¿Ministro del Amor o de Justicia?

EL matrimonio debe ser pensado desde la ecología de la vida y no desde la sicología del sentimiento. El matrimonio, para la ciencia del Derecho, debe ser pensado desde la filiación pues responde a la lógica de la vida. Si no fuese así, el matrimonio no merecería la atención del Derecho como no merece esa atención la amistad. Nadie propone leyes sobre la amistad, no porque no sea importante, sino porque agota su eficacia en el ámbito de los amigos, como le sucede al amor. Por eso el Ministerio se llama «de justicia» y no «del amor».

El amor es una realidad humana estupenda, pero prejurídica y ajurídica: las leyes ni pueden ni deben regular el amor ni la afectividad ni la sexualidad, a diferencia de lo que sucede con el matrimonio, salvo que se propugne un Estado con competencia para entrometerse en el terreno de los sentimientos particulares de los ciudadanos. Quizá sin darse cuenta, esta extraña concepción del Estado es la que propugnan quienes –como nuestro ministro de Justicia– parecen confundir el matrimonio con el amor. Si el matrimonio se identificase con el amor, sería un sentimiento, algo puramente subjetivo y ajeno a las leyes. Sin embargo, el matrimonio es mucho más que un sentimiento aunque presuponga sentimientos estupendos; es una institución básica y esencial para la vida social basada en la configuración dual de la especie humana en hombres y mujeres que a través de su mutua complementariedad hacen posible la generación de nuevas vidas humanas creando el ambiente más ecológico para los niños, para su concepción, crecimiento, educación y desarrollo.

Por eso el matrimonio, a diferencia del amor, no se agota en la intimidad de las personas sino que genera naturalmente relaciones jurídicas que se proyectan más allá de la esfera individual de las personas que se quieren, pues afecta a terceros indefensos –como son los niños– en un haz de derechos y obligaciones transidos de exigencias de justicia. Es decir, el matrimonio es naturalmente jurídico, a diferencia del amor que conceptualmente no lo puede ser. La unión comprometida entre un hombre y una mujer que les implique en su totalidad, también en su dimensión sexual, genera una institución de dimensión social y trascendencia jurídica por su estructural apertura a la vida.

Para la conciencia jurídica de la humanidad el matrimonio es una unión entre hombre y mujer que, por supuesto, se supone que se quieren mucho; pero que, más allá de quererse, crean una relación con mutuas exigencias de justicia que se proyectan a través del potencial hijo al conjunto de la sociedad, interesada en que haya niños y en que crezcan en un ambiente estable en el tiempo de protección, educación y cuidado. De ahí la íntima conexión –aunque no con carácter de exclusividad– entre matrimonio y familia.

La reciente pretensión ideológica de algunos de incorporar al concepto de matrimonio a las parejas del mismo sexo, está llevando a alterar radicalmente este concepto hasta llegar a la logomaquia más absurda, como los intentos del TC y del ministro Gallardón de referirse al matrimonio en términos de sentimientos de personas abstractas (prohibido hablar de hombre y mujer), cuyo contenido se reduce a una indefinida «colaboración» (prohibido hablar de sexo) y cuya finalidad es un abstracto «apoyo mutuo» (prohibido aludir a la reproducción). Se logra así que efectivamente las parejas del mismo sexo quepan en ese deconstruido concepto de matrimonio, pero al precio de que ya no se sepa de qué se está hablando y de que en ese concepto quepan por igual dos hombre o dos mujeres, o tres y tres, o un tío y su sobrino, o dos hermanas o amigos que conviven, o ...reducir el matrimonio a un sentimiento a fin de incorporar al matrimonio a cualesquiera que se amen, al margen de que generen o no una estructura matrimonial abierta a la vida, es un inmenso fraude ayuno de honestidad intelectual por muy políticamente correcto que sea.

Dada la absoluta vacuidad intelectual de este recreado concepto de matrimonio, se entiende que los defensores del mismo se dediquen a la poesía sobre el amor cuando han de defender su concepción del matrimonio o se limiten al insulto y la descalificación del que discrepa de ellos como han hecho tantos estos días en España a raíz de unas declaraciones (muy poco afortunadas en su expresión literal, dicho sea de paso) del Ministro del Interior. Ya se sabe que en ausencia de razones, las embestidas pueden rellenar el hueco que deja la renuncia al pensamiento, como la ideología pretende suplir a las ideas.

Benigno Blanco Rdríguez, presidente del Foro de la Familia.

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