Modiano y nosotros

Recuerdo la tarde en que compré la primera edición en español de «Villa Triste», la novela de Modiano que acaba de publicar ahora Anagrama [el libro fue editado en 2009]. Fue en el invierno de 1976 y uno de los neones de la librería donde lo hice, parpadeaba con luz grisácea. Yo tenía veinte años y quizá eso contribuyera -el protagonista de «Villa Triste» tenía, más o menos, la misma edad- a que aquella novela llegara a ser una de las principales novelas de mi juventud. Como Patrick Modiano llegaría a ser uno mis autores contemporáneos favoritos.

Las novelas de juventud son como los amores de juventud: atraviesan el tiempo, pero es mejor no tocarlos: pensemos en «El cuarteto de Alejandría». Pero en el caso de Modiano, eso no ha ocurrido: se puede regresar a él sin haberse ido nunca, que es algo que jamás sabrán los que acaban de llegar a su narrativa con la juventud ya perdida. O sea que me vuelvo a 1976.

Aquella edición de «Villa Triste» era de un bonito color amarillo, con las letras del título en tipos art-déco. La había publicado Monte Ávila Editores, el sello venezolano, y la traducción dejaba mucho que desear y no sólo por los americanismos. Eso fue lo que le dije a Jorge Herralde pronto hará dos años, en la fiesta-aniversario de la Agencia Literaria MB, cuando me comentó -a raiz de un artículo mío sobre Modiano en la revista Turia- que, después del éxito de «Un pedigrí», pensaba reeditar «Villa Triste» y «Rue de boutiques obscures», ya que nunca habían sido publicadas en España y en cambio estaban traducidas. «Sí, pero ambas traducciones son un fracaso», le contesté, desaconsejándole que hiciera uso de las viejas ediciones venezolanas y las encargara ex-novo.

Cuando apareció en Anagrama «La calle de las tiendas oscuras» vi que pese a que nuestra conversación tuvo lugar de madrugada y abandonando el bar Salambó, el editor barcelonés no había perdido ripio. Lo mismo que con la recién aparecida «Villa Triste», recuperada por Mª Teresa Gallego Urrutia, que es la traductora de Modiano -y del gran Pierre Michon- en Anagrama, como Carlos R. de Dampierre lo fue en Alfaguara cuando estaba dirigida por Jaime Salinas.

Porque de la misma manera que recuerdo la tarde en que compré Villa Triste, recuerdo también las horas de lectura sonámbula y enfebrecida de «Los bulevares periféricos» y «La ronda de noche», que fueron las primeras novelas de Modiano publicadas en España por Salinas, uno de nuestros mejores editores del siglo XX. Eso fue en 1977 y 1979, respectivamente. Después vendrían «El libro de familia», «Una juventud» y «Tan buenos chicos», todas ellas en la colección azul de Alfaguara, de tan bonito diseño, y todas ellas saldadas luego a precios ínfimos, debido a su escasez de compradores y, por tanto, de lectores.

Recuerdo la imagen, que parecía salida de un pasaje del mismo Modiano: esas novelas en cajas de cartón en el suelo con un papel escrito a rotulador: 75 ptas. Modiano había sido bien recibido a finales de los 70 , pero en los 80 las cosas empezaron a cambiar y los críticos a hablar de repetición, de que sus novelas eran siempre la misma novela, de atmósferas cerradas y finales abiertos, de ausencia de argumento..., en fin.

A los potenciales lectores les debió de ocurrir algo parecido y aunque Alfaguara -en manos de Manuel Rodríguez Rivero y Luís Suñén- fue publicando modianos de vez en cuando, sólo los primeros fieles saludábamos esos libros nuevos con alegría cómplice. ¿Quiénes éramos esos fieles? La mayoría poetas y escritores. Pienso en Juan Manuel Bonet, en Justo Navarro, en Miguel Sánchez-Ostiz, en J.P. Quiñonero desde París, en Marcos Ordóñez... Los que después celebramos su pista española en Calpe, Alcor y Debate hasta que «Dora Bruder» apareció en Seix Barral y años después -en 2007- «Un pedigrí» en Anagrama. Y ahí surgió el entusiasmo converso de los que nos explican a Modiano como si fuera un nuevo descubrimiento personal. Debe de ser la edad, pero los viejos lectores de Modiano estamos sorprendidos y no porque su obra no se lo merezca, precisamente; el entusiasmo, quiero decir. Pero lo ocurrido es raro.

«Un pedigrí» -el primero de los publicados por Anagrama- fue festejado como un libro fundacional, cuando es un libro ejemplar para los conocedores de su obra, pero resulta sorprendente que guste tanto a esos lectores que se incorporaron a Modiano a partir de «Dora Bruder» o del mismo «Un pedigrí». ¿Por qué? Pues porque «Un pedigrí» reúne las claves biográficas de lo que hay detrás de las ficciones de Patrick Modiano. De las ficciones aparecidas con anterioridad a «Un pedigrí». El envés del tapiz, que decía James. Es pues, un libro para fieles, no para recién llegados, que desvela la autobiografía en la ficción y no al revés, como hasta entonces. Ha de haber, para disfrutarlo de verdad y comprender su intención, un conocimiento previo y extenso de la obra de Modiano. Ésta al menos es mi impresión.

Pero «Un pedigrí» abrió la puerta para que esos entusiasmos repentinos se convirtieran casi en furor territorializador, al publicarse «En el café de la juventud perdida», una novela muy bella que entronca con el Modiano de «Tan buenos chicos» y «Domingos de agosto». Eso tiene la ventaja de incorporar al público modianesco -como empezó a ocurrir con «Dora Bruder»- a unos lectores que no lo eran ni podían serlo, por su edad, con anterioridad. Pero también incorpora la duda de si esa fascinación es real o si es lo que toca hoy y ya veremos mañana. Sin olvidar la sensación de que los mismos a los que no interesó en los 70/80 quieren hacérselo suyo ahora. Es decir, de si Modiano es ahora moda posmoderna -que todo lo engulle-, cuando en España siempre ha sido un autor de culto , alejado de todo fenómeno mediático.

Patrick Modiano es un escritor que escribe . Esto, que parece una perogrullada, no lo es. Modiano es un escritor que nunca ha ido por ahí ejerciendo de escritor, esa obligación para mantener en la memoria colectiva la existencia si no de unos libros, sí de su posibilidad. O de uno mismo como metáfora un tanto ridícula de la propia obra. Ha concedido entrevistas y se le han hecho reportajes varios, ha ganado premios -de los que se otorgan, no de los que se presenta uno- y ha ido publicando sus libros, breves, con puntualidad cíclica. Pero no asiste a festivales ni suele dar conferencias , ni se postula apenas en nada que no tenga relación con su mundo: desde los dibujos de su amigo Pierre Le-Tan, por ejemplo, al caso reciente de su prólogo a los «Diarios» de Hélène Berr.

Un cambio de editor es a veces esencial para un autor, aquí y en todas partes. En el caso de Herralde -que acaba de cumplir su XL aniversario en la profesión- ha ocurrido con la última novela de Siri Hustvedt , presentada en Anagrama como la mujer del novelista norteamericano Paul Auster y recibida como si fuera su primera gran novela aparecida en nuestro país. Y ha funcionado. Cuando, previamente, la editorial Circe había publicado otras novelas de Hustvedt, sin acudir al reclamo de si era o no la mujer de Auster y no funcionó. La tontería de la publicidad, supongo. Quizá la cara más visible del nuevo desembarco de Modiano, tenga también que ver con eso. Porque sus libros continúan tan impecables -y fascinantes- como los primeros . Serán cosas de España: ha cambiado de editor y ahora también tiene fans. ¿O son caprichosas groupies?

José Carlos Llop

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