Mentirosos o ilustrados

Por Agapito Maestre, catedrático de Filosofía, escritor y ensayista (EL MUNDO, 16/09/06):

El diario El País es el instrumento más poderoso que tiene el PSOE para mantenerse en el poder, porque es, sencillamente, una maquinaría perfecta de difundir mentiras. Lejos del pensamiento políticamente correcto, falso y complaciente con sus autoengaños, que cree vivir en una época ilustrada, es necesario esforzarse en mostrar que la difusión de la verdad es mucho más difícil que la divulgación de mentiras.

Vivimos, pues, en una época de ilustración, necesitada de medios de comunicación que se esfuercen por investigar la verdad, e informarnos con claridad y transparencia. La sociedad democrática requiere medios que nos ayuden a formarnos un juicio público sobre nuestra situación política. Justo lo contrario de la portada de El País del miércoles, 13 de septiembre, que es una de las mejores pruebas de que la información veraz, la investigación esforzada y la generalización de la razón son palabras vacías, excusas, para ocultar sus pérfidas intenciones: sembrar de mentiras el espacio público para descalificar a los medios ilustrados, que tratan de alcanzar una verdad sobre lo sucedido el 11-M.

Es cierto que difundir mentiras es más fácil que divulgar verdades, entre otras razones, porque el mentiroso tiene la gran ventaja de conocer previamente lo que desean o no quieren escuchar sus audiencias. El lector de El País no quiere oír hablar ni de lejos del atentado del 11-M. No está dispuesto a dejarse incomodar por las investigaciones de los medios de comunicación ilustrados. No quiere que nadie le remueva su conciencia por sugerirle que quizá votó coaccionado por la manipulación de un brutal atentado. Tampoco está dispuesto a reconocer que el Gobierno no ha conseguido superar su déficit de legitimidad de origen con un ejercicio democrático sostenido y continuado a la hora de investigar lo sucedido el 11-M.

Por todo eso, porque el lector de El País es un ser instalado cómodamente en lo que ordenen los dirigentes socialistas en general, y su periódico en particular, está predispuesto a recibir cualquier consigna que refuerce su estado de letargo y autoengaño ante lo real. Sabedores de esos límites de sus lectores, El País preparó el miércoles un relato para el consumo público con la astucia de hacerlo verosímil, mientras que la realidad de los medios que investigan el 11-M tiene la dificultad de enfrentarnos ante lo contingente e inesperado.

La mentira, sí, oculta la realidad, pero sólo momentáneamente, porque ésta acaba imponiéndose. A los lectores de El País les bastaba una pregunta, por ejemplo, de dónde procedía su noticia para desmontar sus falsificaciones. Pero ni siquiera se descalifica el montaje de ese periódico porque el Gobierno le hubiera filtrado una conversación reservada, sino, simplemente, porque el propio medio ya no tiene credibilidad suficiente para mantener mentiras de ese cuño político.

En efecto, siempre se ha dicho que la mentira es el arma más poderosa que mueve el mundo, pero aquélla pierde vigencia, no tiene perdurabilidad alguna, cuando se descubre al mentiroso, que es lo mismo que descubrir la mentira. El País hace tiempo que perdió su fuerza, porque fue descubierta su trampa. De vez en cuando, especialmente cuando la cosa se pone fea para el poderoso socialismo español, deja de utilizar la información para mentir y pasa directamente a la guerra. Al amarillismo total. Es lo que le sucedió el miércoles con una portada de consigna e intervención inmediata. Construida para ser repetida en mitines y manifestaciones, que son los ámbitos de formación -aunque mejor sería decir deformación- política del presidente del Gobierno, contenía todos los elementos del mito clásico para ocultar la verdad.

Desaparecido su crédito de periódico de referencia ciudadana, todos sus esfuerzos los concentra en la agitación y la propaganda de los militantes socialistas. Es consciente de que también el militante honrado, el votante de base, corre el peligro de abandonar al Gobierno, que está acorralado por todas partes. Ha renunciado al pensamiento libre. Sólo está interesado en llevar hasta sus últimas consecuencias la naturalización del juicio histórico, que es el último precipitado ideológico del totalitarismo socialista. La portada del miércoles es representativa de una de las figuras más sobresalientes del pensamiento totalitario: negación de la oposición y los medios de comunicación esenciales para formar la opinión pública. Dos por el precio de uno: la teoría conspirativa del 11-M del PP, sentencia El País, ha sido desenmascarada, porque EL MUNDO paga la información. La intención perversa era obvia y cruel: «Mientras EL MUNDO pague, les cuento la Guerra Civil».

Sin embargo, el montaje de El País calumniando a este diario ha logrado el efecto contrario que pretendía. La mentira ha sido vencida por la verdad. La línea de investigación de EL MUNDO ha salido fortalecida ante la sociedad, porque a las pocas horas se ha revelado qué había detrás de ese montaje. Sí, sólo y exclusivamente había una mentira. Y ésta no ha podido con la realidad. El engaño perdurable no figura entre las conquistas de un periódico con elementos de pensamiento totalitario. Más aún, llega un momento que la mentira se torna contraproducente. Este punto se ha alcanzado ya en España. La ciudadanía española, incluida la que vota al PSOE, ha llegado a tal grado de hastío ante las mentiras de El País y la falta de voluntad del Gobierno por investigar que pasó el 11-M, que ya no sirven, o peor, son contraproducentes.

Se ha vuelto a demostrar que la mentira, tanto en política como en periodismo, tiene un recorrido corto y, a veces, efímero. Pero, sobre todo, ha mostrado que el periódico de PRISA, lejos de los errores zafios que contiene el montaje de la portada y la información interior, es un auténtico medio, un obstáculo real, para mostrar a sus lectores una información y opinión genuinamente elaboradas con los criterios mínimos de una prensa ilustrada. El País del día 13 sintetizó ejemplarmente que sus notas esenciales son su falsedad, su voluntad de encubrimiento y, en definitiva, su condición de mentira deliberada.

Lo más grave del asunto es que esa política de mentiras no está apenas dirigida hacia el competidor comercial, el adversario político, o el enemigo económico irreducible a sus poderes, como uno pudiera sospechar a primera vista, sino que está destinada casi exclusivamente al consumo interno de los votantes socialistas y lectores del diario de PRISA. Sí, El País miente a El País. Se miente a sí mismo. Terrible. Su único objetivo, como en los países más esquizofrénicamente totalitarios, es el autoengaño. Las inmensas minorías que hoy leen ese medio necesitan de estas tretas para seguir engañándose permanentemente, o sea, arrastrándose por un lodazal político sin ningún sentido. El resto de sus lectores ya se conforman con sus productos cotidianos, políticamente correctos, e informativamente livianos, para satisfacer su estado de cinismo interior y apatía exterior.

Sus burdas mentiras, fácilmente desmontables por cualquier ciudadano medio, lector de otros periódicos y atento a la realidad, son, sin embargo, para los consumidores de El País verdades absolutas no susceptibles de ser puestas en duda. Esto es lo verdaderamente extraordinario. Al lector de El País no le importa la realidad sino lo que dice de ella su periódico. Sólo le preocupa el enunciado seco y terminante de condena o absolución, una sentencia, y nunca mejor dicho, alejada de cualquier complejidad o justicia narrativa. La imposibilidad que tiene el lector de El País de ilustrarse, de salir de su minoría de edad, a través de la lectura de este medio resulta pavorosa. La mentira, sí, que ve y descubre con sencillez cualquier ciudadano ilustrado, observador imparcial o apasionado de la realidad política y dispuesto a cambiar su voto, después de estudiadas las diferentes ofertas electorales, no es vista por el lector de El País sino como un mito. Una forma naturalista de orientarse en el mundo sin prestar atención a la complejidad de lo real.

La cuestión es trágica. Puesto que sin ilustración, sin voluntad por salir de su auto-culpable minoría de edad intelectual, por decirlo kantianamente, los lectores de El País no podrán ser ciudadanos. ¿Por qué le cuesta tanto al lector de ese diario desmontar lo que ya ha desmontado el hombre ilustrado?, ¿por qué le es tan complicado reconocer un montaje tan grosero como el del culpar a EL MUNDO de dar informaciones compradas a delincuentes? No pueden descubrir estas mentiras, en verdad, porque no han podido aún situarse ante la circunstancia básica de los medios de comunicación españoles frente al 11-M. Los lectores de El País son incapaces de aceptar la realidad de los medios de comunicación españoles ante el atentado terrorista más grande de la Historia de España.

No comprenden que hay dos actitudes ante el terror: o cerrar los ojos o abrirlos, o entregarse o combatirlo, o allanarse o enfrentarse. Ante el 11-M los medios han adoptado las dos actitudes. Por un lado, EL MUNDO representa a quienes quieren saber qué sucedió de verdad el 11-M, quiénes fueron los autores materiales y los intelectuales y qué significado ha tenido para el devenir de la nación española. Por otro lado, El País es el patrocinador de quienes no desean conocer la verdad sobre el 11-M; quieren pasar página y empezar de cero como los simios. Mientras que los primeros son medios ilustrados, los segundos son medios por ilustrar. Mientras que los primeros luchan por la verdad, los segundos no se atreven a saber porque quieren ser guiados por los poderosos. Mientras que los primeros quieren ejercer su profesión, los segundos se abandonan a los dictados de los poderosos.

Pero, lo más desgraciado es que los malos periódicos, como los malos libros, pueden ser armas de guerra mucho más poderosas que las palabras sonoras, fuertes y bien argumentadas. Les basta actuar como meros mediadores entre el poder y los ciudadanos para satisfacer su cuenta de resultados e, indirectamente, al poder que lo sostiene.