Mi madre indocumentada, la trabajadora doméstica de Estados Unidos

Mi madre indocumentada, la trabajadora doméstica de Estados Unidos

Uno de mis primeros recuerdos de la ciudad de Nueva York es estar refregando inodoros al lado de mi madre. Ella trabajaba limpiando las casas de familias ricas y, como no podía pagar una niñera, solía llevarme con ella. Hacía mis tareas entre miradas a mi madre, que sacudía televisores o doblaba sábanas en casas a las que íbamos una vez a la semana.

Recuerdo el día en que mi madre dejó un empleo después de que la dueña de la casa se negara a pagarle. Yo tomaba una siesta y mi mamá me despertó. Había estado discutiendo con la dueña, quien le dijo que debería estar agradecida por tener un trabajo al que podía llevar a su hija. Explotaban a mi mamá, pero era indocumentada así que no podía hacer nada.

Ella ha estado indocumentada por 16 años. En 2014 pensamos que esto al fin podría cambiar. El presidente Obama anunció un programa, Acción Diferida para Padres de Estadounidenses y Residentes Permanentes Legales, que la habría protegido contra una deportación por lo menos durante tres años y le habría dado la oportunidad de obtener un permiso de trabajo.

Sin embargo, Texas y otros 25 estados protestaron para que el programa no fuera válido, calificándolo como abuso de poder. Durante meses mi mamá me llamaba para preguntarme qué estaba pasando con el plan de inmigración del presidente. Yo le decía: “Nada nuevo”, y siempre sentía su desencanto. Luego sus llamadas se volvieron menos frecuentes.

La llamé temprano el jueves de la semana pasada. Tenía que contarle que la Corte Suprema había revisado el caso… y al votar, se generó un empate, lo que bloquea una decisión definitiva. El programa del presidente ya no podía avanzar más. Mi madre sigue sin poder conseguir un permiso de trabajo o un poco de alivio para sus noches de ansiedad.

Ella y yo nos mudamos a Estados Unidos desde Puebla, México, en octubre de 1999 y desde entonces hemos vivido en Nueva York. Mi hermana pequeña nació aquí. En Puebla, mi mamá era abogada. Aquí es parte del grupo de inmigrantes indocumentados que facilitan el estilo de vida de muchísima gente en este país, que ella llama hogar. Parece que hemos pasado más tiempo en las casas de otras personas que en la nuestra: limpiando, sacudiendo, fregando, cocinando, las mismas tareas que le permiten subsistir a muchas otras mujeres que emigran a Estados Unidos.

Desde una edad temprana, entendí mi lugar en el mundo a través de la mirada de mi madre. Sus empleos requerían usar productos que quemaban su piel y nublaban su vista. Sus rodillas tienen cicatrices por todos los años que ha pasado fregado pisos. Las trabajadoras domésticas son las heroínas de la economía de la inmigración: hacen su trabajo en silencio, eficientemente, y recogen el dinero de la mesa una vez que terminaron. No hay intercambios de historias. Ninguna de las personas para las que ha trabajado limpiando sus casas sabe que ella era abogada, que es una mujer intelectual y apasionada; no saben que cruzó una frontera traicionera ni que vive con el miedo constante de que la deporten.

A mi madre y a muchas otras como ella las dejan al margen de las conversaciones sobre la reforma migratoria. Cuando la gente habla sobre quién “merece” tener una vía hacia la ciudadanía, le gusta referirse a los jóvenes que llegaron a este país como niños y, por lo tanto, no merecen un castigo por ello. En consecuencia, en 2012 el presidente Obama estableció el programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, que protege de la deportación a personas como yo.

Si yo no merezco un castigo, mi madre tampoco. Fue porque ella me trajo aquí que tuve la oportunidad de ir a la escuela, de echar raíces y forjar amistades, aun cuando mi niñez fue muy diferente de la de muchos pues pasaba los días en hogares de extraños ayudando a mi mamá a doblar y limpiar.

Más adelante tuve la oportunidad de escapar de esa realidad. Gracias al programa de arribos durante la niñez, tengo un permiso de trabajo y un buen empleo. Pero mi madre sigue limpiando casas, todavía es indocumentada y aún es criminalizada por un gobierno que sigue deportando a los miembros más débiles de nuestra comunidad. Y gracias a la Corte Suprema, eso no cambiará pronto.

Debemos seguir luchando para vivir sin miedo en este lugar que llamamos hogar. Pero en momentos como este, de tristeza y derrota, pienso en la noche en que cruzamos la frontera. Mientras corríamos me caí y, por un momento, miré el cielo nocturno, temerosa de que me dejaran atrás. Mi mamá estaba ahí; estuvo ahí todo el tiempo: me levantó y comenzamos a correr de nuevo.

Luba Cortés es una organizadora juvenil de Se Hace Camino Nueva York, una organización que defiende los derechos de los inmigrantes.

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