Momentos decisivos para la democracia

Cualquier historiador podría recriminar el título de estas líneas que pretenden analizar por qué España, como Estado, se encuentra ante momentos decisivos, indicando que una mirada a la Historia ayuda a relativizar la sensación de gravedad que puede embargar a quienes viven momentos difíciles. Puede que sea verdad que la Historia es maestra, entre otras cosas porque ayuda a relativizar el significado de cada momento presente.

En los momentos en que el PNV, CIU y BNG firmaron la declaración de Barcelona en defensa del soberanismo, una de las razones que muchos empleaban a la hora de valorar lo que esa declaración podía suponer, era la de que ya habían pasado casi 25 años desde la aprobación de la Constitución española, y se podía proceder a su renovación, indicando que otras constituciones habían procedido a muchos cambios a lo largo de su historia. Se llegó a afirmar que por qué no se variaba la Constitución cada 25 años, pues así cada nueva generación podía hacerla suya votándola. Otro argumento radicaba en que la Carta Magna era fruto de equilibrios inestables, y que por eso era posible y necesario cambiarla.

Una mirada tranquila a la Historia permite constatar que grandes construcciones institucionales tardan mucho tiempo en ser puestas en pie, en ser consolidadas, pero que, sin embargo, pueden ser destruidas con relativa rapidez. Cuesta menos destruir un Estado que construirlo, cuesta menos construir pactos fundacionales para definir sociedades políticas que destruirlos. Y si es cierto que la constitución española contiene elementos de fragilidad, en lugar de deducir de ello permiso para cambiarla con facilidad, se debiera deducir todo lo contrario. Lo que no significa que no necesite cambios, pero para consolidarla, pues no creo que exista Constitución alguna que haya admitido cambios que impliquen su suicidio, que es lo que no pocos que hablan de cambiar la Constitución quisieran que fuera el resultado.

Se ha establecido como dogma en determinados ambientes políticos, e incluso intelectuales, que la crítica al nacionalismo ha sido fuente de resurrección del mismo, que la política de Aznar, calificada de anticatalana, fortaleció al nacionalismo catalán y dio alas a ERC. Es un dogma que da continuidad a la idea de que el franquismo es el culpable de la fuerza del nacionalismo en Cataluña y Euskadi, lo que lleva a pensar que toda, o casi todas las críticas a los nacionalismos en España, especialmente si van de la mano del auge del nacionalismo, tienen algo de franquistas.

Lo cierto es que había elementos dentro de la misma Constitución, en la forma de su desarrollo, en la lógica de los nacionalismos, en la forma de actuar de los gobiernos centrales, que hacían casi necesario el auge de los nacionalismos e incluso su radicalización. Es probable que determinados gestos y actitudes de Aznar, críticas con los nacionalismos, contribuyeran a ello, de la misma forma que actitudes y discursos proclives a los nacionalismos, antes y después de Aznar, no han parado ni el auge ni la radicalización de los nacionalismos. Estaba en la lógica interna de éstos que en algún momento dieran el paso.

Y lo han dado. Y siguen dando pasos. Lo dio primero el nacionalismo vasco con su apuesta de Estella/Lizarra -conviene recordar a los incautos que siguen reclamando gobiernos transversales que aquella apuesta la preparó el PNV mientras gobernaba con los socialistas vascos-, y los siguió dando Ibarretxe con sus distintos pero iguales planes. Se les juntó Maragall con su proyecto de nuevo estatuto para Cataluña, un proyecto que, básicamente, se movía en un contexto de confederalidad.

Ahora andamos entre consultas populares por la autodeterminación de Cataluña por un lado, y acusaciones al acuerdo de gobierno entre el PSE y el PP vasco, de ser un ataque directo al pueblo vasco -palabras del diputado general de Guipuzcoa con ocasión del debate de política general en las Juntas Generales de ese territorio-.

Hay procesos o movimientos históricos que, una vez puestos en marcha, tienen que completar su recorrido, hasta alcanzar su meta, o hasta agotarse en sus propias contradicciones e imposibilidades. No creo que conduzca a nada, ni sea muy provechoso, elevar el grito al cielo contra quienes promueven las consultas populares en los municipios catalanes, ni sorprenderse por los exabruptos que se escuchan de boca de líderes nacionalistas vascos.

Lo que realmente sorprende y asusta es la respuesta que se da desde las instancias centrales del Estado, desde el Gobierno central y desde los partidos implantados en toda España. La respuesta o la falta de respuesta. La facilidad con la que caen en las trampas del discurso nacionalista, la frivolidad con la que responden a los planteamientos nacionalistas. Y tan frívolo es refugiarse en una declaración de que la Constitución es intocable porque sí, que la única soberanía reside en el pueblo español porque lo dice la Constitución que es intocable, que afirmar que se va a aceptar lo que venga de cualquier parlamento autonómico, porque España es plural.

Es preciso reclamar de las instancias centrales del Estado y de los partidos que representan a la gran mayoría de ciudadanos españoles una respuesta de mayor altura, mejor argumentada, más seria y más acorde a la situación en la que nos encontramos. Los dos partidos son los responsables del desprestigio del Tribunal Constitucional, en cuyas manos se encuentra una respuesta clave al problema de constitucionalidad del nuevo estatuto catalán. El propio Tribunal, con sus retrasos, no está favoreciendo en nada ni a la Constitución, ni a la estructura del Estado.

La defensa del Estado y de la Constitución debe ser planteada como una defensa de la democracia, especialmente de la democracia en Euskadi y en Cataluña, porque si algo hay plural en España, más que el propio conjunto, son algunos de sus elementos integrantes: la sociedad vasca y la sociedad catalana son mucho más estructuralmente plurales y complejas que lo que pueda ser España en su conjunto. Y sin respuesta adecuada a ese pluralismo y a esa complejidad no hay democracia ni en una ni en otra. La Constitución y unos estatutos adecuados a una lectura que no obligue a la Constitución a hacerse el harakiri son necesarios no porque a alguien le da la gana, sino porque son la mejor forma de responder tanto a la pluralidad de España como a la pluralidad de Euskadi y de Cataluña, de las sociedades vasca y catalana.

Sin Constitución y sin estatutos respetuosos con una lectura no suicida de la misma no hay democracia ni en el conjunto de España, ni en Cataluña, ni en Euskadi. El valor de la Constitución española y de los estatutos de autonomía definidos en coherencia con ella no se encuentra en la sacralidad de los textos, sino en su función de preservar la democracia en Cataluña y en Euskadi.

Es realmente difícil de entender que con los problemas que los nacionalismos vasco y catalán están planteando al Estado el PSOE y el PP no sean capaces, ni siquiera, de sentarse a reflexionar conjuntamente la línea a seguir, las reformas a introducir en la constitución para, viendo el desarrollo autonómico, su éxito y los problemas que en su historia han ido apareciendo, viendo la lectura que de todo ello hacen los nacionalismos, establecer las reformas constitucionales que den respuesta a los momentos decisivos que estamos viviendo. Y la reforma clave es la del Senado, para que en él esté representada la pluralidad territorial del Estado, y así completar la representación igualitaria de los ciudadanos en el congreso. Consolidar el Estado procediendo a terminarlo federalmente.

Joseba Arregi, ex consejero del Gobierno vasco y presidente de la plataforma cívica Aldaketa. Es autor de Ser nacionalista y La nación vasca posible.