Més España, si us plau

Hay un procés de secesión política en Cataluña que el Estado trata de desmontar aplicando la Constitución y restaurando la legalidad en esa parte de España. El 21 de diciembre sabremos qué obstáculos vamos a tener que salvar para lograrlo.

Porque hay otro procés de secesión cultural, promovido por los mismos con el fin de hacer inevitable el primero, cuyo desmontaje será más difícil en la medida en que la vuelta a la normalidad política se produzca a cambio del afianzamiento de las anomalías culturales. Ese camino no dejaría de ser un rodeo para llegar más tarde al mismo lugar.

Durante décadas, desde la educación y los medios de comunicación, los separatistas han fabricado un relato histórico tan falso y una visión del presente tan distorsionada que cientos de miles de catalanes creen llegada la hora de recuperar la condición de nación independiente que España les arrebató en 1714 como única forma de sacudirse el maltrato y la discriminación de que son objeto por parte de ese “Estado opresor”.

Pero la verdad histórica, comprobable y contrastable, demuestra que nunca existió esa nación; que fue un invento de las élites económicas de finales del siglo XIX, reactivado por Pujol y no desactivado por ninguno de sus sucesores; que todos los Gobiernos españoles desde 1714 han favorecido el desarrollo de Cataluña en detrimento de la España interior, un desarrollo a costa de hombres, recursos y mercados del resto del país; que la Cataluña “rica y plena” debe mucho a su situación estratégica y no a un genio especial que no tengan las gentes de la sierra de Albarracín; que del maltrato y la discriminación de los últimos años es responsable la muy neoliberal derecha catalana de Mas y Puigdemont; que la corrupción política no es privativa de Madrid y que no ha sido España quien les ha robado sino algunos de sus más egregios próceres.

Ahora bien, aparte de otras negligencias culpables de la política española, nos engañaríamos a nosotros mismos si no asumiéramos que el procés ha prosperado también como resultado de un repliegue continuado del Estado que, renunciando a un ejercicio efectivo de la inspección educativa y a políticas culturales y de comunicación propias ha dejado el campo libre a los separatistas.

No ha sido esa la única renuncia. Desde hace mucho tiempo, hemos desertado de la reivindicación de una idea de España capaz de seducir a todos y que todos pudiéramos compartir. Algunas derechas, condescendiendo con una inaceptable visión centralista, no han dejado de proporcionar argumentos a los independentistas.

No menor ha sido el favor hecho al procés por algunas izquierdas, que, al identificar la unidad de España con el franquismo, considerar la Transición como una operación política fallida partera de una democracia ilegítima y seguir otorgando a los nacionalismos periféricos el componente liberador que tuvieron entonces, regalan a los separatistas coartadas formidables.

No podemos persuadir a nadie de que permanezca en una casa que ni a nosotros mismos parece gustarnos. Por eso, tengo la convicción de que no solventaremos el problema de Cataluña sin reivindicar activamente a España como el gran país que es. Sin reivindicar la España que se hizo universal a través de su cultura y su idioma; la de las Cortes de Cádiz, que acuñaron para el mundo el término liberal; la de Machado, Cajal y Azaña; la de la Residencia de Estudiantes de Buñuel, Lorca y Dalí; la de Miguel Hernández y Salvador Espriu; la de Américo Castro y Vicens-Vives; o la de Serrat y Sabina.

Sin reivindicar España como espacio único de ciudadanía, impensable sin Cataluña e inviable esta a su vez fuera de España, dada la red inextricable de nexos históricos, económicos, culturales y afectivos que las unen; sin reivindicarla regida por una de las Constituciones más avanzadas del mundo en derechos y libertades; sin reivindicarla como uno de los países más descentralizados; como una democracia de mejor calidad que la francesa o la belga y no inferior a la británica.

En definitiva, no habrá solución si no conseguimos cohesionar de una vez al país en torno a un verdadero patriotismo constitucional, en torno a una Constitución reformada y a una idea de España compartida, de su historia y de su realidad presente. Por lo demás, no me cabe duda de que ese ha de ser el principal empeño colectivo de nuestro tiempo, que trasciende a la política, que concierne a la sociedad en su conjunto y en el que Aragón, por su proximidad a Cataluña en varios aspectos, tiene mucho que decir.

Javier Lambán Montañés es presidente del Gobierno de Aragón.

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