Menos cambio

Los cónclaves partidarios generan, inmediatamente después de sus actos de clausura, una enorme sensación de vacío. Los aplausos y vítores son sustituidos por el silencio de la sala vacía. Los elegidos pasan a sentirse abandonados en su responsabilidad, mientras los demás reunidos van tomando distancia respecto a aquellos a los que minutos antes habían encargado la dirección del partido. Las unanimidades son puestas a prueba desde el momento en que el líder deja la tribuna. Las emociones suscitadas por las tensión interna derivan en un mezcla de relajo y escepticismo. No sería exagerado concluir que el congreso extraordinario ha salvado al PSOE in extremis, y es probable que haya ofrecido la mejor solución posible para los socialistas, vistas las circunstancias. Pero la póliza de unidad a la que se adhirieron el fin de semana parece insuficiente.

La idea de “cambiar el PSOE para cambiar España” podría ser un lema equivocado por equívoco. Expresa la convicción en el poder transformador de la política de izquierdas. Lo que conecta precisamente con una de las causas de la crisis de la socialdemocracia: su creencia en que dirige el curso de los acontecimientos. El llamamiento a ganar las elecciones para emprender el “tercer cambio” impulsado por los socialistas -tras los de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero- sería el broche operativo del discurso de Pedro Sánchez. Todo a partir del supuesto de que la sociedad española sigue siendo mayoritariamente de izquierdas y progresista, como si estos dos últimos términos fuesen unívocos y a los socialistas sólo les hiciera falta recuperar algo de la credibilidad perdida en el tramo final del segundo mandato de Zapatero para asegurar su hegemonía. Tal lógica tiene el atractivo de la simplicidad. Permite promover la unidad a base de decir solamente aquello que los militantes aplaudirán, seguro, sin perturbarlos con algo que pudiera desconcertarles. De devolverles la confianza mediante compromisos y promesas sencillas, evitándoles más quebraderos de cabeza. No conviene mostrarse dubitativo en política. Pero esa es la lógica con la que se soslayan los problemas que se vuelven más obstinados -los de la globalización, los de una sociedad segmentada en sus intereses y aspiraciones, los de una política debilitada en sus recursos-; los problemas que día tras día ponen en cuestión la vigencia de la socialdemocracia.

La descripción histórica que transmite Pedro Sánchez es la de un país que habría avanzado a impulsos socialistas durante las legislaturas presididas por González, habría experimentado retrocesos con Aznar que fueron corregidos por Zapatero, y que ahora se estaría viniendo abajo con Rajoy, lo que precisaría del regreso del PSOE al poder de las instituciones para empujar a España de nuevo hacia delante en términos de bienestar, libertades e integración territorial. Esta visión cíclica del “dos pasos adelante, uno atrás” que presenta a los socialistas como adalides de un cambio constante, interrumpido por los imponderables de una alternancia pendular, puede constituir un argumento tranquilizador para las bases socialistas, que así no tienen más que esperar la inexorable llegada de Sánchez a la Moncloa. Pero se trata de una lectura parcial y sesgada de lo ocurrido en los últimos treinta años. Entre otras razones porque retrata a los socialistas al lado de las “reformas amables”emprendidas o que deban llevarse a cabo, eludiendo aquellas otras -las derivadas de la competitividad y de una administración sostenible de los recursos públicos- que son las que, en realidad, vienen poniendo a prueba a la socialdemocracia.

Si el discurso de “cambiar el PSOE para cambiar España” fuese razonable y verosímil, si los partidos de izquierdas fuesen verdaderamente instrumentos de cambio, habría que preguntarse sobre el calado de las transformaciones que han experimentado o pueden protagonizar los socialistas al apostar por Pedro Sánchez. Por de pronto las proclamas de apertura a la sociedad parecen contrarrestarse con un insólito encumbramiento del líder, después de que su notable éxito en la consulta del 13 de junio le ha permitido convertirse en intérprete único de la pluralidad de los socialistas porque con la designación de la nueva ejecutiva dejaba en nada los votos que no cosechó aquel día. Sus próximos en la nueva dirección se han referido a él como alguien que da “instrucciones” y “órdenes” expresas o implícitas en sus mensajes.

Puede que sean los efectos inmediatos del vacío que sigue a la introspección colectiva de todo cónclave congresual. O puede que sea el inicio de una prolongada introspección a base de declarar que los socialistas ya sólo se preocupan de los problemas de la gente.

Kepa Aulestia

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