Mirar al futuro con esperanza

En los medios de comunicación españoles han aparecido en los primeros días de abril diversas noticias que han producido en nuestra sociedad una sensación de desánimo general. Los españoles tenemos la tendencia a prestar gran atención y conceder mucha importancia a las opiniones de los demás, especialmente si son personas ajenas a nuestro entorno y si manifiestan apreciaciones negativas sobre nuestras costumbres e incluso sobre España. Ese espíritu crítico puede tener un efecto positivo si sirve para corregir errores y mejorar nuestra convivencia. Sin embargo, la aceptación de las críticas sin un análisis racional de su intencionalidad y las causas que las producen puede tener efectos devastadores. Las críticas y opiniones negativas de nuestra forma de ser y actuar deben servir para mejorar nuestra sociedad cuando tienen una base objetiva y un fundamento real. Por el contrario, debemos rechazar de forma contundente las críticas que tienen su origen en la ignorancia, en intereses inconfesables o en prejuicios y animosidades históricas inaceptables en el siglo XXI. Ese rechazo debe ir acompañado de la presentación de nuestra realidad de forma activa. Las verdades, si no se recuerdan, pueden olvidarse y las mentiras si se repiten mil veces pueden llegar a ser aceptadas por algunos como hechos ciertos. No basta con indignarse cuando el rebelde expresidente de una comunidad autónoma y sus fieles repiten incansablemente que en España hay presos políticos y otras falsedades e injurias. Es preciso dejar claro ante la opinión pública mundial la verdadera situación, y es necesario explicar tantas veces como sea preciso los hechos ocurridos en la comunidad autónoma catalana antes y después del 1 de octubre de 2017. Hay que dar a conocer al mundo los sórdidos detalles de una conspiración tramada y preparada por quienes desde las estructuras del Estado han intentado romper la unidad garantizada por la Constitución.

El imperio de la ley está asegurado en España y nuestros jueces son independientes y tienen una formación y profesionalidad igual o superior a la de sus colegas de cualquier estado miembro de la Unión Europea. Esa realidad debe explicarse y difundirse por todos los medios posibles y repetirse cuantas veces sea necesario. Es preciso contrarrestar el efecto pernicioso y muy negativo de la propaganda injuriosa y destructiva de los independentistas. En un mundo globalizado no se puede perder la guerra de la información ni dejar de responder a las falsas acusaciones vertidas contra nuestra Patria y contra sus instituciones y autoridades. El veneno y la ponzoña que escupen diariamente los voceros del cínicamente llamado «proceso» están llegando con facilidad a muchos medios de comunicación, en algunos de los cuales encuentran el terreno abonado que conforman los prejuicios.

España es uno de los países más poblados de Europa; por su extensión, uno de los más grandes, y por su economía, uno de los más desarrollados. Además, nuestra nación tiene una situación estratégica inmejorable, gran longitud de costas y numerosos puertos y aeropuertos. Nuestra cultura tiene una proyección universal, siendo el español la segunda lengua materna más extendida en el mundo. Mirando al futuro hay razones objetivas para hacerlo con esperanza. Estoy seguro de que nuestro país seguirá siendo de los más avanzados del planeta y que conformará con las naciones de nuestra estirpe uno de los grandes bloques culturales del mundo. El desarrollo de lo previsto en la Constitución de 1978 ha configurado el actual estado de las autonomías, dotadas de niveles de autogobierno muy alto, superior al de entes semejantes en otros estados miembros de la Unión Europea. Como en toda actividad humana, han podido existir discrepancias políticas sobre el desarrollo y aplicación de sus estatutos. Sin embargo, esas posibles diferencias de criterio no pueden justificar que los dirigentes de una comunidad autónoma utilicen los amplios poderes que les otorga la Constitución para intentar destruir el orden constitucional que se comprometieron a defender. Es preciso dar a conocer al mundo cómo los dirigentes de los partidos políticos independentistas han despreciado las leyes y las mínimas garantías de seguridad jurídica para intentar imponer su modelo político. Un modelo que no respeta los derechos y aspiraciones de una gran parte de la población catalana.

Por el bien de los ciudadanos de nuestro centenario país, es de esperar que cese muy pronto la corrosiva propaganda independentista. Una propaganda que alienta el odio y ha generado una profunda división en la sociedad catalana. Esa propaganda debe ser combatida dentro y fuera de España con la difusión de la verdadera realidad del «proceso» y de su naturaleza xenófoba y discriminatoria de parte de la población. No deben quedar sin respuesta quienes no respetan la libertad, invocan supuestas diferencias y niegan los muy sólidos lazos culturales, sociales y económicos que existen entre todos los habitantes de España, la realidad política más antigua de Europa.

Federico Yaniz Velasco, General del Ejército del Aire (R) y periodista.

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