Mi experiencia (trans)formativa tras sufrir un escrache en Barcelona

Un manifestante sostiene una pancarta en la manifestación del Día del Orgullo LGBTI en Madrid
Un manifestante sostiene una pancarta en la manifestación del Día del Orgullo LGBTI en Madrid

A comienzos del verano de 2019, coincidiendo con la publicación de mi libro Lo sexual es político (y jurídico) (Alianza), fui cordialmente invitado a participar en el seminario internacional que anualmente organiza el grupo de investigación Barcelona Institute of Analytic Philosophy, formado por las Universidades de Barcelona y Pompeu Fabra, encuentro que se celebraría los días 18 y 19 de diciembre de ese mismo año, y en el que bajo el título Gender, un conjunto de profesores de universidades diversas (Oxford, Universidad de Barcelona, UAM, UPF, Queens University en Belfast) abordaría los problemas filosóficos, políticos y jurídicos de la identidad sexual y de género.

Los días previos a mi intervención presagiaban que mi presencia podía ser acogida con hostilidad. Por lo que pude saber, mis respuestas a una entrevista en el periódico El Mundo, relativa al libro al que me he referido, me hacían a los ojos de algunos un “señoro machista” (sic).

Además, el título anunciado de mi ponencia era considerado una provocación, una falta de delicadeza para las personas trans, y, además, inducía a pensar que yo, siendo una persona cis (conforme con la consignación de identidad sexual que se me hizo al nacer), me proponía explicar las experiencias de quienes son trans. Todo sumado motivó la solicitud formal de mi desconvocatoria por parte de un estudiante trans de la UPF a la Unidad de Igualdad y que se le incluyera a él como ponente en mi lugar, cosa a la que los organizadores del seminario, con buen tino a mi juicio, no accedieron.

Aunque no quisiera en este punto anticipar el contenido de lo que está por venir en este libro, sí vale la pena consignar desde ya que la denuncia de ser ilegítima mi invitación al no ser trans tiene un aire paradójico porque muestra a las claras que, al menos para algunas personas trans, la identidad de género en mi caso sí puede prescindir de manera absoluta del modo en el que yo mismo me identifique: soy considerado conforme con mi género, imagino, dado mi aspecto morfológico, mi nombre, mi expresión o presentación social y las cosas que se presume que pienso. Parafraseando el dicho popular, por mucho que “me vista de seda, señoro cis me quedo”.

Y el hecho es que yo también me rebelo, lo he hecho siempre, frente a buena parte de lo que se supone que me corresponde hacer, decir o pensar dada mi azarosa identidad biológica. Lo mismo que desde el tiempo de la primera vindicación feminista han hecho las mujeres con toda justicia. De otra parte, mi pretensión no era hablar de la experiencia vital de las personas trans, sino más bien de las repercusiones institucionales y jurídicas que conlleva la identidad de género, en particular si dicha identidad consignada por la mera autoidentificación. Para ello es obvio que no hay que ser trans, de la misma manera que, en los congresos de Oftalmología, sobre la invidencia causada por la degeneración macular no hablan los ciegos, sino los oftalmólogos.

Me hubiera gustado compartir mis cuitas filosóficas en el mismo ambiente de serena reflexión académica que presidió las ponencias de todos los intervinientes que me precedieron, a quienes escuché con mucho interés y de quienes aprendí un buen número de cosas interesantes (académicos que, en muchos casos, pudieron esgrimir sus discrepancias profundas con buena parte de las reivindicaciones de la comunidad LGTBI y plantear tesis heterodoxas, polémicas e inquietantes sin que planeara sombra de transfobia alguna).

Desgraciadamente no fue posible porque en el momento en el que me disponía a arrancar mi presentación (cuyo contenido no era conocido, pues yo, como el resto de los ponentes, no habíamos circulado ni siquiera un resumen de la misma) un grupo de personas, entre las que se incluía una de las ponentes, profesora en la Universidad de Barcelona que había intervenido el día antes, comenzó a distribuir pasquines insultantes pidiendo mi expulsión y tomando inmediatamente el estrado con la pretensión de que, como representantes genuinos de la comunidad trans, se les diera voz. Los organizadores accedieron a escuchar al que parecía líder de la protesta, pero a continuación otra persona del grupo tomó la palabra en lo que ya se iba consolidando como un acto paralelo.

De hecho, los que habían venido asistiendo al seminario fueron invitados a abandonar la sala para escuchar a quienes de forma legítima sí pueden hablar sobre la identidad de género de las personas trans.

Las protestas de los organizadores y de los que querían escucharme subían de tono y sus invitaciones a que se sentaran y atendieran a mi presentación con respeto y que luego plantearan sus críticas impactaban contra un muro de intolerancia. En ese momento (bastantes minutos después de la hora a la que yo tenía que hablar) el seminario había tornado en un ridículo auto de fe y mi libertad académica (la posibilidad de hablar y discutir, si no en las habermasianas "condiciones ideales de diálogo", sí al menos en circunstancias razonables) había sido truncada.

Mi libro El laberinto del género (Alianza) es una extensión de lo que entonces quise y no pude expresar, el fruto de haber reflexionado durante algo más de un año sobre un conjunto de rompecabezas filosóficos, políticos y jurídicos a los que nos convoca el contemporáneo fenómeno de la identidad de género.

Pablo de Lora es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Acaba de publicar El laberinto del género. Sexo, identidad y feminismo (Alianza), y este extracto es su introducción.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *