México: ahora toca gobernar

Por Carlos Malamud, profesor de Historia de América de la Universidad a Distancia e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano (ABC, 07/09/06):

Finalmente se despejaron las incógnitas del período poselectoral y Felipe Calderón, el candidato panista, fue proclamado presidente electo por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). Todo el proceso tras las elecciones del 2 de julio, comenzando por el escrutinio y su validación y terminando en la posterior batalla judicial, estuvo tachonado de diversos incidentes, mayoritariamente promovidos por la tozudez y la irresponsabilidad cívica de Andrés Manuel López Obrador, candidato de la Coalición Por el Bien de Todos.

Con una postura mesiánica y populista, López Obrador se ha erigido, y pretende seguir haciéndolo, salvo que alguien desde sus filas tenga la suficiente autoridad moral para que cambie de opinión, en el oráculo y portador de la verdad revelada de cuanto acontece en México. Desde la noche del domingo electoral señaló que él, y sólo él, era el verdadero, e irreversible, triunfador, por encima de cualquier otra postura, por encima de las valoraciones de los observadores internacionales y nacionales, por encima de los fallos de las distintas instancias judiciales y administrativas encargadas de velar por la pureza del sufragio y por encima de los juicios de influyentes sectores de la opinión pública internacional que lo habían apoyado, pensando que podía representar el cambio que tanto necesita México. Por eso, el político de Tabasco no se apeó de su creencia sobre el resultado. De ahí que mantenga, contra viento y marea, que él es el único vencedor y que un complot internacional, producto de la más sofisticada y extensa conspiración nunca vista en la historia universal, le robó la cartera.

Como el pueblo mexicano es el dueño de su soberanía, López Obrador, que actúa por el bien de todos e interpreta cabalmente el sentir de todos los mexicanos, es quien mejor puede decir lo que ellos quieren. Según su opinión, los mexicanos no quieren las instituciones corruptas que los gobiernan y sólo quieren convocar una Asamblea Constituyente para elaborar una verdadera constitución republicana, que restaure los valores revolucionarios y republicanos dilapidados por los gobiernos corruptos. Todavía no está claro el camino para alcanzar su fin. Puede ser un gobierno paralelo, un presidente alternativo, la resistencia pasiva, una asamblea popular, pero el pronóstico hecho por su círculo más estrecho es que el nuevo gobierno, carente de legitimidad de origen, no va a durar mucho.

Para lograr sus fines López Obrador amenaza a las Fuerzas Armadas, buscando que no intervengan en la represión de su movimiento. También confía en el pueblo y en sus más leales seguidores, movilizados en los campamentos y plantones establecidos en el Zócalo capitalino. Ahora bien, el principal problema de López Obrador para hablar en nombre del pueblo mexicano es que sólo representa (o representaba el día de la votación) a un tercio de los electores mexicanos. Según las encuestas recientes, su popularidad ha caído en picado en las últimas semanas, debido básicamente a la incoherencia, intransigencia y radicalidad de sus propuestas.

Por eso extraña que no se produzca una condena clara de los políticos más sensatos del PRD. Posiblemente estén acumulando razones para ajustar cuentas y, llegado el momento, pasar a cuchillo a todos los que, con irresponsabilidad y ansias desmedidas de poder, amenazan lo que era el mejor momento de la historia de la izquierda mexicana. No debe olvidarse que una parte importante de quienes rodearon a López Obrador en su campaña son antiguos políticos del PRI, como el propio candidato presidencial. Quienes por décadas defendieron el «status quo» como revolución institucional hoy pretenden desarrollar su revolución democrática, personal e intransferible.

Durante la campaña, las acusaciones cruzadas entre los distintos candidatos muchas veces bordearon el límite, si no lo traspasaron, del decoro y buen gusto. Algunas de ellas fueron recogidas por el TEPJF, como el apoyo del presidente Fox a su correligionario o los anuncios publicitarios en televisión de una asociación empresarial. El Tribunal también dice que aquellas no tuvieron la entidad suficiente como para decantar la elección en un sentido. En realidad el fraude es tan viejo como las elecciones, y por ello todos lo practican en algunas de sus versiones (en este caso, utilización del poder o de fondos públicos), aunque sólo lo denuncia el que pierde. Pero la pregunta de fondo es si el fraude sirve para ganar las elecciones o si, por el contrario, sigue siendo necesario, en México como en otras partes del mundo, el voto popular, precisamente lo que le faltó a Andrés Manuel López Obrador.