Miedo y cruzada ante el burka

Estos días se está debatiendo en torno a la prohibición del burka bajo el pretexto de que puede conllevar una opresión de los derechos de las mujeres y por motivos de seguridad. Prohibir el uso del burka en pro de los derechos de las mujeres ya significa anteponer nuestros propios prejuicios e incidir directamente contra el derecho de autodeterminación de la mujer musulmana, porque hasta ahora nadie, por ejemplo, se ha cuestionado que el velo de las monjas católicas, y la discriminación que sufren dentro de la Iglesia, pueda significar también una opresión de los derechos de estas mujeres.

No debemos olvidar que cuando entramos en un tema tan polémico y delicado como este no podemos librarnos tan fácilmente de nuestra larga memoria histórica de espíritu y prácticas inquisitoriales. Quitándonos el velo de nuestra responsabilidad histórica, ahora disfrazados de Estado laico, español o francés, reproducimos las prácticas de sospecha generalizada solo contra las personas de otras religiones o tradiciones culturales, sin cuestionarnos las propias. Nuestra tradición de monopolio religioso nos sigue poniendo en evidencia y desenmascara nuestro miedo ancestral a aceptar el pluralismo religioso y cultural, como es el uso de cualquier símbolo o vestimenta religiosa extraña.

Para luchar contra la discriminación y subordinación de la mujer, la prohibición del burka no es la medida más idónea, porque estamos presumiendo que esta mujer, en España, no es libre ni está protegida para ejercer su derecho de autodeterminación. Introduciendo esta polémica de forma tan acosadora, ni nos damos cuenta de que se están condicionando y limitando los derechos de las mujeres musulmanas y casualmente no de las católicas, que también pueden llevar mantilla, velo o toca, como es el caso de las monjas. Por cierto, las monjas católicas en Marruecos son mucho más reconocidas en su labor social, y al Estado marroquí, del que pensamos que no es tan democrático y abierto como el nuestro, no se le ha ocurrido ni limitar ni montar debates mediáticos tan alarmantes para prohibirles su burka católico.

Deberíamos ser más cautos a la hora de opinar e imponer medidas a las mujeres de otras religiones, porque siempre hemos sido unos liberales de boquilla y ahora que se celebra el aniversario de la Constitución de 1812 debemos recordar su artículo 12, que proclamaba que «la religión de la nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra». Con estos principios tan liberales, volvemos a tener la tentación de la imposición a las mujeres musulmanas, ahora con una seudolegitimación de Estado laico e incluso progresista.

Las pocas mujeres que llevan burka son conscientes y partidarias de la seguridad y de la obligación de identificarse delante de la autoridad. Hay que resaltar que las mujeres solo cometen el 5% de los delitos violentos en todos los países. Y de los 1.200 millones de musulmanes en el mundo, apenas pueden acreditarse con los dedos de una mano mujeres con burka terroristas. Y en Occidente a ningún terrorista como los del 11-S o el 11-M se le hubiera ocurrido ir con vestimenta musulmana o con burka. Con esto se retratan nuestros miedos infundados.

Las administraciones deberían impartir cursos sobre los derechos y deberes para mujeres y hombres inmigrantes e indicarles las instituciones, públicas y privadas, que protegen y apoyan de manera activa tanto a las mujeres españolas como a las inmigrantes, y a las que pueden recurrir en caso de opresión. Es más, estos cursos deberían ser obligatorios para la obtención de la regularización.

Pero el desbordado debate mediático actual, sin apenas participación de las mujeres musulmanas, significa una auténtica opresión de estas y su libertad de vestimenta. Deberíamos opinar menos y escucharlas más. Ellas son las que tienen más legitimación para proponer e introducir auténticas medidas de protección de sus derechos. Cuando la mujer española sigue discriminada, ya que solo ocupa el 10% de los cargos directivos de cualquier empresa o Administración, deberíamos preocuparnos de la auténtica discriminación que siguen sufriendo, a pesar de la ley de igualdad, las mujeres, tanto españolas como inmigrantes, y adoptar medidas urgentes y efectivas de discriminación positiva.

Mujeres que han luchado contra la opresión patriarcal de los talibanes en su país de origen, ahora reivindican el burka en su país de destino, Francia, porque esta opresión paternalista excluyente (religiosa o laica) también desprecia el derecho de autodeterminación de la mujer. Permitir que cada ayuntamiento imponga esta decisión «única y verdadera» de forma arbitraria y caprichosa supondría un linchamiento psicológico a estas mujeres en contra de un derecho fundamental que la Constitución reserva a una ley orgánica.

Manuel Ballbé, catedrático de Derecho de la UAB. Firman también este artículo Fátima-Zohra Bouhya, estudiante de Derecho, y Montserrat Iglesias, profesora asociada.