Momento liberal

Por José María Lassalle, profesor de Sistemas Políticos Comparados y diputado del Grupo Popular del Congreso (ABC, 14/06/06):

AL igual que John Pocock habló de un «momento maquiavélico», hay muchos que pensamos que la sociedad española requiere un «momento liberal» que ataje el populismo demagógico y el sectarismo del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero un «momento liberal» de palabra, formas y acción, como diría Jean-François Revel, que sea capaz de combatir con firmeza, moderación y sensatez los efectos perniciosos que para España -como sociedad abierta- tienen las políticas que ha puesto en práctica el PSOE desde su victoria del 14 de marzo de 2004.

A nadie le puede sorprender la afirmación de que nuestro país atraviesa por un escenario político de enorme gravedad. La superficie de los acontecimientos que marcan la agenda nacional discurre bajo los ecos del ruido y la furia agitados por la izquierda y el nacionalismo radical cuando estaban en la oposición del gobierno de José María Aznar. Bastaría echar un vistazo a las hemerotecas y analizar las declaraciones que se repiten hoy en día en boca, por ejemplo, de los que respaldaron el pacto del Tinell y ahora están en el Gobierno de España, para comprender que el resentimiento es un eje vertebrador de la política puesta en marcha por José Luis Rodríguez Zapatero y sus aliados. Y aunque éste practica el disimulo con notable habilidad, quienes tenemos la oportunidad de escucharlo en la tribuna de las Cortes apreciamos en él gestos que denotan una visceralidad reprimida que nace de obsesiones políticamente inconfesables. Sus tics carismáticos, su irascibilidad maniquea, su negación de cualquier cualidad moral al adversario, su falta de lealtad a la palabra y, sobre todo, su propia definición de la política como una apelación compulsiva al pragmatismo y el posibilismo, hacen de él un líder político inquietante por su extraordinaria ambigüedad.

Es más, en el presidente Zapatero están quintaesenciados los perfiles de la izquierda española que no ha digerido todavía el derribo del Muro de Berlín ni la superación de infinidad de traumas históricos. Se nota cuando habla que está anclado en ese socialismo que no lideró la oposición anti-franquista, que fue marxista y antioccidental hasta después de la Transición y que nunca asumió del todo que fuese la Monarquía restaurada la que impulsase el proceso de establecimiento de las libertades que trajo la tan esperada democracia. De hecho, su permanente sobreactuación y su famoso «talante» no pueden ocultar -cuando habla desprovisto de papeles y sin una cámara que retransmita su intervención a la opinión pública-, la lamentable desnudez de un político que carece de los registros de una izquierda centrada, comprometida con Occidente y con la defensa de una idea de progreso que esté en sintonía con los valores de una sociedad abierta avanzada. Y si no, ¿cómo explicar que la España instalada en la prosperidad y estabilidad que generaron los cambios y avances producidos durante los gobiernos de Felipe González y José María Aznar no se dedique desde 2004 a profundizar en ellos? ¿Por qué volcamos todas nuestras energías nacionales sobre cuestiones que parecen sacadas de la trasnochada agenda de un político de la II República? ¿Pero es que nadie que asesore a nuestro presidente ha salido por ahí afuera? ¿Nadie ha leído algo más que los apuntes de ciencia política de la facultad o escuchado lo que dicen los editoriales de la prensa supuestamente progresista de nuestro país para tener una opinión sobre lo que se espera de quienes gobiernan la octava potencia económica del planeta?

Hay motivos más que fundados para recriminar intelectual y moralmente a José Luis Rodríguez Zapatero su incapacidad a la hora de gestionar la política española dentro de un clima de normalidad europea. Frente a un gobierno y un PSOE que manipulan los sentimientos de paz de los ciudadanos españoles, que impugnan el concepto de Nación española diseñado por la Constitución de 1978, que quiebran el Estado de las Autonomías, que rompen los difíciles consensos articulados durante la Transición, que revisan a su antojo la memoria colectiva, que aplauden agresiones y linchamientos morales contra quienes disienten de sus políticas, que sitúan a España en la marginalidad internacional y que toleran, incluso, detenciones ilegales, sólo cabe la más estricta, pero respetuosa, beligerancia política. Pero la de quienes se oponen ejercitando el sentido común, los medios institucionales y las prácticas habituales que sustentan los fundamentos mismos de la sociedad abierta. De ahí la enorme importancia en estos momentos de desplegar un discurso crítico frente al Gobierno que se base en la inteligencia, la moderación y la cordura. Tenemos por delante un «momento liberal» que frente al socialismo de Zapatero oponga la fuerza serena de las convicciones que están detrás de ese liberalismo que, en palabras de Isaiah Berlin, no sólo rechaza la coacción, sino que asienta su dignidad moral en el ejercicio responsable de una libertad positiva y negativa que ha de ser infatigable en el desprecio a la violencia de las formas, la intolerancia y la desmesura. Quienes creemos en la sociedad abierta no cederemos al chantaje de los nuevos profetas de la sociedad cerrada: aquellos que tratan de silenciar la libertad de todos mediante el chantaje vociferante del insulto y la violencia. Frente a los nuevos lenguajes totalitarios de la sinrazón es la hora de un «momento liberal» propositivo, seguro y orgulloso de sí mismo, de su responsabilidad con la libertad.