Misión de misericordia

Las imágenes conmueven, hieren la sensibilidad del compasivo. Pero esos niños, famélicos y desvalidos, son personas con unos incuestionables derechos, no otorgados por la benevolencia del altruista, sino por su propia condición. Y de justicia es que así se reconozca. Viene después la solidaridad recordando vínculos humanitarios. Pues ellos, los pobres y los acaudalados, forman parte de la fina familia humana. Aquí había que hablar de unos derechos sociales universales.

Cuando altruismo, justicia y solidaridad han recorrido su camino, la caridad sigue avanzando. Nada de lo anterior deja de ser obligación, pero el amor fraterno aprendió en la escuela de Cristo, mensaje y ejemplo, que hay que seguir adelante, sin límite, medida, ni precio. Y ya, la apoteosis de todo ello: la misericordia, que es poner lo mejor que puede tener cada uno en disposición de servicio a los demás. Porque, en lenguaje cristiano y más allá, lo que tienes es tuyo y te santificará y será timbre de nobleza ante la sociedad, pero lo que recibiste no es sólo para ti. Según el dicho conocido, sólo se pierde lo que se guarda y sólo se gana lo que se da.

Pérez Galdós, en su conocida novela, puso nombres y personajes, y hasta hizo escala de nobleza entre el misericordioso y el que no tiene corazón, ni entrañas. En corporales y espirituales se vinieron en llamar las obras de misericordia. Si tuviéramos que hacer, en estos momentos, un listado de las obras de misericordia que necesitan practicarse con urgencia, no dudaríamos en poner la de vivir y anunciar el Evangelio de Jesucristo. El Evangelio de la misericordia.

El Papa Francisco, en el mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de 2016, sostiene que la misión ad gentes es una inmensa obra de misericordia, tanto espiritual como material, pues trata de llevar «el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana. En virtud del mandato misionero, la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven y experimenten el amor del Señor. Ella tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios».

Dios quiere estar cerca, particularmente entre los más pobres, en cualquiera que sea su pobreza. A todos, sin exclusión de nadie. La humanidad entera es el Pueblo de Dios. Unos, por el bautismo, llegaron a esa comunidad nueva que es la Iglesia, pero cuantos hombres y mujeres componen la familia humana han sido redimidos con la misma entrega generosa de Cristo.

Hasta los lugares más insospechados, y metidos en las heridas más sangrantes, llegan los misioneros y las misioneras, porque que han sentido, como urgencia de su amor a Cristo, el derecho que tienen todos los hombres y mujeres del mundo de escuchar las palabras de Jesús en la sinagoga de Nazaret: he venido para curar a los enfermos, dar de comer al hambriento, desatar las cadenas injustas y anunciar el tiempo de la salvación. «Esto es más necesario todavía dice el Papa Francisco, si tenemos en cuenta la cantidad de injusticias, guerras, crisis humanitarias que esperan una solución. Los misioneros saben por experiencia que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer alegría y reconciliación, justicia y paz».

Ni limitación de tiempo ni de espacio, ni de ideas o creencia. La caridad, el amor fraterno, no sabe de distinciones. La Iglesia no puede por menos que ser misionera: llevar a todos la Buena Noticia –compasión, justicia, solidaridad, caridad y misericordia– que ha recibido de Jesucristo.

No solamente no ha decaído, sino que el espíritu misionero –la caridad es el nuevo nombre del diálogo, dijo Juan Pablo II– sino que se ha visto sacudido por la tremenda situación de violencia, guerra, intolerancia, injusticias y hambre de todo tipo en el mundo. Caridad y diálogo no son meros conceptos que presentan un nombre actualizado de la misión, que nunca puede ser otra que la de llevar el Evangelio a todas las criaturas.

La Iglesia se actualiza, pero no por una simple adaptación a las circunstancias, sino por la vitalidad intemporal del Evangelio. Como portadora de una misión universal ofrece, pero no impone. El servicio se hace tarea educativa, sanitaria, de promoción humana y social, de diálogo respetuoso con todas las culturas y convicciones religiosas. Se necesitará la preparación misionera adecuada, la vocación apasionada y convencida, evangelizadora, con disponibilidad martirial y generosidad ilimitada. Inmensa lección de misericordia esta, aprendida en la vida y cátedra del Misericordioso.

Dice que los tiempos que soplan no son de bonanza. Que campan por sus respetos la agresividad y la violencia, la intolerancia y los fundamentalismos, las agresiones y desprecio a lo religioso, la indiferencia a cuanto de Dios se dice y la fidelidad a lo que sea prometido. Pero Jesucristo, pastor universal, no se baja de la barca por muchos que sean los golpetazos que las olas, de este mar encrespado, puede creerse que va a hacer sucumbir la barcaza, cayuco y patera, como si en ella no hubiera experto y buen timonel. Hoy se llama Francisco. Es nuestro Papa, práctico y buen guía y experto en saber navegar llevando en sus propias manos las del magisterio y el testimonio, la nave de la Iglesia.

Una Iglesia con las puertas abiertas, para que pueda entrar todo el que quiera, pero que también han de ser la de salida para ir por el mundo y anunciar lo que se ha visto y oído en el comportamiento y palabras del Señor Jesucristo. Que esto es evangelizar y hacer misión. Habrá que salir de la propia situación de bienestar y llegar hasta la pobreza, en todos los sentidos. La más profunda indigencia la de no conocer la Verdad. Salir de la propia casa y cultura, y hasta de la misma vida para darse a los demás, para ofrecer, que nunca de ser imposición y proselitismo, el amor misericordioso que de Cristo se ha recibido.

Salir para encontrar, pues existe cierta actitud un tanto equívoca, que se empeña en afirmar que se está buscando, cuando lo importante es dejarse encontrar por Aquel al que se dice desear. Con la Iglesia, y de buena mañana, pues el Sol que nace de lo alto, Jesucristo el hijo de la bienaventurada María, es luz imprescindible. Ejemplo nos ha dado, pues al fin y al cabo él fue el primer misionero, que salió de la casa del Padre al encuentro de todos los hombres y mujeres del mundo y hablarles del Dios misericordioso y justo. Y hacerlo con la elocuencia de una caridad sin límite, sin precio, sin medida.

Buena obra de misericordia, en verdad, es esta: hacer que todas las gentes lleguen al conocimiento del Justo y la justicia; del Clemente y la misericordia; de quien es misionero de la paz y el bien entre todos los pueblos.

Carlos Amigo Vallejo, Cardenal Arzobispo emérito de Sevilla.

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