Mentiras y censuras

Cathy Young, colaboradora del New York Times y del Washington Post, publicó no hace mucho en España un artículo titulado «Las feministas tratan mal a los hombres». Allí se leía: «El feminismo debe incluir a los hombres, no sólo como aliados sino como socios, con una misma voz y una misma humanidad».

Tras la publicación, la Defensora del Lector del diario madrileño en cuestión aseguró que nunca había recibido tan duras protestas, muchas de ellas censurando que el artículo hubiera sido publicado. Por ejemplo: «Nos parece alarmante que cuando miles de mujeres en todo el mundo son asesinadas y violadas por hombres […] se publique un artículo que no ataca a los responsables […] sino a las feministas que lo denuncian».

Mentiras y censurasNo es preciso ser Kant para descubrir que existe en España un feminismo radical que en lo tocante a la violencia contra las mujeres está dispuesto a demostrar que los varones españoles, sólo por serlo, son maltratadores y asesinos en potencia, aunque para ello tenga que ocultar la realidad.

Es bien sabido que uno de los objetivos de todo sectarismo es ocultar la realidad. En el caso de la «violencia de género» queda claro:

1. ¿Usted ha visto alguna vez estadísticas que muestren si en España hay más o menos «violencia de género» que en los países nórdicos? No las ha visto usted porque no interesa que se vean, pues hay menos violencia en España.

2. ¿Existen denuncias femeninas falsas por delitos de violencia doméstica? Juezas y fiscalas ocupadas de estos asuntos sostienen en privado que las denuncias falsas abundan, pero las radicales lo niegan.

Lo niegan aquí y en Alemania. Según ha narrado Ramón Aguiló, profesor en Bremen, el pasado 22 de agosto un juzgado berlinés puso fin a un contencioso que ha durado cuatro años envuelto en polémica, el caso Lohfink. El proceso ha estado marcado por el axioma «políticamente correcto» según el cual «siempre hay que creer a las víctimas de violaciones». Bajo tal premisa, el feminismo radical ha elevado a GinaLisa Lohfink al grado de heroína, pero la complejidad de la vida no cabe ni en un eslogan ni en cualquier axioma.

Los hechos judicialmente probados dicen que Gina-Lisa Lohfink subió con Sebastian C. y Pardis F. al piso de uno de ellos y tras los preliminares se pusieron a fornicar. Mientras uno de los varones estaba en «la batalla», el otro le jaleaba como si aquello fuera un torneo deportivo. Y no se quedó ahí, sino que, echando mano del móvil, se dedicó a grabar aquellas escenas y las metió en la red. En una de esas escenas se ve y se oye a Gina-Lisa decir: «No, para». Pero ¿a quién se lo dijo? ¿A quien estaba yaciendo con ella o al que estaba grabando la escena? En el primer caso sería una violación, en el segundo no.

Al subir la grabación a la red sin permiso, los dos fornicadores cometieron un delito por el que fueron castigados, pero el asunto principal, el de la violación, es el que acaba de sustanciarse y condena a Gina-Lisa Lohfink a pagar 20.000 euros de multa por acusación falsa. La sentencia deja claro que Lohfink se quedó tras la presunta violación un día entero en el apartamento en el cual, supuestamente, había sido violada, y en esas horas no ocurrió nada anormal. Es más, por la tarde se citó con el segundo acusado, con el que pasó toda la noche.

El abogado de Lohfink, Burkhard Benecken, consideró que todo eso era irrelevante, pues las imágenes hablaban por sí solas: «No es siempre no y para es siempre para». Sin embargo, la jueza Antje Ebner ha considerado que en ningún momento Lohfink se defiende o se aparta de su presunto violador mientras pronuncia esas palabras. De lo cual se deduce que se dirige a quien está grabando con el móvil.

Ebner ha acusado a Lohfink y a su abogado de haber hecho la denuncia con la sola intención de lograr publicidad mediática. Según la jueza, al fingir la violación sólo quería proyectarse a sí misma como estandarte del feminismo oprimido.

Estos y otros dislates son expresión del pensamiento políticamente correcto que ha tomado por la sobaquera a buena parte de la izquierda española y europea. Pondré un ejemplo venial, lo escribió a propósito del «burkini» Carmen Montón, secretaria de Igualdad del PSOE y consejera de Sanidad valenciana: «Tanto quienes imponen el uso de todo tipo de velos y vestimentas a las mujeres, desde Irán hasta Arabia Saudí, como quienes pretenden prohibirlo en Francia, Italia o España, no están preocupados por los derechos de esas mujeres. Para ellos, las mujeres, todas las mujeres, no son sujeto de derechos».

Osea que, según sostiene Montón, para el laicismo republicano francés (esté o no equivocado con esto del «burkini»), «las mujeres no son sujeto de derechos». Y Montesquieu sin enterarse. Pero ¿qué hay detrás de lo políticamente NIETO correcto?

Sartori, que lo aborrece, ha escrito que es solo «un conjunto de pensamientos muertos que ya no piensa, sino que repiten obsesivamente eslóganes y consignas. Por tanto, la corrección política ni configura un sistema ni busca la coherencia interna».

Uno de los «padres fundadores» de la corrección política, William A. Henry, ya enseñaba la patita: «En lugar del pluralismo y la libertad individual, lo políticamente correcto acaudilla la defensa de los derechos normativos de la comunidad. En lugar de la libertad de expresión, se exige la supresión de la expresión si un grupo de víctimas la considera ofensiva».

Ya lo escribió Orwell en «1984»: «Lo que se pretendía con la adopción de la neolengua y la supresión de la vieja era que cualquier pensamiento divergente de los principios del régimen fuera “literalmente impensable”».

Javier Pamparacuatro (Revista Claves) ha ido un poco más allá: «La corrección política no es la ley del más débil; es ante todo la ley del silencio. Del peor de los silencios, el silencio interiorizado de aquel que se resigna a estar amordazado. No hay peor mudo que el que no quiere hablar».

Joaquín Leguina, expresidente de la Comunidad de Madrid.

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