Modernizar Francia

Felipe González escribió hace un par de semanas un sutil artículo sobre las elecciones francesas en el que afirmaba que el campo de batalla no se situaba sólo entre derechas e izquierdas, sino, sobre todo, entre modernizadores y bonapartistas. "La gente que está descontenta con las propuestas de la derecha, aun siendo de derechas, o la que lo está con las de izquierdas, aun siendo de izquierdas - decía Felipe-, representa el desasosiego como enfermedad difusa de los franceses. Saben que Francia no es lo que fue, saben que no lo volverá a ser en la nueva situación mundial, pero no saben cómo será su futuro".

Si, como creo, el diagnóstico de Felipe González era acertado, probablemente el triunfo final de Sarkozy se debe a que sus propuestas han sido percibidas como más modernizadoras que las de Royal. La franja de franceses víctimas de ese desasosiego ha inclinado la balanza por el candidato de la derecha.

¿Qué significa, en ese contexto, modernizar? Significa adaptar el Estado y la sociedad francesa al mundo actual, superando la pesada inercia del gaullismo - el bonapartismo de derechas o de izquierdas- dominante en Francia desde hace cincuenta años. El gran error de Royal - como advirtió implícitamente un socialista tan perspicaz como Michel Rocard- ha sido proponer un programa económico y social continuista, un programa de izquierda antiliberal, cuando la sociedad francesa necesita exactamente lo contrario. En cambio, las líneas maestras del programa de Sarkozy - como el de Bayrou, situado en un arriesgada posición de cara al futuro- contienen decisivos elementos innovadores, modernizadores.

En primer lugar, es muy significativo que Sarkozy haya dicho sin complejos que está dispuesto a acabar con algunos valores del Mayo del 68, es decir, algunos de los arraigados valores comúnmente denominados progres. Quizás, al final, como era de prever desde el principio, el legado más notable de aquella inconsistente revolución circunscrita al Barrio Latino de París, sea una cierta estética informal, vestir de forma desaliñada, el fin de la obligatoriedad de la corbata. Aires de libertad, ciertamente, no desdeñables del todo, pero perfectamente asimilables y sin mayores consecuencias para la pervivencia del sistema que se pretendía derribar.

Frente a esta cultura del 68, Sarkozy ha propuesto restablecer valores sociales básicos como la responsabilidad individual, el esfuerzo personal y el respeto a la autoridad legítima. En efecto, todo lo que tuvo aquel 68 de fresco y libre se ha convertido en caduco y reaccionario. El otro día, un amigo profesor de instituto me confesaba que al preguntar a un alumno qué significaba para él la palabra progre,éste, balbuceando, le contestó: "Significa viejo". Ilustrativa respuesta. Las propuestas del nuevo presidente francés van en el sentido de restablecer los viejos valores, hoy nuevos en Francia, del liberalismo individual e igualitario.

En segundo lugar, Sarkozy ha propuesto sin ambigüedad un adelgazamiento del Estado, no en aquello que asegura una igualdad social básica - la educación, la sanidad y la protección social-, sino en aquello en que el Estado, mediante una excesiva asistencia social e intromisión en la vida de las personas, se revela injusto y abusivo. Una cosa es que los poderes públicos garanticen la igualdad de oportunidades para todos y otra muy distinta es que unas minorías burocratizadas vivan a costa del Estado, financiadas por los demás ciudadanos. Los esfuerzos en reducir la deuda pública, en reformar los servicios públicos, en promover una reforma laboral que incentive la movilidad de los trabajadores, la inversión en formación e investigación: todo ello es necesario en Francia.

En tercer lugar, Francia necesita abrirse a Europa y al mundo. Esperemos que el "refuerzo de la identidad nacional francesa" sea una simple táctica electoralista para atraer votos de lepenistas y de otros sectores chovinista. Los franceses deben asimilar que su lengua, la bellísima lengua francesa, ya no tiene el peso que tenía y que las culturas, en este mundo globalizado, ya no son nacionales sino individuales y cosmopolitas. Por tanto, el papel de Francia en Europa y el mundo no consiste en conservar antiguas tradiciones, sino en estar presente en los centros de decisión, aportando su indudable bagaje político y cultural. Es especialmente importante que Sarkozy reincorpore a Francia a la construcción de la Europa política.

Todos estos factores hacen pensar que la victoria de Sarkozy ofrece más posibilidades que inconvenientes. Ahora bien, varios peligros le acechan. Uno es dejarse absorber por el peso de los sectores bonapartistas de su partido y de los grupos económicos a los que está ligado. Otro, más difícil de sortear, es quedar aislado de las demás fuerzas políticas y tener que afrontar en solitario algunas políticas que, probablemente, de entrada serán impopulares.

En este sentido, no contribuiría a la modernización una aplastante derrota socialista en las inmediatas elecciones legislativas, aunque el sistema electoral mayoritario la hace muy posible. Las reformas pendientes requieren múltiples complicidades políticas y sociales. Ahí debe demostrar Sarkozy su habilidad política. Descartado Bayrou - que ha cometido el fatal error de fundar un nuevo partido-, esperemos que la responsabilidad y la inteligencia de los modernizadores de todas las tendencias se impongan al conservadurismo de los bonapartistas.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.