Minarete, burka, identidad nacional

La democracia directa, tal como se practica en la Confederación Helvética, puede desembocar en algunas aberraciones. Es lo que ocurrió el pasado domingo, día 30 de noviembre, en la ciudad de Ginebra, con la votación contra los minaretes de las mezquitas por más del 57 por ciento de los votos. ¿Qué significa eso? Se acepta a los musulmanes en territorio suizo pero a condición de que se vuelvan invisibles. Deben volverse cada vez más discretos hasta que acaben desapareciendo del paisaje y que ya no pueda erigirse en el futuro ningún signo o señal ostentatorio.

Todo ello significa que el islam sigue dando miedo y que esta desconfianza fóbica está basada en la ignorancia. El cartel utilizado por quienes hicieron campaña contra los minaretes en Suiza es lo suficientemente elocuente: unos minaretes negros en forma de misiles atraviesan la bandera suiza al lado de una mujer vestida con burka. Se ha repetido por activa y por pasiva que la burka no tiene nada que ver con el islam, que es una costumbre de determinadas tribus afganas o pakistaníes, que el islam no habla nunca de ella en sus textos, y pese a ello se sigue haciendo amalgama entre esta prenda y una religión.

Este cartel entra en el límite de lo racista. Sugiere unas ideas, unas amenazas que el ciudadano ginebrino recibe como una advertencia. Esta votación no arreglará nada; al contrario, no hará más que acentuar las diferencias entre la comunidad musulmana, que es diversa y parecida, y los helvéticos.

Suprimir los minaretes es efectuar una ofensa a un símbolo. El minarete es una señal de una presencia. No tiene nada de político ni de agresivo. En cualquier caso no pone en entredicho "los derechos fundamentales en Suiza", como llegó a declarar el partido de la derecha populista, promotor del referéndum.

Como decía una joven musulmana en declaraciones a la televisión francesa: ayer fue el velo, hoy es la burka y ahora toca el minarete. Efectivamente ahí está la enfermedad. Incluso el islam pacífico, que es el mayoritario, continúa molestando. Es mejor volver a los textos y no escuchar a los falsificadores, a los provocadores que utilizan el dogma para atizar el odio entre los pueblos. Atacando los minaretes, Suiza ataca un símbolo de una religión que quisiera ver desaparecer de su entorno natural. Esta cuestión, lejos de haber llegado a su punto culminante, no hace más que exacerbar las pasiones y sobrepasa las fronteras suizas. En Francia, el Frente Nacional ha aplaudido el resultado de la votación y desearía, algún día, poder ejercer esta democracia directa y popular para expresar el rechazo al islam en Francia.

El debate sobre el crucifijo en las escuelas italianas es de la misma naturaleza. Es un símbolo que no hace daño a nadie. Pero a partir del momento en que se mezcla este símbolo con otros mensajes las cosas se complican y se politizan. Ocurre lo mismo en Francia con el debate - que también llegará a Italia-sobre la "identidad nacional". Esta cuestión de la identidad se plantea a partir del momento en que se advierte que el paisaje humano de un país cambia de colores y de componentes. Ello está afectando ya a toda Europa pues la inmigración está ahí, por todas partes, y los hijos de esa inmigración son europeos, algunos musulmanes, otros animistas, otros sin religión. Es necesario aceptar esta realidad. No sirve para nada organizar una votación para borrar o corregir esa situación.

Evidentemente a vivir juntos se aprende y no puede hacerse más que en el respeto mutuo, que incluye también el respeto a las leyes y al derecho. Y finalmente un último punto: los inmigrantes y sus hijos no se irán. Forman parte de la historia europea. Son personas que tienen necesidad de su cultura y de su culto como cualquier otro europeo de pura cepa.

Curiosamente Suiza ha sido muy "comprensiva" con el hijo de Gadafi que fue detenido en Ginebra por agresión y brutalidad hacia sus empleados. Las autoridades lo liberaron y negociaron con su padre para llegar a un acuerdo. Ocurre lo mismo con otros musulmanes que acuden al país helvético a depositar miles de millones en sus bancos. Suiza los trata con enorme atención y respeto. Y se olvida justamente de que son portadores de este islam que le da tanto miedo.

Tahar ben Jelloun, escritor, miembro de la Academia Goncourt.