En la actualidad, y no solo en España, hay un extendido descontento con toda la clase política, así que no es de extrañar que haya protestas a todos los niveles. Conviene recordar que no somos el único país democrático decepcionado con sus dirigentes.
Todo esto no es nuevo, así recuerdo vivirlo en el país más democrático del mundo, con el escándalo Watergate, que comenzó en 1972 con el arresto de cinco hombres de la CIA que habían allanado la sede del Partido demócrata. Aquel caso acabó con la carrera del entonces presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, gracias al tesón de dos reporteros del Washington Post. Pero para una importante parte de la población, por su juventud, ninguno de esos nombres significa mucho, así que recordaré algunos actuales muy preocupantes.
El pasado 14 de mayo oí en la CNN al coronel Morris Davis, quien fuera hasta 2008 fiscal jefe de las comisiones militares en Guantánamo. Davis decía estar muy molesto ante el retraso del presidente Obama en cumplir con su promesa de abandonar Guantánamo. Como ya denunciara Amnistía Internacional u otras organizaciones, en esa execrable prisión un gran número de prisioneros llevan tiempo en huelga de hambre y están siendo alimentados contra su voluntad, lo que conlleva la presencia de todo un equipo de profesionales sanitarios. Varios medios de comunicación han cubierto profusamente el problema de Guantánamo y ya se habla de más un centenar de prisioneros en huelga de hambre de los 166 que todavía siguen allí, y que muchos de ellos están siendo alimentados a la fuerza por 40 médicos y enfermeros desplazados para evitar su muerte por inanición y el problema legal que eso supondría para la administración Obama.
Ésta es una de las mentiras que se van conociendo del presidente Obama, el defensor de los derechos humanos, al que se le dio sorprendentemente un Premio Nobel nada más empezar su mandato (la glosa asegura que por sus extraordinarios esfuerzos para reforzar la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos).
Desde luego, las críticas a Guantánamo, que para muchos se ha convertido en el símbolo de la violación continuada de los derechos humanos en los países democráticos, han sido una constante desde su apertura en enero de 2002.
El humorista del Washington Post Tom Toles, ironizaba en su dibujo satírico recogido el 7 de mayo en el Herald Tribune, mostrando a Obama tratando de hablar con el Congreso (representado por un policía muy de película de Charlot) y cuando Obama dice que le gustaría discutir la situación de Guantánamo, situado justo detrás del policía, éste le responde que ha tirado la llave. Si uno se fija, al pie hay otro «mini Obama» que pregunta al «mini policía» «¿Qué es ese zumbido que se oye?» Y el poli responde: «la libertad vuela». El chiste acompaña a un artículo de James Carroll en el que clamaba contra los ciudadanos americanos porque no criticaban las vergonzosas acciones del gobierno en lo que concernía a Guantánamo, ya que a muchos prisioneros nunca se les ha acusado y que están detenidos ilegal e indefinidamente en ese centro, mientras los americanos están dejando a los líderes elegidos en las urnas «traicionar la constitución». Es grave que el presidente de un país democrático no se sienta presionado por una gran cantidad de americanos que han pedido el cierre de esa inusual prisión. Una promesa que le llevó a la Casa Blanca.
No es la primera vez que el presidente Obama miente. El volumen 480 de la revista Nature de diciembre de 2011 habla de la posición del presidente sobre la píldora anticonceptiva de emergencia, la llamada «del día después». Al principio de su mandato Obama reunió a un número de científicos en la Casa Blanca y les dijo que las cosas serían diferentes durante su presidencia y les prometió que la Agencia no se metería nunca en sus decisiones y que mantendría su integridad científica. Literalmente dijo que su ambición era «Dejar a los científicos, como los que están aquí hoy, hacer su trabajo, libres de manipulaciones o coacciones, y escuchar lo que nos dicen, incluso cuando es inconveniente —especialmente cuando es inconveniente»—. No obstante, recientemente ha demostrado una traición a estos principios, ya que defendió la decisión de Kathleen Sebelius, secretaria de Sanidad y de Servicios Humanos de los Estados Unidos, que anuló unos fármacos aprobados por la FDA (Agencia de Alimentos y Medicamentos).
Para la gente de mi generación es muy preocupante que se esté perdiendo lo más atractivo de la América que yo conocí: el creciente valor de las libertades civiles, la defensa de las minorías, de los oprimidos. También en España, con las expectativas que todos pusimos en la Transición en que se lograran mucho mayores grados de libertades individuales y de compromisos del poder con los ciudadanos, observamos el mismo deterioro.
En muchos países democráticos es posible que, con la excusa de evitar el terrorismo o cualquier tropelía grave, abusen de un ciudadano sin explicación alguna. Incluso que, cuando un tribunal de justicia condene por tortura a un miembro de las fuerzas de orden público, el gobierno de turno, arbitrariamente, le conmute la sentencia. Y esto no es admisible ni aceptable. Ni es admisible que el señor Obama mienta, o que lo haga cualquier presidente electo, y, aunque muchos lo critiquen, él no haga caso.
Y ahora, los nuevos escándalos de las escuchas ilegales y los drones.
Respecto a las escuchas telefónicas, la administración Obama se une a la larga lista de personajes que han optado por este sistema de espionaje, que, como indicaba al inicio del artículo, supuso la dimisión de un presidente americano. En Reino Unido precipitó hace apenas un año el cierre del periódico Newsofthe World, propiedad de Rupert Murdoch, y sus consecuencias legales todavía no han terminado. En España también hemos tenido un episodio en que se vio implicada una agencia de detectives catalana. La Associated Press ha denunciado que los teléfonos de sus periodistas estaban pinchados. Tanto Obama como su fiscal general han asegurado que la Casa Blanca no estaba implicada, además de justificar el espionaje para buscar a un topo entre los suyos.
Más sangrante (hasta ahora han reconocido el asesinato «accidental» de cuatro ciudadanos americanos durante los ataques) es el empleo de estos aviones no tripulados y de alta precisión usados en países como Yemen o Pakistán, que no están en guerra con los Estados Unidos. Hasta los mismos altos oficiales americanos de las administraciones Bush y Obama se han mostrado contrarios a su empleo, propuesto para disminuir el número de soldados muertos, que habían causado los «ataques antiterroristas» de las guerras de Irak y Afganistán. Me molesta en primer lugar el cinismo de reconocer las muertes de ciudadanos americanos, y no hablar de los civiles paquistaníes o yemeníes heridos o asesinados. Todos los inocentes merecen el mismo trato. Los gobiernos no pueden, ya no, atacar a los ciudadanos que les resultan sospechosos. Esos gobiernos paranoicos deben ser evitados.
Empieza a resultar lamentable que cuando sorprendemos a los políticos en «comportamientos impropios» se limiten a negarlos.
Santiago Grisolía, presidente ejecutivo de los Premios Rey Jaime I.
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