Menos creatividad

La creatividad cotiza al alza en la vertiente especulativa de la política. Es habitual pedir a los responsables institucionales y a las formaciones representativas audacia, imaginación y voluntad de cambio. Pero, cuando la diatriba diaria se ve dominada por el trilerismo de “a ver cómo descoloco a este”, la demagogia que encierran tales demandas es correspondida con ofertas que no pasan de ser meras ocurrencias. La política convencional se basa en la gestión contenida de los cambios porque es esencialmente conservadora. Su patrimonio de ideas y propuestas es limitado, porque la política partidista no es especialmente productiva y sobrevive tratando de no desconcertar a los propios. Además todo cambio en política constituye una concesión a otros -adversarios, grupos sociales- que, una vez aplicada, despoja al donante de unos bienes -legislativos, presupuestarios- que podrían resultarle vitales en una ocasión más apurada. Hace unos años se hizo popular el concepto geometría variable, que, en el fondo, defendía la posibilidad de una Unión que obtuviese la máxima eficiencia de sus instituciones con la mínima integración europea. Esa misma idea -que José María Aznar cogió al vuelo para definir su inédita “segunda descentralización”, llamada a incrementar las competencias locales- asoma en cierto modo en el debate sobre el encaje de la Generalitat en el Estado constitucional o la salida definitiva de Catalunya de España.

Claro que el abanico de la variabilidad geométrica abarca en este caso desde la independencia hasta la recentralización. La creatividad de la política -que es estéril, por ejemplo, a la hora de pensar un servicio público de empleo- se vuelve de pronto fértil cuando de lo que se trata es de reordenar el poder territorial. Se demostró en la agregación de propuestas que dio lugar a los primeros borradores del Estatut de 2006, se ha demostrado en las recomendaciones y sugerencias jurídicas que han conducido a la fabulación de que la consulta del 9-N era perfectamente constitucional. Fue creativa la ideación de un plebiscito con dos preguntas sucesivas y la sugerencia de un Estado no dependiente aun más difícil de imaginar que otro independiente. La creatividad está presente también en la sucesión de actos jurídicos e institucionales de la Generalitat que caminan por los límites del suelo firme, como si un funambulista se exhibiese acompañado en todo momento de su abogado.

La creatividad se vuelve selectiva. Acaba refiriéndose únicamente a la delimitación de las fronteras competenciales y a la búsqueda de atajos argumentales que procuren apariencias de legalidad. Lo importante es ejercer todos los derechos de propiedad sobre la casa del padre, por evocar la tradición vasca. A nadie debería importar ahora qué se vaya a hacer después con y en ella. Los bosquejos que circulan sobre el Estado catalán independiente no anuncian un poder más innovador, participativo o justo. Como tampoco existe una idea desarrollada sobre ese otro Estado no independiente, sin duda porque no es una opción que interese a los promotores de la consulta. La creatividad es ficticia cuando se arrebuja en la doble idea de que todo es posible y de que los cambios comportan muchas más ventajas que sacrificios. Lo que ocurre es que se trata de una opción imbatible frente a la indefinición de la reforma federal del Estado por parte socialista y frente a la impasibilidad legalista de un Rajoy que, en este tema, gusta de referirse al presidente en tercera persona. Pero ello no confiere garantías de éxito a una creatividad que al final se reduce al “queremos votar”. Una opción creativa deja de serlo cuando suscita más incógnitas que respuestas ofrece.

Desde el momento en que el 9-N se presenta como un acto de voluntad, como un compromiso inalterable cuando todo apunta a su imposibilidad material, la búsqueda de fórmulas que permitan salvar los obstáculos judiciales conduce a la frustración. Esos obstáculos pueden generar indignación y hasta rabia cuando se vuelven más inamovibles que la fecha fijada para la consulta. Pero ni todas las beatíficas consideraciones que puedan esperarse del Tribunal Constitucional en torno al derecho a decidir podrán soslayar la anulación o la suspensión del 9-N. El desarrollo del cónclave que el pasado viernes celebraron las formaciones comprometidas con su convocatoria fue muy elocuente respecto a los límites de una creatividad formal, cuando el único consenso está condenado a materializarse a modo de denuncia institucional de la suspensión o de la anulación. La creatividad no exige un sinfín de iniciativas noticiosas, sobre todo si sus frutos anuncian una cosecha dilatada e incierta. La creatividad debe ofrecer alguna salida real, aunque sea poco novedosa.

Kepa Aulestia

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