Mi amiga Fátima

Jamás he visto a mi amiga Fátima en persona. Interactuamos y compartimos muchas más cosas de lo que hubiera pensado. Por eso la llamo amiga aunque aún no haya tenido el gusto de darle un abrazo. En compensación por todo lo que me ha enseñado. Y me gustaría compartirlo. Me ha enseñado que nunca somos tan abiertos de mente ni exentos de prejuicios como proclamamos. Porque confieso que me chocó descubrirla moviéndose con soltura y libertad en redes sociales, ver lo que decía, cómo lo hacía, y percatarme de su avatar, con su contagiosa sonrisa y su hiyab.Fátima es abogada, luchadora por los derechos humanos y defensora de la igualdad a sangre. De las que llevan el feminismo por bandera, que no es otra cosa que la pelea por conseguir ese bien tan preciado: la igualdad de hombres y mujeres. Y reconozco que su inequívoco mensaje, exento de fisuras, me chocaba con la imagen. Prejuicios y clichés aprendidos que llevamos más pegados a la piel de lo que imaginamos. Ni sombra de esa mujer sumisa y anulada que tendemos a identificar con el islam. Desde su propia cultura se puede luchar por los derechos. Es más, he aprendido de Fátima que se debe.

Como hace ella, pese a que recibe incluso insultos. Desde que la conozco, he desterrado para siempre un vocablo. Nunca más hablaré de terrorismo islámico. El terrorismo no se puede apellidar con una religión a la que pertenecen miles de personas como Fátima. ¿Aceptaríamos llamar al terrorismo del IRA “terrorismo irlandés” o al de ETA “terrorismo vasco”? ¿O denominar a la Inquisición “terrorismo católico”? ¿No estaríamos hiriendo sensibilidades y faltando a la verdad? Pues de eso se trata. De no insultar a tantas Fátimas como hay por el mundo.

Cada atentado, como sucedió en Niza, me duele por las víctimas, pero también me duele por el nuevo ladrillo que coloca en el muro de la intolerancia, y que pagan personas como Fátima. Estoy orgullosa de poder hablar abiertamente de ella, y poder abrir una brecha en el muro de odio. Dejemos de identificar islam con otras cosas. Hay muchas Fátimas esperando a que las conozcamos. Y otras muchas que necesitan de gente como ella para alcanzar esa igualdad a la que todas las personas de bien aspiramos. Gracias Fátima.

Soy Fátima. Una idealista. No lo puedo remediar. Ni quiero. Sueño despierta con una sociedad en la que no me miren diferente por mis apellidos o por mi aspecto. Realmente, siempre lo he hecho. Siempre he sido una persona idealista, soñadora y optimista y eso es un plus para superar muchas barreras. De esas barreras, las peores son las mentales. Y la verdad es que, con todo, me considero una persona afortunada en mis experiencias y en mis relaciones sociales. En mi profesión, la abogacía solo puedo tener buenas palabras hacia mis compañeros y compañeras, algunas de las cuales forman parte de mi círculo de amigas. Incluso en el plano político, que es un escenario parecido a veces a una selva, puedo decir que he tenido y tengo oportunidad de conocer y tratar con buenas personas de diferentes ideologías. No me parece algo para destacar. Al revés. Creo que debería ser lo habitual. Lo razonable. Que nos relacionásemos por afinidad de caracteres y no por similitud de aspectos y apellidos. Sin embargo, cuando la realidad te da el tortazo en forma de insulto o burla por ejercer tu libertad, lo valoras interiormente, tal vez para no caer en un aparente victimismo porque no quieres que nadie te mire con pena o tal vez, porque no quieres pensar, ni por un instante, que haya quienes, sin conocerte de nada, te prejuzguen negativamente y peor aún, se burlen o te insulten.

Los prejuicios suponen tanta comodidad para quienes los tienen como para quienes los sufren y, a fin de cuentas, perjudican a todos. Y si en algún sitio campan a sus anchas los insultos, burlas y demás faltas de respeto es en las redes sociales. Un espacio donde algunas personas dan rienda suelta a su alter ego más irrespetuoso para desahogarse de la manera más primitiva. Aunque es en esas mismas redes sociales donde también observas cómo hay personas que comparten contigo la causa de luchar por hacer del lugar del mundo en el que vivimos, un sitio más igualitario, aunando esfuerzos y haciendo gala de empatía, solidaridad y luchando codo con codo, por derribar muros y prejuicios. Soy una idealista. No lo puedo remediar. Y afortunadamente, no soy la única.

Susana Gisbert Grifo es fiscal y Fátima Hamed Hossain es abogada y diputada de la Asamblea de Ceuta.

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