Miseria y grandeza de un debate

Confieso que me gustó. Quizás porque llegué al debate sin demasiadas expectativas, convencida de la poca naturalidad de una confrontación que, previamente, había sido trapicheada, masticada y deglutida, por el aprendiz de inquisidor que todo asesor de campaña lleva en sus entrañas. Sin embargo, a pesar de las cortapisas, las reuniones maratonianas para decidir la temperatura de la sala y el papel de váter, y a pesar de la sobreactuación del evento, disfruté del choque dialéctico de dos líderes que fueron mucho más correosos de lo que era previsible. Hubo momentos de brillantez dialéctica, y tanto en los envites, como en las réplicas, los dos sacaron a relucir una saludable mala leche. No comparto la crítica de algunos colegas, indignados por el tono agresivo de Rajoy o Zapatero, tanto monta, en función de los momentos. Esto no era una exhibición de juegos florales, ni un concurso de belleza. Esto era el primer gran debate entre dos tipos que quieren gobernar un país. Salvaguardada la buena educación, ¿nos caerán los anillos por un poco de incisivo en la yugular? Ni creo que Rajoy fuera un bulldog al estilo del guerrismo, ni creo que Zapatero gastara la retranca de los Acebes más desatados, pero los dos se permitieron algunos trazos gruesos, y fue en esos momentos de dura confrontación cuando ambos parecieron más presidentes.

Ya sé. Hay muchos motivos para denostar el debate. Que no estaban todos los candidatos, y especialmente no estaba Catalunya. Por cierto, la afirmación de Zapatero de que no ha leído nunca el pacto del Tinell es una sonora bofetada a los firmantes de tal pacto. Un desprecio en bonito prime time.Pero siendo cierto, también lo es que los dos posibles presidentes tenían que verse las caras, que ello era informativamente relevante y, socialmente, saludable. Si Catalunya tiene poco peso en ese esquema político, es problema de la política, pero no del periodismo. Profesionalmente hablando, y a las pruebas de una audiencia histórica me remito, este debate era exigible, deseable y esperado. También es cierto que tuvieron mirada de retrovisor, y que el pasado chapoteó en el presente, pero no olvidemos que estamos en la primera parte de la confrontación. Si ese mismo balance lo hiciéramos en el segundo debate, sería una crítica certera. Pero los dos candidatos saben que tienen segundo asalto, y parece una estrategia inteligente dejar, para ese segundo tiempo, los proyectos de futuro. ¿Quién quemaría una buena propuesta, antes de hora? Además, tampoco entiendo este rasgado de vestiduras de algunos analistas. Al fin y al cabo, el pasado reciente de la vida política, ¿no marca a fuego su futuro? Creo que estuvieron mucho mejor de lo pensable, que los dos crecieron como líderes, que se mostraron seguros en las explicaciones y directos en los ataques, y en la suma, nos ofrecieron un espectáculo político muy notable. La idea, machaconamente repetida por los partidos, de que hubo un claro vencedor, no tiene otra credibilidad que la propia de la propaganda. Personalmente, creo que el empate es un resultado justo, y si no fuera anatema, y no me cayeran encima todos los jinetes del Apocalipsis, me atrevería a decir que Rajoy dominó en más ocasiones. En cualquier caso, la partida acabó en unas buenas tablas.

Más difícil me resulta aprobar a los protagonistas periodísticos del evento. Primero, porque no sé cómo puntuar un cronómetro, ya que fue un cronómetro el que moderó el debate. De ahí que tuvieran más importancia los árbitros de basket que controlaban el reloj - hacia el cual se iba, nerviosamente, el ojo izquierdo de Rajoy-, que el señor Campo Vidal. Y de ese dolor cuelgan todos los males de un debate político que, ni en la gestación, ni en el proceso, ni en el resultado, respetó la credibilidad periodística. Lamento que una Academia de Televisión - que tendría que tutelar el prestigio de los profesionales-, se prestara a un formato donde dichos profesionales ni pinchaban, ni cortaban nada. Lamento que el presidente de dicha academia no se inhibiera del protagonismo, como sería lógico de quien ha estado negociando con los partidos. Lamento que se aceptara la idea de los bloques temáticos, convirtiendo al periodista en patético convidado de piedra. Lamento que la clase periodística asista, encantada, a esta especie de dictadura de los partidos que intentan moldear el periodismo político, y que se comportan como niños mimados cuando se les exige el bien público de la información. Lamento que la Academia haya aprovechado el Pisuerga para hacerse publicidad, sin haber conseguido aún hacerse un hueco en la profesión. Seriamente, ¿sabe alguien qué es esta academia, aparte de saber que la dirigen unos muy progres, muy simpáticos, y todos felices miembros de la pomada?

Finalmente, lamento que se considere normal ningunear a la profesión periodística, cuando se trata de preservar los intereses del poder político. Y por lamentar, lamento lo feo que era el plató. ¿Tanto seso devanado para tanto horror estético? En fin, lo dicho. Lo mejor fueron esos dos tipos que quieren ser presidentes y que, por un día, estuvieron mejor que sus propias caricaturas.

Pilar Rahola