Milagrosa alianza

Por Kepa Aulestia (LA VANGUARDIA, 23/12/03):

El programa de la nueva mayoría de gobierno en Catalunya ha situado el plan Ibarretxe en una dimensión bien distinta a la que ocupaba antes de los comicios del 16 de noviembre, o, para ser más precisos, antes de que se firmara la alianza tripartita y se conociera su documento de intenciones. Las propuestas electorales de CiU, ERC o el PSC contemplaban la reforma del Estatut entre sus prioridades. Pero bien por la lógica ambigüedad pre-electoral, bien porque se trataba de ideas todavía fragmentarias, aparecían las diferencias entre los propósitos catalanes y los planes que albergaba el nacionalismo gobernante en Euskadi. Sin embargo, desde el mismo momento en que ha cuajado el tripartito que orientará los pasos de la Generalitat –cuya paulatina y prolongada puesta en escena parece haber condenado al olvido en sólo veintitrés días los veintitrés años anteriores de pujolismo–, la focalización del debate político en torno a Catalunya puede permitir al plan Ibarretxe abrirse paso a cuenta de tan milagrosa alianza.

Mientras el Partido Popular acusa a los socialistas de someterse al dictado de Esquerra Republicana, y CiU denuncia el entreguismo de Carod-Rovira a Maragall, la incorporación de ICV al nuevo Govern ha contribuido a que Izquierda Unida admita con naturalidad la presencia de Madrazo en el Ejecutivo presidido por Ibarretxe. ¿Puede alguien que apoya sin reservas la alternativa Maragall-Carod-Saura rechazar sin más el plan Ibarretxe? Ésta es la contradicción que afecta al socialismo de Rodríguez Zapatero, y cuya resolución depende de la respuesta electoral que semejante paradoja halle en la convocatoria del próximo mes de marzo.

El programa del Gobierno catalán y el del Gobierno vasco presentan diferencias. Pero tiene poco sentido que el apoyo al primero y el rechazo al segundo se establezcan –como en cierto modo sugieren los dirigentes socialistas– en función de la confianza o desconfianza que induzcan sus autores. Ello situaría el debate en un plano tan subjetivo que acabaría resultando estéril. La promesa de Maragall de "tirar de la cuerda sin romperla" no dista mucho de la constante apelación de Ibarretxe al "acuerdo para la convivencia" y su insistencia en que el plan que promueve no busca la fractura sino el diálogo. La lealtad constitucional del primero no será un valor superior al sentido institucional del segundo si ambos albergan la intención de replicar con una consulta popular a la eventualidad de una respuesta negativa a sus respectivos proyectos de reforma por parte de las Cortes Generales.

En cualquier caso, hay cuatro aspectos que distinguen claramente ambos proyectos. El primero y más evidente es la persistencia del terrorismo como factor coactivo e incontrolable en la situación vasca.

La pretensión de que la tramitación del plan Ibarretxe acabe con el reducto fanático que mata y amedrenta en nombre de la autodeterminación resulta tan aventurada que bien podría acabar alimentando indirectamente la barbarie; especialmente si el desencuentro y la división en Euskadi y entre Euskadi y el resto de España siguen escalando posiciones en la espiral del enfrentamiento. La segunda diferencia es que el grado de consenso o mayoría que la propuesta de una reforma del Estatut alcanza entre los catalanes es muy superior a la adhesión que el plan Ibarretxe suscita en la sociedad vasca. En el caso de Catalunya, podría hablarse de pareceres encontrados en lo que respecta al porcentaje de voluntades representado por el PP. En el caso de Euskadi, cabe augurar o bien una fractura en dos mitades, o bien la postración de una mitad de la población que, llegado el caso, acabe desistiendo de sus posiciones ante el empuje de la comunidad nacionalista. La tercera diferencia tiene que ver con la composición de las respectivas mayorías. El Gobierno Ibarretxe es, en el fondo, una formulación monocolor que trata de afianzar una alianza nacionalista de arrastre capaz de llevar tras de sí al conjunto de la sociedad vasca a riesgo de ahondar la división entre abertzales y no-nacionalistas. El Gobierno Maragall es la encarnación del catalanismo político en su sentido amplio. Aunque su orientación integradora deberá pasar por la reválida de las próximas elecciones generales para reducir la fuerza condicionante que para su ejecutoria pueda representar la exigencia nacionalista de CiU en la oposición. La cuarta diferencia se refiere al capítulo de las metas últimas. Para el nacionalismo vasco, el "status de libre asociación" no colma sus aspiraciones, y su propio articulado recoge la cláusula que permitiría su revisión posterior hacia una mayor independencia. El proyecto catalán parece más finalista, por lo menos en la lectura que de él hacen el PSC e ICV.

La alianza de los milagros presidida por Maragall ha trastocado el panorama político español en su conjunto a través de sus dos eslabones más débiles: el equilibrio interterritorial de un Estado de las autonomías que se muestra inacabado y la postura de los socialistas que, en la oposición, se muestra más federalista de lo que era cuando estaba en el Gobierno. Pasqual Maragall ha anunciado su propósito de establecer la diferencia respecto a la "era Pujol" superando el sentido coyuntural y mercantilista con el que éste buscó el engarce de Catalunya en la España constitucional. Pero parece evidente que para ello el socialismo español deberá superar la prueba de marzo. Sólo entonces se sabrá si, de verdad, el PSOE puede realizar el milagro de respaldar el proyecto Maragall mientras se opone frontalmente al plan Ibarretxe.