Miguel Ángel Blanco: la memoria imborrable

Aquel día se acabó el miedo. A estas horas de hace veinticinco años es posible que usted estuviera alzando al aire sus manos pintadas de blanco. Millones de personas, en todos los puntos de España, lo hicimos, desde el pueblo más remoto a la capital del país, salimos a la calle a pedir la liberación de Miguel Ángel Blanco, secuestrado por ETA para chantajear al Estado: o se acercaban a los presos etarras a cárceles del País Vasco o el concejal de Ermua, de 29 años, sería "ejecutado".

El Gobierno no cedió al chantaje y ETA cumplió su amenaza. Ese sería un resumen incompleto de lo que pasó, porque ocurrió algo más: aquellos días, los españoles le perdieron el miedo a ETA. Ese es en gran medida el espíritu de Ermua, el fin del miedo a ETA. Por eso, se puede afirmar que aquellos días los terroristas comenzaron a perder su batalla.

Miguel Ángel Blanco: la memoria imborrableHoy se cumplen veinticinco años de una de las peores canalladas del terrorismo en nuestro país, que es España. Aquel 13 de julio de 1997, Miguel Ángel Blanco se convirtió en un mártir de la libertad y la democracia; un héroe ya lo era desde hacía mucho tiempo. Por eso precisamente lo eligieron para el secuestro y el chantaje, porque los terroristas sabían que ya era uno de los muchos héroes que cada día se jugaban la vida por la libertad en aquellos años duros, durísimos, en el País Vasco.

Miguel Ángel Blanco se convirtió en un héroe en el momento en que decidió poner su nombre en una papeleta electoral en Ermua por un partido constitucionalista como el Partido Popular. Exactamente igual que todas aquellas personas que en su día estamparon su nombre en papeletas electorales del Partido Socialista. Asesinatos como los del socialista Fernando Múgica o el concejal del PP Gregorio Ordóñez dejaron muy claro que cualquier defensor de la libertad en el País Vasco estaba en la diana de ETA, decidida a sembrar el terror hasta tal punto que nadie que contradijera sus ideas pudiera sentirse seguro.

¿Quién es el héroe? El que actúa bajo una capucha, no. El que defiende sus ideas a cara descubierta, sí. El que impone el terror a punta de pistola, no. El que trata de convencer mediante la palabra, sí. El que sale a la calle como un cobarde buscando una víctima a la que secuestrar o asesinar, no. El que cada día sale de su casa como un valiente sabiendo que se juega la vida por defender la libertad, sí.

Estos días en los que rememoramos la liberación de José Antonio Ortega Lara y el asesinato de Miguel Ángel Blanco son días propicios para reflexionar sobre el papel que el PP y el PSOE han jugado en la construcción de la España que hoy conocemos. Un papel determinante para conquistar la democracia y para defenderla de su mayor y más sostenida amenaza durante cuatro décadas, que fue la banda terrorista y asesina ETA.

Por muy grandes que puedan ser las diferencias entre las dos grandes fuerzas políticas de nuestro país, el PSOE y el PP siempre hemos estado unidos en el fondo por el espíritu de la Transición y por el espíritu de Ermua, dos hilos sobre los que se han tejido los consensos más importantes de nuestra reciente Historia.

Hay un alma común en el PP y el PSOE, una fraternidad construida sobre lo que más une: el dolor de enterrar juntos a las mismas víctimas. Y esa hermandad, esa unión, ese compañerismo si me apuran, es lo que tira por tierra el Gobierno de España al pactar la Ley de Memoria con Bildu. Cómo van a reescribir la Historia de España los herederos de ETA.

No podemos consentirlo. Pedro Sánchez tiene ahora la opción de dar marcha atrás o, simplemente, ocurrirá lo que ya ha adelantado el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo: que será derogada más pronto que tarde con los votos del propio Partido Socialista.

He apuntado estas palabras desde lo que considero que es la razón (o, al menos, mi razón, compartida con toda seguridad con millones de españoles) y con lo que me dicta el corazón; pero me gustaría hablar, además, desde el fondo del alma, si no fuera mucho pretender. Creo que la ocasión lo justifica, cuando hago memoria de aquel muchacho bondadoso, comprometido y valiente con el que coincidí en algunos actos de Nuevas Generaciones siendo yo su presidente nacional, y cuyo cuerpo velé en las horas más negras de nuestra historia reciente.

Guardo en mi memoria, como si fuese ayer, el recuerdo vivo de Miguel Ángel Blanco. Aquel verano ya distante en el que el horror nos hermanó de forma determinante para acabar con ETA. Aquellas tardes larguísimas y tensas a la espera de noticias. Aquellas interminables horas de angustia que pasamos colgados de esa mínima esperanza, de ese minúsculo hilo que compartimos las gentes de bien, y que consiste en pensar que incluso en los más oscuros abismos de la maldad puede haber, a última hora, un gramo de compasión, de justicia, de humanidad. Guardo en mi memoria, convertido en una huella indeleble, el dolor inmenso y silencioso del duelo y la estela blanca de dolor, de unidad, de manos inocentes alzadas al cielo y de determinación frente al terror que inundó las calles como una marea tras su vil asesinato. No ha habido desde entonces un solo verano en que haya pasado por alto un pensamiento hacia Miguel Ángel, su familia y sus seres queridos, su vida y su futuro quebrantados, sus compañeros en la lucha por la libertad y la democracia, el poder de la paz frente a la desesperación del odio.

Hay muertes que nos cuestan a todos un trocito de nuestra propia vida, y la de Miguel Ángel Blanco fue una de ellas. A cambio, nos dejó una valiosísima lección que no debemos dejar que nos escamoteen. A quienes hoy, unidos en las peores compañías, quieren cambiar las palabras les digo que no podrán cambiar los hechos, por mucho que reelaboren interesadamente el relato. Y les recuerdo, por si acaso ellos lo hubiesen olvidado como los hechos parecen apuntar, que la memoria imborrable de la verdad seguirá levantando siempre nuestras manos blancas frente al terror, sus herederos, sus defensores y sus aliados.

La libertad es una piel llena de cicatrices. Somos las personas y los pueblos, con nuestros pequeños y grandes sacrificios, con nuestro entusiasmo y nuestro esfuerzo, con nuestros principios y valores, los que construimos a diario un mundo habitable donde la ley se impone sobre el despotismo, donde la convivencia vence a la barbarie, donde las ideas son diversas y compatibles, donde la democracia hace posibles los derechos humanos y los custodia como el mayor de los tesoros, donde lo que nos une es más importante que lo que nos separa. No es un camino fácil, porque hay que vencer importantes resistencias. Pero es el único posible. El único por el que merece la pena vivir. El único que justifica las vicisitudes que atravesamos.

Ojalá hoy pudiera hablar de esto y de otras muchas cosas esenciales con Miguel Ángel Blanco, con José María Martín Carpena, con Alberto y Ascen, con cualquiera de aquellos que los terroristas nos arrebataron en vano, y a los que aún lloramos. Por desgracia, ellos ya no tienen voz. Pero les queda la nuestra, porque no pudieron callarnos a todos. Hoy, esa voz vibra enardecida por el recuerdo de quienes dieron su vida por la libertad de la que gozamos. Y esa voz dice nunca más. Nunca más.

Desde aquel verano feroz y triste nos han sucedido muchas cosas; algunas, igualmente dolorosas y trágicas; otras, felices y esperanzadoras. Es descomunal la capacidad del ser humano para superar los peores trances y salir adelante, especialmente cuanto más imposible se antoja que eso pueda suceder. Detrás de la razón y del corazón hay una enorme y yo diría que misteriosa fuerza de voluntad que los mueve y que nos ayuda a reconstruirnos y seguir adelante contra todo pronóstico. Así, en apenas un puñado de años hemos superado importantes crisis como sociedad, desde la debacle financiera y económica de 2008 y posteriores hasta la amenaza del covid, y ahora nos enfrentamos a otro reto de proporciones incalculables y de inciertos efectos, generado por la inflación, la crisis de los precios de la energía y la invasión de Ucrania por parte de Rusia.

Pero nada de esto se interpone entre nosotros y nuestra memoria. Somos lo que somos gracias a que recordamos. Y hoy, cuando todos volvemos a ser Miguel Ángel Blanco y cuando vuelve a ser 13 de julio de 1997, exigimos al presidente del Gobierno y a todo el Ejecutivo que reparen la dignidad herida de la democracia española, que respeten la memoria de los héroes de nuestra libertad y que busquen el consenso en los principios y valores que los españoles hemos defendido con tantas lágrimas y tanto esfuerzo. Allí es donde los esperamos.

Juan Manuel Moreno Bonilla es el presidente de la Junta de Andalucía.

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