Militares en las listas

La presencia de personal militar en las listas electorales a las próximas elecciones no es más que un ejercicio de normalidad democrática y una muestra de libertad individual, al haber culminado su profesión y desaparecido las restricciones que en el ejercicio de aquella pesaban sobre algunos de sus derechos fundamentales. Esto sucede en los países a los que nos queremos parecer y es muy frecuente en los que gozan de una gran conciencia de defensa.

Distinta es la elección, por los Ejecutivos, de militares en activo para cargos relevantes, conociendo de antemano su cercanía a ciertas formaciones políticas, o cultivar «un reservoir» de militares para altos cargos cuyas características sean favorables para futuras iniciativas partidistas, aspecto muy diferente a la libre designación.

Es patente que la vida nacional está pasando por momentos graves, debido fundamentalmente al renacimiento de las ansias separatistas de algunos partidos que son mayoritarios, parlamentariamente, en los territorios españoles con ciertos particularismos, como Cataluña y Vascongadas, y que reciben el influjo de las izquierdas españolas, tanto como ideario histórico, repetido, como para lograr el apoyo parlamentario necesario de los nacionalistas para mantenerse en el poder.

Ante esta situación política, que se instala mucho más allá del juego político leal y constructivo para el país, con procesos subversivos que alcanzan los bordes del poder, es verosímil que la sociedad se polarice, y que los centros de gravedad de las formaciones políticas sufran un desplazamiento hacia sus confines.

En el siglo XIX, donde los pronunciamientos militares fueron abundantes, mucho menos que los fracasos de los más de setenta gobiernos de diferente factura política que no terminaron de encontrar el buen camino para España, la adhesión de los militares a una acción política era requerida más por la capacidad de ejercer una acción coercitiva que reforzara aquella que por el aporte real de los hombres de armas a la función pública. En muchas ocasiones, no en todas sin duda, la intervención de los militares en política ha sido de corta duración y aprovechada por la enconada polarización política generada desde el reinado de Fernando VII, cuyos efectos, además de las guerras civiles carlistas, por transformaciones sucesivas, llegan a enconar la vida pública hasta principios del siglo XX, y aún hoy.

El siglo XX, con el episodio lamentable de la Guerra Civil, es suficientemente conocido y analizado como para que en unas líneas se pueda definir un periodo tan complejo, pero no es un suceso casual el acceso de un militar (que no los militares en general) a la política, durante muchos años, tampoco es ajeno al fracaso de esta en sus prolegómenos, como en parte sucedió en el XIX.

Lo de ahora es diferente, las Fuerzas Armadas después de los sensibles años del cambio de régimen, emprendieron el camino de la Constitución de 1978 que las sitúa en una seria coherencia con su papel en un Estado democrático. En él, y en ese marco, se han desarrollado, o recuperado, unos valores y unos compromisos, que si bien todo buen ciudadano posee, los militares los aseguran, cultivan y guardan.

No es de extrañar que en la situación actual de España, caracterizada por un intento muy serio de secesión en Cataluña, con un golpe bajo al Estado constitucional, con organizaciones subversivas activas, con una tendencia a su extensión a otros territorios, con una actitud de desobediencia obscena, consentida por los gobiernos de turno, nazca un sentimiento de responsabilidad, prácticamente individual, que mueva al militar a participar en la «lucha» política combatiendo democráticamente a las alternativas disolventes de sus valores.

También es verosímil que una institución como las FAS, y mucho más si su personal está en la situación de retirado, recuerde su misión pasada en activo, basada en el artículo 8º del preámbulo de la Constitución, y quiera ahora cooperar en recuperar, esta vez participando con trabajo y voz, la situación de estabilidad que España y los españoles se dieron cuando decidieron caminar juntos en la Transición, y futuro.

No se trata corporativamente de acceder a la política ni sustituir al poder, como se pudo apreciar en el siglo XIX y parte del XX, en los que como se ha referido hubo un fracaso de la política y un triunfo del desorden institucional, sino de cooperar con figuras de relieve a que nuestra Patria no se escinda y degenere.

Conozco a los militares que acceden a las listas, al menos a dos de ellos los he tenido como subordinados, antes de que alcanzara, uno de ellos, el empleo más alto del ET; también en la Operación de Reconstrucción de Irak donde se trabajó valiente y sabiamente, con bastante incomprensión política, y se puede decir de todos que son unos buenos candidatos, porque aportan los valores que precisa la actual situación de España.

Ricardo Martínez Isidoro es general de la División (R)

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