Modelo Ayuso

“Madrid no se apaga”. A su estilo, sin vuelo en el verso, objetivamente, Isabel Díaz Ayuso anunció que la Comunidad de Madrid no cumpliría el decreto de medidas de ahorro energético aprobado por el Gobierno. Es decir, un cargo público, una presidenta electa de una comunidad, invitaba a incumplir con la legalidad. Y lo anunció vía Twitter con el desparpajo y la agresividad propia del medio. Es su carácter. Y todo el mundo lo da por descontado. No hay autoridad en el PP que ose incomodar a la presidenta.

Las maneras de Díaz Ayuso forman ya parte del paisaje. Con naturalidad se asume lo inaceptable. Y el PP aguanta, porque hay equilibrios que, aunque parezcan insostenibles, hay que lidiar con ellos, especialmente cuando un partido está en fase de reconstrucción. ¿Hay que entender que la fricción entre el PP de Madrid y el PP partido forma parte de un modo de estar en el país y que, por tanto, nos da algunas pistas sobre lo que es España? ¿Hay que asumir la política espectáculo como forma de gobernar Madrid?

En realidad, este es un modelo que creó Esperanza Aguirre al final del aznarismo. E Isabel Díaz Ayuso es sólo una versión más bulliciosa de una manera de entender la singularidad de la capital y su entorno que Esperanza Aguirre llevó con desparpajo pero con un estilo algo más afinado y respetuoso. La Comunidad de Madrid como aparador al servicio de determinadas élites madrileñas, una especie de Jauja en que casi todo sería posible (para algunos por supuesto), encubriendo con esta parodia las mil realidades de una metrópoli moderna. Y así creció el modelo en los años del liderazgo de Mariano Rajoy en el PP, un hombre tranquilo poco dado a meterse en líos, incluso los que parecerían ineludibles. Y se creó un modo de gobernanza de Madrid que con Ayuso ha ganado en espectáculo aun al precio de perder empaque. ¿Qué había pasado en el PP? Pues, sencillamente, que José María Aznar, un líder de la época del que se mueve no sale en la foto, ya no estaba y que poco a poco se entró en una dinámica de barra libre que culminó en la conflictiva sucesión de Rajoy que se cerró con la victoria de Pablo Casado, un peso ligero, beneficiario del conflicto entre Dolores de Cospedal y Sáenz de Santamaría. En el vacío, encontró un filón Díaz Ayuso, que acabó provocando el hundimiento del frágil velero de Casado. Y así llegó la hora de la recomposición, con Alberto Núñez Feijóo como gran esperanza blanca, que de momento ha escogido la contención como cubil de recogida de las pérdidas del desgaste del Gobierno de Sánchez, al tiempo que sigue dejando vía libre a los desahogos de la presidenta madrileña. ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? ¿Hay que entender que el PP consolida la Comunidad de Madrid como sede del neoliberalismo desacomplejado, encadenando sin rubor reducciones fiscales a los que más tienen, privatizaciones y desgaste de los servicios públicos, y un discurso de cerveza y botellón que ruboriza, porque cree que amplía su espectro? ¿O es una tolerancia a la espera del asentamiento de Feijóo y de la autoridad que le pueden otorgar las urnas? ¿Cálculo o inseguridad?

En este presente continuo en que vivimos, en que los poderes económicos están más pendientes de la realización de sus beneficios en el futuro (inversión, crédito y especulación) que de atender el presente, el espectáculo Ayuso puede ser resultón como operación de entretenimiento, pero puede acabar pasándole al PP algunas facturas. En cualquier caso, será interesante ver qué ocurre cuando Feijóo pase de la fase actual de teatralización de la moderación a una toma más clara y directa de la palabra, en la que los andares tranquilos y las formas discretas que le acreditan deberán dejar paso a las ideas. Entonces veremos si Ayuso es o no de la familia, si las diferencias son más formales que reales y, en realidad, el patrón ideológico es el mismo y se integra a la presidenta como una concesión al aparador de Madrid, en la secuencia que inauguró Aguirre. Ahora mismo, los hechos son claros y concretos: Ayuso ridiculiza un decreto del Gobierno que responde a urgencias reconocidas por el propio PP y la dirección del partido se limita a arrancar de la Comunidad una vaga afirmación de que se cumplirá la ley.

La resistencia de poderosos sectores económicos a asumir lo evidente, el negacionismo ante los desafíos globales que algunos —y no solo la extrema derecha— vienen convirtiendo en ideología y la dificultad de pasar de los debates en blanco y negro a los acuerdos en una dinámica parlamentaria —donde todos viven instalados en la comodidad de la lógica del amigo y el enemigo, con el desgaste del adversario como horizonte absoluto— dificulta enormemente la tarea. Y abre las brechas por las que se cuela la frivolidad como modo de estar en el mundo, modelo Ayuso.

Josep Ramoneda es filósofo y periodista.

1 comentario


  1. No olvidemos que las medidas del gobierno en la pandemia fueron ilegales .Tampoco que el gobierno vasco no piensa aplicar el decreto, aunque calle sus criticas iniciales. Y que otro articulito sobre el cumplimiento de la legalidad de los socios del gobierno sería muy de agradecer en especial sobre la ilegalizacion del castellano en las escuelas catalanas.

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