Misión cumplida, señor Landa

El Gobierno vasco, a través de su Dirección de Derechos Humanos, está promoviendo estos días una norma dirigida, supuestamente, a reconocer a las víctimas de una denominada «violencia de motivación política». Lo recordarán ustedes porque se ha presentado precisamente en los mismos días en que el Parlamento vasco aprobaba la Ley de Reconocimiento y Reparación a las Víctimas del Terrorismo.

El informe, aún provisional, parece estar pendiente de que algunos miembros del tripartito superen la vergüenza que sin duda les causa este texto. Sin embargo, la función para la que se ha concebido ya está conseguida. El informe ha cumplido ya su objetivo. No hace falta pues bajar a ningún detalle. Las aclaraciones que puedan hacerse son innecesarias, por más que el director de Derechos Humanos del Gobierno vasco, señor Landa, se muestre abierto a ellas. Esta propuesta tenía un único objetivo y ya se ha cumplido de sobra.

No es cierto que se quiera reconocer a víctimas olvidadas, como falsamente se dice. De lo que se trata es de alimentar la insidia de que Euskadi vive sometida a una violencia institucional brutal y que el terrorismo no es más que una respuesta a ella. Ése y no otro es el objetivo de la propuesta. Ésa es la mentira que se nos quiere hacer tragar disfrazada de humanidad. Sus promotores buscan únicamente crear una falsa apariencia para deslegitimar a la democracia comprando los argumentos de ETA. Eso es lo único que hay detrás de esta ley.

Todo el mundo sabe perfectamente, incluso los firmantes de la iniciativa, que es mentira que Euskadi sea un pueblo oprimido al que ETA quiere liberar. La verdad es que lo que aquí sufrimos es un verdadero deseo de amedrentar a los habitantes de una democracia porque mientras se sientan libres se negarán, tercos, a plegarse a los deseos del nacionalismo radical y totalitario.

Pero para sostener las mentiras siempre hay que inventar otras. Mentiras como la que esta iniciativa quiere implantar. No va a poder. Se ha hablado tanto de víctimas en los últimos años que a algunos de quienes promueven este informe les han saltado las alarmas al ver que la realidad viene empujando y que las viejas consignas de que vivimos una guerra de liberación nacional quedan arrumbadas por la evidencia de que aquí la opresión lleva 30 años viniendo siempre del mismo lado, el de ETA.

Cierto es que las víctimas del terrorismo están recibiendo una atención tan especial como seguramente tardía. Es así porque estos reconocimientos son en realidad verdaderos actos de desagravio. Auténticas peticiones tácitas de perdón colectivo por las décadas durante las que las víctimas del terrorismo fueron ignoradas, marginadas, olvidadas, metidas debajo de la alfombra (según expresión del señor Landa) y lo peor de todo, culpabilizadas y reprochadas como causantes de su propio dolor.

Prefiero ser cauteloso y no señalar quién las ignoró más y quién menos; quién las reprochó más y quién menos; quién las acompañó más y quién menos. Prefiero la cautela porque pienso que a todos los vascos, por el hecho de serlo, nos corresponde asumir alguna cuota de responsabilidad en aquellos años de ignominia, de deshonor y de vergüenza.

Son esos años que alguien llamó 'de plomo' los que nos obligan ahora a volver la vista para reconocer la realidad. Para honrar a las personas que, con diferencia, más han sufrido. Sobre todo porque, a pesar de su sufrimiento, siempre demostraron un nulo deseo de venganza y una confianza total en la Justicia y en las instituciones democráticas. Eso es precisamente lo que hace que la deuda de esta sociedad con ellas sea impagable.

Pero, como decía, algunos tienen que recorrer un camino más largo que otros. Tan largo que asusta, y para ellos la tentación de 'mantenella y no enmendalla' es grande. Tanto que no tienen empacho en sacarse de la manga un listado de agravios, de actos violentos, reales unos y supuestos otros, que les permita seguir en un discurso equidistante entre las víctimas, tan incómodas, y los verdugos, tan familiares.

Sin duda ha habido actos violentos en Euskadi. Ha habido personas que, dentro y fuera del País Vasco, han sufrido las consecuencias de actos de violencia ilegítima. Durante la dictadura y después. Pero nadie puede ignorar, sin que le cambie el color de las mejillas, que siempre se hicieron grandes diferencias entre las víctimas de ETA y las de esta nueva lista. Estas últimas jamás fueron ignoradas por la sociedad, nadie les reprochó su sufrimiento. Al contrario, contaron con toda la comprensión pública, la de sus vecinos y la de los medios de comunicación de todo color. Tuvieron de su parte a ayuntamientos y demás instituciones. Sus versiones siempre fueron tenidas por ciertas. Nadie encontró excusas para negarles una iglesia (qué diferencia). Nadie las ignoró sino que la más leve sospecha se convirtió en un hecho gravísimo y aun las actuaciones judiciales merecieron la descalificación pública cuando no les daban toda la razón. Exactamente lo contrario de lo que esta sociedad hizo con las víctimas del terrorismo nacionalista. Exactamente lo contrario.

Una sociedad democrática debe resarcir, en la medida de sus posibilidades y según sus herramientas jurídicas y políticas, a quien sufre actos de violencia reprobables. Esa obligación siempre resulta incompleta cuando se trata de la víctima de cualquier delito, pero se cumplió escrupulosamente en su momento con las víctimas de esa lista que nos presenta ahora el Gobierno vasco. Fue con las otras, con las víctimas de ETA, con las que esta sociedad, y también sus instituciones, hicieron dejación flagrante de su responsabilidad y hasta de su humanidad. No es justo pretender igualar ahora a quien se trató entonces de forma tan desigual.
Por eso confío en que la pretensión que este informe esconde quede exclusivamente en el debe de las personas y del partido que han presentado una iniciativa tan innoble como manipuladora.

José Antonio Pastor, portavoz del Grupo Socialista del Parlamento Vasco.