Miedo a (nuestras) mentiras

"Una proposición es verdadera si los hechos son como ella dice, y falsa si los hechos no son como ella dice". Esa es la definición de verdad más universal. Ya desde Aristóteles - Metafísica-, toda definición de la verdad se complementa con la definición de lo falso, de la mentira. En este ejercicio tan elemental damos por supuesto que podemos decir verdades y mentiras. Esta capacidad de afirmar cosas que no tienen correspondencia con los hechos que afirman es propia del ser humano. Los demás animales no tienen esa posibilidad, no pueden decir mentiras, "viven completamente sumidos en la realidad concreta de su actual presente", como afirma Max Scheler. Saben o no saben, solucionan o no solucionan situaciones. El ser humano es el único animal que tiene creencias. Puedo decir mentiras porque sé que el otro puede llegar a creerlas como verdad. "No hay verdad al margen de las formas como se interprete esa verdad, por eso es frecuente confundir verdad con una determinada interpretación", como nos recordaba Hans-Georg Gadamer.

Es en esta capacidad originaria donde radica el valor de la mentira: conseguir presentarla como verdad. Porque la verdad es el "compromiso que la sociedad establece para existir: ser veraz". La verdad como lo útil, lo provechoso, como lo moralmente correcto. Sólo mentimos si somos capaces de ser creídos como veraces. El primer miedo a la verdad se da en el sujeto mentiroso, porque la verdad acabará desnudándole ante sí mismo y ante los demás. Las estafas personales de todo tipo tienen su razón de ser en esta confusión: "Dijiste ser, tener, pensar, lo que no eras, lo que no tenías, lo que no pensabas". Aquí, miedo a la verdad es, siempre, miedo al descrédito, al deshonor personal.

El miedo a la verdad también proviene del uso que de la mentira hacemos para orientar la acción social: económica, ideológica, política, histórica. Ahora el miedo a la verdad es miedo a la libertad. Y por eso, los que tienen el poder utilizarán todos los medios a su alcance para impedir el acceso a la verdad. La crisis bancaria del 2008 es un claro ejemplo: los bancos ocultaron que no tenían el dinero que decían tener y que sus productos no valían lo que decían que valían. Todos creímos su verdad. La mentira se generalizó, y acabamos viviendo con ella y de ella. El poder económico tenía miedo a la verdad, pues, como ha sucedido, conocida la situación verdadera, su hundimiento ha sido inmediato. La economía global sigue un mandamiento no escrito: la información puede ser manipulada, pero la información que no es rentable debe ser eliminada. Si, como afirman, información es poder, el miedo a la verdad comporta la necesidad de controlar la información.

El miedo a las propias mentiras está instalado en quienes las utilizan para ejercer cualquier tipo de poder. Estados Unidos calculó que la información sobre la guerra de Vietnam - 1956-1975-no le había sido rentable ni política ni socialmente. En la guerra del Golfo de 1991, decidió eliminar o poner toda clase de trabas a los medios informativos. Fabricaron su guerra televisiva. El miedo a la verdad alumbró una verdad fraudulenta. Todas las dictaduras, antes y ahora, tienen algo en común: poner los medios de comunicación - científicos, culturales, económicos, académicos-al servicio de su verdad-mentira. La censura, la prohibición, la persecución, el desprestigio son sus medios. Son obsesivas en el control de los medios, antes, incluso, que el control político-policial, que también. Información y libertad inseparables de la verdad.

El miedo a la verdad está latente en toda clase de fundamentalismos: ideológico, religioso, político. No es miedo a que se descubra la mentira, la verdad construida desde datos falsos, sino a que la creencia en una verdad trascendental, la Verdad, pueda ser puesta en cuestión. Miedo a perder credibilidad, miedo a discutir. Pero si "no hay verdad al margen de las formas como se interprete esa verdad", si toda verdad es temporal, epocal, como afirma Michel Foucault, esa Verdad puede formar parte de nuestras creencias, pero no de nuestro saber. El conocimiento de la trascendencia es ajeno a los protocolos con que construimos nuestro conocimiento. En estos casos la intransigencia (el miedo) se manifiesta de dos maneras: miedo a los que abandonan la ortodoxia y miedo a los que desde fuera puedan poner en duda el valor de su Verdad. Los conservadores, o manipuladores, de la Verdad tienen en la crítica razonable, en la discusión contrastada, sus peores enemigos. La violencia con que combaten a todos los que osan discutirla es patente manifestación de sus temores. Miedo a la verdad que es, una vez más, miedo a la libertad de buscar la verdad.

Agustín González, catedrático de Filosofía de la Universitat de Barcelona.