Momento crítico en el proceso de paz

No sirve de consuelo saber que todos los procesos de paz pasan por numerosos momentos de crisis y que muchos de ellos fracasan o se estancan por largos periodos. Sería absurdo pensar que se desarrollan habitualmente bajo mantos de seda, empatías instantáneas y cesiones a primera vista. Esta percepción idealista está fuera de la realidad, porque estos procesos siempre son complejos y difíciles. El conflicto vasco, y su incipiente proceso de paz, viven ahora uno de estos momentos críticos, y es habitual (aunque inútil) que cada parte dé la culpa a la otra, sea por su lentitud, ambigüedad, sentido de oportunismo, falta de claridad, exceso de condicionamientos, presiones o simple falta de claridad estratégica.

En todo caso, lo que no ayuda en absoluto es que en estos largos periodos críticos en que cada parte debe tomar decisiones de riesgo, en el sentido de que ha de decidir y explicar cosas nuevas, todo ello se haga de manera tan pública y visible, como invitando a que todo el mundo pueda sentirse obligada a participar en la definición, no del proceso (que estaría muy bien), sino del tratamiento de la crisis.

Y es entonces cuando la extrema visibilidad de la crisis agudiza la tendencia conservadora de los actores, porque les obliga a redoblar los argumentos para justificar lo que hacen o no hacen, y no tanto cara al adversario/enemigo, sino para calmar o convencer a sus propias bases de que no van a entrar en un camino de derrota.

He tenido la oportunidad de escuchar y contrastar opiniones con varios de los diplomáticos más experimentados en el mundo en facilitar el inicio y la buena marcha de negociaciones con grupos armados, sean guerrillas históricas, puros terroristas o bandidos de difícil calificación. Lo que importa a todos, en definitiva, es lograr dos cosas: una, que cesen las espirales de violencia que matan siempre a civiles (los guerreros heroicos es ya cosa de la historia), y dos, que se logre un acuerdo de paz (que en realidad es de finalización de la lucha armada), que permita hacer visibles (ojalá abordar) tímidamente las raíces del conflicto, las causas de fondo, porque hay algo que saben perfectamente todas las personas que se dedican a estudiar los conflictos y los procesos de paz: la paz solo se construye después de firmar los acuerdos de acabar con la violencia armada, y esto es una tarea política y de medio-largo plazo, y no siempre los actores que han actuado en el conflicto armado están preparados para esa tarea.

Volvamos al caso vasco y veamos los elementos esenciales. ETA decidió hace dos años dejar la lucha armada y negociar una salida digna (para ella, claro está); Batasuna quiere tener una presencia política normalizada y necesita ser independiente de cualquier expresión coactiva no democrática que pueda anularla (ETA); gran parte del pueblo vasco quisiera poder decidir su estructura política futura; con el esfuerzo de mucha gente, y de varios colores políticos, se ha logrado compartir que lo que pueda decidirse para ese futuro ya no será por la lógica matemática perversa del 51% (que siempre dividirá al país), sino por mayorías muy amplias, con consensos suficientes e incontestables, lo que obliga a mucho diálogo y aceptar tiempos largos.

No está mal, me parece, como punto de partida, pero a partir de ahí es cuando surgen los problemas, los temores, las inseguridades, los boicoteos, las trampas y todo lo previsible en momentos de este tipo que, repito, no son nuevos en la larga historia de procesos de paz (o de intentos para lograrlos) en el mundo. Hacer una cronología de los problemas que han surgido en los últimos meses, y en particular en las últimas semanas, sería demasiado largo para este artículo. Me centraré, pues, en proponer algunas ideas para salir del aparente callejón sin salida en que estamos; no son muchas: una, es que se reafirmen algunas decisiones ya tomadas en los últimos tiempos, tanto por el Gobierno, como por Batasuna y por ETA, para sentar el piso sobre el que hay que andar.

Dos, que cada una de las tres partes diga y se comprometa a algo más de lo que han dicho o hecho en los últimos tiempos, que no es mucho si se mira con una perspectiva histórica. Tres, que concierten cosas de forma más discreta para posibilitar actuaciones simultáneas no publicitadas, pero eficaces en la generación de confianza. Y el cuarto punto se refiere exclusivamente a ETA, pero con un añadido que nos atañe a todos: si declarase públicamente su voluntad de autodisolverse para dar espacio a la política, como yo sinceramente creo, ayudaría muchísimo a que los demás actores pudieran avanzar en sus movimientos, que quizá los tienen claros, pero que reservan por temores estratégicos.

El problema actual, en mi opinión, es ese: el del temor estratégico, esto es, el de dar un paso mediante iniciativas que los otros interpreten como debilidad, cuando en nuestro contexto, que no es el de tantos países fallidos y sin ninguna libertad o experiencia democrática, podría significar un claro mensaje para que todo lo que se tenga que hacer se haga, y sin demasiadas dilaciones. La paz es posible, si no hay tantos temores y cada parte asume su angustia de responsabilidad.

Vicenç Fisas, director de la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona.