¿Menos productividad por culpa de la tecnología?

Estos últimos años, el crecimiento de la productividad en las economías desarrolladas estuvo estancado, y las principales explicaciones tienen que ver con la tecnología. Se supone que el avance tecnológico debería aumentar la productividad y el crecimiento potencial de las economías. ¿Qué está pasando?

Martin Feldstein (de la Universidad de Harvard) sostiene convincentemente que en realidad el crecimiento de la productividad es mayor a lo que parece, porque las estadísticas oficiales “subestiman groseramente el valor de las mejoras en la calidad de los bienes y servicios que ya había” y “ni siquiera tratan de medir la plena contribución” de los bienes y servicios nuevos. El autor asegura que es probable que con el tiempo estos errores de medición se estén volviendo más importantes.

Robert Gordon (de la Northwestern University) no es tan optimista; sostiene (también convincentemente) que no se puede esperar que las innovaciones actuales en áreas como las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) tengan el mismo efecto económico de innovaciones del pasado, como la electricidad y el automóvil.

Pero no sólo es posible que las TIC y otras tecnologías nuevas tengan menos efecto positivo sobre la productividad y el crecimiento del PIB que los inventos del pasado, también puede ser que tengan algunos efectos negativos. No hace falta ser un neoluddita para admitir que la innovación tecnológica puede traer problemas de productividad.

El primero tal vez sea obvio: la disrupción tecnológica es (la palabra lo dice) disruptiva. Obliga a la gente a obtener nuevas destrezas, adaptarse a sistemas nuevos y cambiar su modo de conducta. Una nueva generación de software o hardware traerá más capacidad, eficiencia o rendimiento, pero al menos una parte de esas ventajas se pierde por el tiempo que los usuarios tienen que dedicar a aprender a usarla. Y la transición suele estar plagada de fallos.

El cambio acelerado de las tecnologías digitales modernas también genera problemas de seguridad: spam, virus, ciberataques y otras clases de fallas de seguridad que pueden causar costos importantes a empresas y hogares.

Luego está el impacto de la conectividad sobre la vida cotidiana, incluida la capacidad de trabajar y aprender. Los empleados se enfrentan a una multitud de distracciones en la forma de e‑mails extralaborales, redes sociales, videos de Internet y videojuegos, que contrarrestan al menos parte del potencial de mejora de la productividad que esa misma conectividad supone. Estas desventajas pueden ser todavía más marcadas en el caso de los teletrabajadores.

Del mismo modo, el teléfono inteligente moldeó las mentes de los jóvenes, que apenas recuerdan cómo era el mundo antes de que hubiera tantas actividades adictivas (de videojuegos a redes sociales) disponibles todo el tiempo. Según un estudio reciente, las actividades recreativas digitales explican en parte una reducción de la oferta de mano de obra entre los hombres de 21 a 30 años de edad. Además, hay investigaciones que muestran que la presencia de computadoras portátiles en el aula perjudica el aprendizaje, incluso si se usan para tomar notas, y no para navegar por Internet.

A esto hay que sumarle que en algunos contextos los teléfonos inteligentes atentan contra la seguridad física. La Administración Nacional de Seguridad Vial de los Estados Unidos informa que en 2015 murieron 3477 personas y sufrieron heridas otras 391 000 en accidentes automovilísticos causados por conductores distraídos, siendo la causa principal el envío de mensajes de texto, particularmente entre los jóvenes.

Además, las criptomonedas como el bitcoin hasta ahora no cumplieron las expectativas que generaron. En vez de ser medios de pago o almacenamiento de valor más eficientes que el dinero convencional, parecen alentar el desvío de recursos en detrimento de usos productivos. También son perjudiciales para el medioambiente, por el alto consumo de energía del proceso de “minería”; y el anonimato total que ofrecen facilita el delito.

Más allá de los efectos negativos directos e indirectos de las nuevas tecnologías sobre la productividad, existe el riesgo de que estén empeorando la calidad de vida de la gente. Por ejemplo, a casi nadie gustan las llamadas telefónicas automatizadas que para muchos de nosotros ya son una plaga.

También está el omnipresente problema de las “noticias falsas”. La llegada de los “nuevos medios” digitales se anunció como una tendencia democratizadora, que daría a la gente de a pie cierto grado de control sobre las “ondas etéreas” quitándoselo a las grandes empresas y a las instituciones establecidas. Pero al final se descubrió que “democratizar” la información no siempre es bueno para la democracia. Por ejemplo, está comprobado que las noticias falsas en Twitter se difunden más rápido que las verdaderas. Esto no sólo supone que en muchos casos los ciudadanos estén menos informados; también permite a figuras públicas (entre las que se destaca el presidente estadounidense Donald Trump) desestimar como “falsas” noticias que son verdaderas.

Y estos son sólo los efectos negativos de la tecnología informática. Otras innovaciones tecnológicas con perjuicios evidentes incluyen los analgésicos opiáceos y el desarrollo de armas cada vez más avanzadas.

Pero no estoy sugiriendo que el efecto neto de los últimos avances tecnológicos sea negativo. Por el contrario, muchos trajeron enormes beneficios, y es probable que sigan haciéndolo.

Puede que la tecnología todavía tenga un potencial de mejora de la productividad sin explotar. Historiadores como Paul David y expertos en tecnología como Erik Brynjolfsson, Daniel Rock y Chad Syverson sostienen que los grandes avances (como la máquina de vapor, la electricidad o el automóvil) siempre tardan en generar mejoras económicas netas, porque para ello es preciso reconfigurar las empresas, los edificios y las infraestructuras. Es de suponer que lo mismo sucederá con las tecnologías recientes.

Pero esto no es motivo para ignorar las consecuencias negativas de los nuevos inventos. Como advirtió un grupo de tecnólogos de Silicon Valley: “La tecnología está secuestrando nuestras mentes y la sociedad”. Debemos recuperar el control; no nos quedemos en hacer un mundo más “inteligente”, también debe ser inteligente el uso que hagamos de él.

Jeffrey Frankel, a professor at Harvard University's Kennedy School of Government, previously served as a member of President Bill Clinton’s Council of Economic Advisers. He is a research associate at the US National Bureau of Economic Research, where he is a member of the Business Cycle Dating Committee, the official US arbiter of recession and recovery. Traducción: Esteban Flamini.

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