (¡menuda palabreja!), un subtipo de cáncer de la sangre. De tener una evolución muy mala pasó a tener supervivencias larguísimas. ¿Azar? No, investigación. Se diseñó un fármaco que inhibe una lesión genética específica de esta leucemia y que no está presente en las células sanas. Un inhibidor de una tirosina quinasa (¡segunda palabreja!). Y, de carambola, también se mostró útil contra un subgrupo de tumores de estómago. La historia se recoge en libros didácticos en inglés que recomiendo.

Otro buen ejemplo: un americano (¡cómo no!) llamado Slamon descubre que una cuarta parte de tumores de mama, en lugar de tener dos copias de un gen que causa cáncer (oncogen), tienen más de 20. Malas noticias: son tumores más agresivos. Pero otros lo ven como una oportunidad y diseñan fármacos que se unen y bloquean este oncogen. Resultado final: aumenta la supervivencia de estas pacientes. A esta labor contribuyó un oncólogo catalán, Josep Baselga.Un ejemplo final, al que nuestro grupo ha contribuido en los últimos 15 años: las células del cáncer ponen un freno químico ante genes inhibidores de tumores, y ya se utilizan fármacos en leucemias y linfomas que sacan esta señal de stop y permiten la expresión correcta. Lo que parece increíble es que entonces el tumor recuerda de qué tejido normal procedía y vuelve a parecérsele.

Tras describir las delicatesen de los nuevos fármacos, hay que ser justos y dar su verdadero y gran valor a la quimioterapia más tradicional, sobre todo en ciertos tipos de tumores. Hombres jóvenes que caían como moscas ahora se curan del tumor de testículo. El drama del cáncer infantil es más solucionable por las mejoras en esta quimioterapia convencional. De hecho, solo un 20%-25% de tumores son tratados con los nuevos fármacos de diseño, y la quimioterapia de trinchera todavía tiene que hacer la mayor parte de su trabajo. Como la infantería en las batallas.

Tenemos tantos retos ante nosotros en esta área que no quiero que se preocupen ni se pasen al artículo de mi vecino. Uno es el descubrimiento de nuevas dianas: nuevos puntos débiles de la maquinaria tumoral sobre los que actuar. Necesitamos poner en marcha estrategias imaginativas en las compañías farmacéuticas, y médicos y científicos necesitan interaccionar más. La constitución del Institut d'Investigació Sanitària és una buena señal en esta dirección. Y también debemos flexibilizar la legislación para aumentar los ensayos clínicos con nuevos fármacos. Ser rápidos, listos, ágiles. El cáncer lo es.

Hay otras cuestiones, como la del coste económico en relación con la eficacia del tratamiento. ¿Es lícito gastar miles de euros para que un paciente pueda vivir una semana más? ¿Y si los invirtiéramos en la prevención del cáncer? ¿Cuántas muertes evitaríamos? No voy a entrar en estas cuestiones. Demasiado espinosas. Por desgracia, entiendo mejor a las células que a las personas. Y mucho menos soy incapaz de ponerle precio a una vida. Si a un abuelo se le da más tiempo para llegar al cumpleaños de uno de sus nietos, ¿no deberíamos hacerlo? Si una madre quiere asistir a la boda de su hija, ¿puede el sistema económico negárselo? Así pues, son necesarios mejores fármacos no solo para curar o aumentar la supervivencia, sino para hacerlo con una calidad de vida correcta. ¿Cuál es el precio de un poco de felicidad? Se acaba de publicar un estudio que lo establece, pero de esto ya hablaré otro día...

Manel Esteller, médico. Institut d'Investigació Biomèdica de Bellvitge.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *