Monarquía es convivencia en democracia

Cuando el general Franco muere en 1975, todos los líderes de los partidos políticos democráticos en la clandestinidad miraron, sin excepción, hacia el Rey Juan Carlos. Todos de una manera u otra, directa o indirectamente, desde España o desde el exilio, sabían lo que el Rey Juan Carlos y sus colaboradores más íntimos querían para España, que era exactamente lo mismo que todos ellos querían, libertad, y a su vez, todos ellos lo enmarcaban en un espíritu de convivencia en democracia que empapaba la sociedad española.

Después de 40 años de dictadura, consecuencia de una terrible guerra civil, consecuencia a su vez del destrozo de la II República por los socialistas prosoviéticos y los comunistas, la sociedad española, los ciudadanos españoles también miraban al Rey Juan Carlos. El deseo de convivencia en democracia fue la voluntad de olvido de los unos y de los otros, muchos de ellos aún vivos en aquellos momentos, de los juicios sumarísimos y las ejecuciones, de los bombardeos de pueblos como Guernica o Cabra por las aviaciones de los aliados de unos y de otros, fue la voluntad de olvido del totalitarismo soviético que quiso la II República o de la dictadura franquista que duró cuarenta años.

Con una demostración histórica de realismo, la izquierda socialista y comunista dieron por buena la transición de la dictadura a la democracia por reforma y no por ruptura. Esa fue su primera cesión de entre otras muchas de las que todos los interlocutores hicieron, que sabiamente fue induciendo el Rey Juan Carlos, y que les llevaría a todos a donde querían ir, ni más ni menos que a una sociedad libre y democrática que pudiese relacionarse de tú a tú con el resto del mundo libre.

El deseo de convivencia democrática fue también el que movió al Rey Juan Carlos para introducirnos en ese mundo libre del que España estaba ausente desde hacía tantos años. En junio de 1976, en el discurso que pronunció en el Congreso de los EE.UU. dijo: «La Monarquía española se ha comprometido desde el primer momento a ser una institución abierta en la que todos los ciudadanos tengan un sitio holgado para su participación política sin discriminación de ninguna clase y sin presiones indebidas de grupos sectarios y extremistas. La Monarquía hará que, bajo los principios de la democracia, se mantengan en España la paz social y la estabilidad política. La Monarquía simboliza y mantiene la unidad de nuestra nación a la vez que el coronamiento de una rica variedad de regiones y pueblos, de la que nos sentimos orgullosos».

La Monarquía española empieza entonces a jugar explícitamente, lo que ya hacía desde muchos años antes también en la clandestinidad, su papel de «fiel de la balanza», de factor de equilibrio, de intérprete del deseo de convivencia en democracia de toda la sociedad, algo que sigue haciendo hasta nuestros días el Rey Felipe.

Es convivencia en democracia que, de nuevo, el Rey Felipe, el 3 de octubre de 2017, ante un nuevo intento de golpe de Estado afirmara: «Desde hace ya tiempo, determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución que es la ley que reconoce, protege y ampara sus instituciones históricas y su autogobierno. Han quebrantado los principios democráticos de todo Estado de Derecho y han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando, desgraciadamente, a dividirla. Esas autoridades, de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia».

Esa capacidad de equilibrarnos, de moderarnos, de obligarnos desde el ejemplo a respetar las leyes que nos hemos dado empezando por la Constitución, es la labor que con mayor potencia está ejerciendo el Rey Felipe. Esa forma de preservar la convivencia democrática en la que vivimos desde 1978, 42 años, el periodo más largo en democracia de la historia de España, es lo que parece que no soportan los comunistas, los socialistas radicales y los nacionalistas de esa derechona recalcitrante de Cataluña y el País Vasco en sorprendente alianza con la izquierda más radical, todos aquellos, en definitiva, que quieren manipular la sociedad en su exclusivo beneficio.

Monarquía parlamentaria es convivencia en democracia, es Constitución, como lo son, en el marco común de esa nuestra Constitución de 1978, las comunidades autónomas, las lenguas oficiales y cooficiales de España, el castellano, el gallego, el vasco, el catalán, el valenciano o el aranés, como son los fueros vascos o navarros o cualquiera de nuestras libertades y derechos fundamentales.

La convivencia democrática es quizá el valor más importante para cualquier sociedad desarrollada y moderna. Y convivencia en democracia no quiere decir ausencia de ideologías, que a pesar de que algunos lo duden, no han muerto ni deben morir, ni ausencia de ideas o de ideales, ni de contraste de pareceres para conseguir los mejores instrumentos para luchar contra la injusticia y la desigualdad. Convivencia es equilibrio, respeto a los ideales ajenos, respeto a las leyes democráticas que han de cumplirse o cambiarse en sede parlamentaria si se piensa que no son útiles a los ciudadanos. Convivencia es ausencia de odio, de insulto, de mentira, de manipulación, de corrupción, de radicalidad y crispación sembradas para desencadenar el caos para aparecer luego como los mesías salvadores.

Convivencia en democracia es en lo que hemos vivido desde 1978, ganando incluso al terrorismo que quiso acabar con ella, hasta que llegaron los neodemócratas, los neopolíticos que piensan que con «patente de corso» pueden deshacer los últimos cuarenta años de la historia de España en los cuales nacieron, crecieron, se educaron y entraron en la vida social adulta, bien es cierto que como «burro en cacharrería».

Convivencia es por lo que lucharon nuestros reyes, con Don Juan desde mucho antes de 1978, con el Rey Juan Carlos parando golpes de Estado como el 23 de febrero de 1981, o con el Rey Felipe el 3 de octubre de 2017 frenando en seco a los secesionistas catalanes.

Convivencia en democracia es, como ha hecho el Rey Felipe, estar presente en todas las comunidades autónomas de España independientemente de las dificultades o las tensiones sociales y de seguridad ciudadana que puedan existir, como por otro lado las provocan sistemáticamente por todo el mundo los grupos ácratas antisistema de los que a todos nos gustaría saber quien financia.

Convivencia en democracia es aguantar estoicamente, como manda el espíritu constitucional a nuestros Reyes, desplantes, menosprecios, y hasta insultos soeces cuando no amenazas en toda regla. Aguantar todo eso también es potenciar nuestra convivencia en democracia y el Rey Felipe lo borda, quizá de ahí, quizá por esa capacidad tan ejemplar para respetar el papel que la Constitución le concede, la virulencia de los ataques de sus peores enemigos que son, sin duda, nuestros peores enemigos.

Monarquía y convivencia en democracia son hoy día sinónimos, no dejemos que nadie nos las arrebate.

Enrique Fernández-Miranda y Lozana es Duque de Fernández-Miranda.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *