Militares: almas egregias

«Honrad con los tributos postreros
a esas almas egregias que con su sangre
nos han legado esta Patria»
Virgilio

Con la gratitud y el respeto del pueblo español al que pertenecen y al que han donado su vida como militares, con cariño y ánimo a las familias de ambos compañeros, honran estas líneas al capitán del Ejército del Aire Borja Aybar García, aviador militar, a los 34 años muerto en acto de servicio este 12 de octubre al regreso en su Eurofighter de la exhibición aérea del Día de la Hispanidad, y al teniente del Ejército del Aire Fernando Pérez Serrano, aviador militar, a los 26 años muerto ayer en acto de servicio al despegar en su F18. No se saben aún las causas de sendos accidentes en esta semana trágica para España. Pero sí se sabe que ambos pilotos conocían sus modernos reactores, y que eran los mejores profesionales, porque nuestros aviadores militares tienen la óptima preparación física, técnica y espiritual que los capacita para cumplir cualquier misión encomendada.

Preparación física probada en los exámenes médicos anuales, en el cuidado de la salud, del cuerpo, de la vista y de los sentidos. Preparación técnica en la Academia General del Aire y, ya oficiales, con horas de vuelo y cursos de perfeccionamiento específico como pilotos. Y preparación espiritual como militares con la luz ética de nuestras Reales Ordenanzas, que inculcan valores personales y colectivos como el sacrificio, la generosidad, la valentía, la disciplina, la lealtad, el trabajo de equipo, la humildad y el compañerismo. Virtudes que brotan de lo que no es un trabajo sino una vocación específica de servicio a España y que, con serena tristeza, actualizan el elogio de Tucídides en la «Historia del Peloponeso»: «Al entregar cada uno de ellos la vida por su Patria, se hicieron merecedores de un elogio imperecedero y de la sepultura más ilustre». Elogio al que España corresponde honrando la memoria de estos dos hijos suyos que a ella han dado su vida en el cumplimiento de su deber.

En toda misión el aviador militar nunca trabaja solo. El soldado que repara una avería, el suboficial que verifica cualquier incidencia, el oficial que comparte objetivo, el mando que dirige cada operación, todos son un equipo que apoya al compañero que en el aire cumple la tarea encomendada, bélica o humanitaria, preparada antes del despegue con reuniones evaluativas, la revisión material del avión, el análisis y características de cada vuelo, el repaso de las emergencias que el piloto sabe de memoria para reaccionar en las más difíciles adversidades, en las horas de estudio, deporte y acción en simuladores y pruebas intelectuales, emocionales y técnicas. Todo en las Fuerzas Armadas es labor de equipo, granos de arena de cada unidad que se suman en tierra, mar y aire en nuestros tres Ejércitos hasta formar la inmensa playa de quienes servimos a España y a nuestro pueblo, al que pertenecemos y al que juramos defender con nuestras vidas.

Todo piloto militar sabe que arriesga su vida en cada vuelo, porque siempre que despega su avión la muerte y la vida aceleran la dramática danza que conoce y hace suya cada soldado en el cumplimiento del deber. Música distinta en el sonido de cada destino castrense pero idéntica partitura para los miembros de nuestros Ejércitos. Música de muerte acompasada en la cabina con el rugir de las turbinas, el ritmo visualizado en los medidores del panel de instrumentos, el aliento comprimido entre la máscara y el casco, las comunicaciones con los compañeros en el aire y en tierra. Pero música de vida en la sublimación de la vocación militar hecha acción cuando el piloto se funde con su avión, y el control de la palanca de mando materializa el rumbo y maniobra deseados. Música de vida en la suprema realización del piloto que es volar y del militar que es cumplir con el deber asignado. Música de vida de cada misión, desde defender la integridad del territorio y la soberanía de España, hasta la cooperación en operaciones internacionales humanitarias o bélicas para, salvaguardando la justicia en otros lugares, preservar nuestra Patria en paz y prosperidad.

Y música de vida eterna en el orgullo de servir a España, en especial cuando en el cumplimiento del deber se dona lo más importante: la vida. Música, entonces, sublimada al son de «La muerte no es el final del camino» que en el acto a los caídos los militares entonamos en honor de los compañeros que nos preceden ante el Señor de la Calma y de la Tempestad. Como el capitán Borja Aybar y como el teniente Fernando Pérez, aviadores militares, que despegaron en nuestra Patria España y vuelan ya, almas egregias, en la Patria universal que es el Cielo.

Alberto Gatón Lasheras, capellán de la Armada.

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