Memoria de Antonio Mingote

Mingote fue la grapa humana de ABC.

El primer trabajo serio en la vida de Antonio Mingote, decíamos con motivo de sus cincuenta años con nosotros, fue publicar un chiste en ABC, aprovechando que aquel día todo el mundo estaba entretenido mirando a la guerra de Corea.

Ocurrió en la página 25 del periódico del viernes 19 de junio de 1953, después de un serio editorial sobre «el problema de los piensos» y encima de una información no menos seria que el editorial y que aquel primer trabajo de Mingote: «Ha llegado a Barcelona, de paso para Madrid, una misión oficial de Tailandia, presidida por su ministro de Agricultura».

La llegada a Barcelona, de paso para Madrid, del ministro de Agricultura de Tailandia era la clase de información que debía de estar hojeando aquel señor de la primera viñeta de Mingote al que su mujer había dejado solo —al señor de la viñeta, no a Mingote—, sentado a la mesa y, tapado por un periódico tácticamente desplegado delante de sus narices, murmurando:

—Veo que ya no protestas de que lea el periódico en la mesa, querida. Celebro que te vuelvas tan razonable.

La casualidad, que pasa por ser la décima musa, quiso que coincidieran el cincuentenario de Mingote y el centenario de ABC, con lo cual ABC y Mingote resolvieron agasajar a sus lectores (su familia, después de todo) con una exposición concebida con la pretensión de recoger lo mejor de una trayectoria sin igual, hecha de remansar la vida día por día en una geometría picassiana y lírica.

Porque ¿quién fue Mingote?

Antonio Mingote fue el Picasso de los periódicos, título otorgado por Francisco Umbral, y mejor no se puede decir, porque, entre el costumbrismo y el vanguardismo, ser picassiano es ser siempre actual.

Mingote fue un dibujante que quemó su vida empleando el humor, y tan a gusto, en la prensa escrita, que es donde, según Mingote, sigue estando hoy el buen humor, siendo el suyo de tan general y reconocida excelencia que hasta fue invitado a sentarse en un sillón, el sillón «r» minúscula, de la Academia, cuyas sesiones espirituales de los jueves contribuyeron a darle a Antonio Mingote ese aspecto de caballero de veraneo de fin de semana en el norte, aunque él no veraneara en los fines de semana, y de humorista que pensaba en el extranjero, aunque él pensara sólo en español.

Cuando apenas llevaba veinticinco años en el periódico, Mingote aprendió que una cosa es lo que uno dice y otra la que el lector interpreta, y escribió su discurso «A mitad del camino» (felizmente, se quedó corto), que nos permite conocer lo que Mingote pensaba del Mingote de ABC.

Antonio Mingote nació en Sitges, en cuyo chiringuito mayor, consagrado aún a César González-Ruano, que aportó la palabra «chiringuito», se le guarda memoria fiel. Llegó a Madrid como teniente en 1944. Tenía el pelo rubio oscuro, un punto rojizo, y bigote a línea de pluma. Hablaba en tono apagado, con acento maño, y quería ser chistógrafo. Publicó su primer chiste para ABC y por la misma época, y por encargo de Joaquín Calvo-Sotelo para la colección «La Novela del Sábado», escribió «Los revólveres hablan de sus cosas», una novela del Oeste, porque los tres grandes placeres de Mingote fueron el trabajo, las mujeres desmayadas y el cine del Oeste. La escribió en el bohemio Café Varela, entre sus fraternales Carlos Clarimón y Rafael Azcona, sometidos por la necesidad a la producción de novelas de amor con seudónimo anglosajón.
Pero lo habíamos dejado en «A mitad del camino», y de ahí deseo sacar cuatro trazos que nos perfilan, a grandes rasgos, al Mingote que no se puede olvidar: sus malentendidos, sus querellas, sus popularidades, sus admiraciones, y como remate, la media verónica de su extraordinaria sensibilidad.

Son:

-Pasó muy poco tiempo y en el mismísimo patio andaluz de la Casa de ABC me encontré con uno de sus más ilustres colaboradores. «Muy gracioso ese chiste del árbol de Navidad que ha publicado usted, hombre —me dijo (en la antigüedad había personas que se trataban de usted)—. Muy gracioso, de veras. Le felicito». Yo no recordaba el chiste del árbol de Navidad, hice un esfuerzo y al final caí en la cuenta. Efectivamente, era un chiste gracioso: era de Dávila y lo había publicado esa semana en la «Hoja del lunes».

–La primera peripecia que me dio cierta popularidad extra, aparte de la popularidad inevitable de quien colabora en ABC, fue el proceso por supuestas injurias a los comerciantes de ultramarinos. La acusación privada pedía para mí, entre otros castigos, la multa de un millón de pesetas (un millón de pesetas de la antigüedad).

–Pero la popularidad no es nada, hombre, me decía a mí mismo; es más importante el aprecio de la gente que importa, las personas de talento: los maestros, como Wenceslao Fernández Flórez, que estaba firmando aquellos días en la Feria del Libro. Le llevé el primer tomo de sus «Obras completas» para que me lo dedicara, y el maestro, amablemente, era muy amable, escribió una dedicatoria: «Con amistad y admiración a Antonio Mingoti». O sea, me admiraba, pero no tanto como para aprenderse mi apellido.

–Cualquier cosa puede suceder en este oficio. Que te aplaudan por una estupidez o que te maldigan por un comentario lleno de bondad y amor al prójimo. Han pasado muchos años y yo sigo sin saber qué estoy haciendo aquí, y cada vez lo sé menos.

Ahora hay que decir que Antonio Mingote fue uno de los dos grandes maestros del funebrismo (excelso género periodístico) en ABC, y sus necrológicas, reconfortantes y fecundas, están recogidas en el libro «Serán ceniza, mas tendrá sentido». El otro grande funebrista fue César González-Ruano, en cuyo «Réquiem de urgencia por Víctor de la Serna» nos dejó las palabras que hoy nos hacen falta para describir el sentimiento de pérdida que la desaparición de Mingote deja en las gentes de esta su Casa:

–Van desapareciendo los mejores. Dios elige bien. Y se va quedando uno solo como en una selva en la que no dan sombra los árboles. Todavía no son las diez. Tengo mucho plomo en el corazón para correr hacia su casa. No llegaría nunca. Además, no quiero. No quiero saber nada.
Ni que se ha muerto.

Catalina Luca de Tena, presidenta-editora de ABC.

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