¿Modernizar la monarquía?

Por José María Marco, historiador (EL MUNDO, 07/11/03):

La monarquía en España ha tenido una función trascendental. Ha sido la institución que ha forjado la nación española. Hoy en día, la monarquía es el símbolo de su permanencia y la garantía de su unidad y de sus libertades. El Monarca es la representación -mejor sería decir la encarnación, el símbolo viviente- de lo que nos une a todos los españoles.

Esta función que ha tenido y tiene la monarquía explica la lealtad monárquica de los españoles. La monarquía es una dimensión esencial de su lealtad a la nación. Sólo mediante un esfuerzo de abstracción considerable es posible discernir la lealtad monárquica de la lealtad nacional. El ser español se manifiesta en una identificación natural e inmediata con la monarquía, encarnada en la persona del Monarca y en la Familia Real. Los españoles sienten como propios los sucesos acaecidos a la Familia Real. El anuncio de la boda del Príncipe de Asturias con Letizia Ortiz no podía por menos de suscitar reacciones apasionadas, como las que se sienten ante un hecho de estas características cuando lo protagoniza una persona de nuestra misma familia. Es irremediable. Todo lo que afecta a la Familia Real, y con más razón la boda del heredero de la Corona, nos afecta a los españoles en aquello que nos constituye como tales.

El apasionamiento de las reacciones se ha visto multiplicado por las características del enlace. Dadas las características sociales y personales de la que será la futura Reina de España, el compromiso rompe sin duda alguna con las tradiciones establecidas.

Se ha hablado mucho de la modernización de la monarquía que esta ruptura lleva aparejada. En rigor, la modernización de la monarquía se produjo en el siglo XIX, cuando los reyes dejaron de ostentar en la práctica la titularidad de la soberanía y tuvieron que compartirla y luego cederla a los representantes de la soberanía nacional. En otras palabras, la monarquía se modernizó cuando pasó a ser primero monarquía constitucional y luego monarquía parlamentaria.

Fue un trance muy arriesgado para la institución y para los países que lo vivieron. En Europa, las naciones que supieron salvaguardar la institución monárquica a lo largo de este largo proceso vivieron transiciones mucho más pacíficas que las que no lo hicieron.El caso de España resulta ilustrativo a este respecto. El proceso duró más de 70 años, con dos dictaduras y una guerra civil por medio.

Una vez pasado este trance, la modernización de la monarquía es, en mi opinión, algo sumamente difícil. La monarquía es una institución que apela a una lealtad histórica, sentimental y normativa. Como muchas de las instituciones que han contribuido decisivamente a la civilización humana, no es del orden de lo racional. Se basa sin remedio en la aceptación de una muy considerable cantidad de prejuicios y de discriminaciones. Habiendo alcanzado hoy en día el status casi perfecto de monarquía parlamentaria, la única posible modernización de la monarquía sería convertirla en electiva. Es decir, instaurar una república.

Como no parece que se trate de eso, hay que buscar el significado de la modernización de la monarquía en otro terreno. Más que una cuestión política, es una cuestión de costumbres. Se trata -se nos dice- de adaptar la monarquía a los tiempos modernos, de hacer a los monarcas personas más próximas, más cercanas al común de la gente. Habría que hacer a la monarquía una institución más representativa, en la que a la gente común se pudiera sentir representada. Muchos de los argumentos a favor del enlace del Príncipe de Asturias hacen suyo este argumento. Quienes sienten alguna reticencia -que son más de los que la manifiestan- suelen acudir al argumento de que esta acción le quita misterio e idealidad a la monarquía. En vez de facilitar la identificación, la hace más difícil.

En mi opinión, la cuestión tiene otra perspectiva. Es cierto que los monarcas han tenido que cumplir hasta ahora ciertas pautas de decoro que los tiempos actuales han vuelto obsoletas. Pero nunca se les ha pedido que fueran modelos de conducta. Los monarcas debían cumplir bien su función política y representativa. No se les exigía que fueran hombres y mujeres ejemplares. Lidiaban, y todo el mundo lo sabía, con las mismas flaquezas y las mismas servidumbres que cualquier ser humano. En España hay grandes reyes que han sido modelos de conducta en lo personal, y otros tantos que no lo han sido.

Por eso la modernización de la monarquía no debe de referirse a lo que se sabe desde siempre, es decir que los monarcas y los príncipes están sujetos a la condición humana. La modernización de la monarquía sugiere más bien otro tipo de igualitarismo: que los reyes y los príncipes tienen derecho, como el común de los mortales, a la felicidad.

En una sociedad como la actual, nadie se atrevería a discutir eso. El único inconveniente es que la monarquía sigue siendo una institución simbólica y el titular de la Corona un símbolo para todos. Y al serlo, el derecho a la felicidad se convierte, o está a punto de convertirse, en una obligación. Desligar una cosa de la otra requiere casi tanto esfuerzo como desligar la lealtad nacional española de la lealtad monárquica. Es un ejercicio muy difícil.

El peligro que se corre, en consecuencia, es que el destino de la institución quede identificado sin remedio a los avatares personales, y en última instancia a la felicidad del Monarca o del Príncipe. Eso no había ocurrido nunca. Con una prudencia que los tiempos actuales se permiten despreciar, nunca se le había planteado al Monarca o al Príncipe una exigencia tan considerable.Viene a sumarse a la tremenda responsabilidad de asumir las funciones que entraña la titularidad de la Corona.

Son retos que la circunstancia española hace bastante ásperos.Cabe recordar que si la monarquía representa en España la unidad y las libertades de la nación, también tiene una historia, marcada por la salida del Rey en el año 1931 y la reinstauración de la institución en 1975. Un sector importante de la opinión pública española, que también es profunda -y legítimamente- conservador, sabe que la monarquía ha sido garantía de continuidad. El solo hecho de haber roto con una tradición obliga a los futuros Reyes de España a cumplir aún más cuidadosamente todas las responsabilidades que contraen con su compromiso. Bien es verdad que la lealtad de este sector de la opinión pública no les fallará nunca, por lo menos en público.

No estoy seguro de que pase exactamente lo mismo con todos aquéllos que se han manifestado con tanto entusiasmo a favor de la modernización de la monarquía. Existe en España una corriente muy fuerte que todavía no ha asumido todas y cada una de las consecuencias de la normalización democrática de España. Esta corriente se ha manifestado en ocasiones en contra las instituciones -recuérdense las banderas republicanas en las manifestaciones contra la Guerra de Irak- y otras a favor de su patrimonialización. Me gustaría poder afirmar sin ninguna duda que el clamor en pro de la modernización de la monarquía no tiene nada que ver con este tipo de actuaciones.Y también que la lealtad de quienes lo han protagonizado se manifestará siempre, en cualquier circunstancia.

En cualquier caso, el Príncipe de Asturias y su futura esposa han tenido un gesto valiente, que merece el respeto y el ánimo de todos los españoles de buena fe. Enhorabuena, y felicidades.