Monarquía: la supervivencia de una ilusión

Al comienzo de la brillante película El discurso del rey, protagonizada por Colin Firth, hay dos escenas que tienen un significado especial para comprender mejor el papel de la Monarquía. En una de ellas, el primer ministro que encabezaba el Gobierno británico en 1936, Stanley Baldwin, expresa firmemente al rey Eduardo VIII que debe abdicar porque la nación no aceptaría su matrimonio con la divorciada Wallis Simpson; y, por supuesto, el monarca abdica. En la otra escena, Firth (que encarna magistralmente al duque de York y posterior rey Jorge VI) muestra su consternación cuando se entera de que tiene que asumir el trono, por la renuncia de su hermano mayor.

Es difícil en general explicar a los no británicos que una de las grandes ventajas del Reino Unido es que no tiene una Constitución escrita, un hecho que ha permitido a su Gobierno evolucionar con una flexibilidad de la que han carecido los ejecutivos de la mayoría de estados occidentales a lo largo de la Historia. La Monarquía forma parte integral de esta flexibilidad. Ahora bien, la idea tan extendida de que los británicos están apegados apasionadamente a su Familia Real es cierta sólo en parte. Porque en varios momentos de su historia han mostrado un rechazo a la misma no menos apasionado.

Monarquía: la supervivencia de una ilusiónDurante la Edad Media, en Inglaterra se ejecutó a más reyes que en cualquier otra nación. Ya en el siglo XVII, decapitaron a Carlos I durante la Guerra Civil inglesa, abolieron la Monarquía y formularon las primeras filosofías sistemáticas de democracia y de republicanismo. Es cierto que la experiencia republicana duró bien poco. Pero, a partir de ese periodo, Inglaterra fue gobernada por sus elites dirigentes y la Monarquía pasó a desempeñar -en época histórica tan temprana- poco más que un papel simbólico, a menudo desdeñada, pero siempre tratada por la ciudadanía con un alto grado de respeto.

El Reino Unido evolucionó como una así llamada Monarquía constitucional, en la que el soberano reina pero no gobierna. Casi todos los poderes constitucionales de la reina Isabel II se ejercen según el «consejo» de su Gobierno. La soberana no puede ignorar el consejo que recibe, razón por la cual en 1936 el primer ministro pudo forzar al rey Eduardo a abdicar. Hoy en día son los ministros de la reina quienes toman casi todas las decisiones, y el discurso de la Reina que lee en cada sesión de apertura parlamentaria es simplemente una declaración de política escrita por su primer ministro.

En teoría la Corona también tiene el poder de aprobar o desaprobar todas las leyes, pero en la práctica el Parlamento es supremo y una vez que un proyecto de ley ha sido aprobado por ambas cámaras, siempre obtiene el consentimiento real. Si la Corona dijera que no, por supuesto, la ley quedaría bloqueada, pero también se produciría una crisis constitucional que podría terminar incluso con la abolición de la Monarquía. La última vez que un rey británico intentó vetar una ley aprobada por el Parlamento fue en 1707.

La Corona, sin embargo, no es una mera marioneta, razón por la cual el duque de York en 1936 se arredró ante la tarea de subir al trono. A diferencia de otros países con monarquías, en el Reino Unido tiene un importante papel público. La reina es gobernadora suprema de la Iglesia Anglicana y jefa de la Commonwealth -Mancomunidad de Naciones que integra a 54 estados en los cinco continentes-, dos responsabilidades que le dan un papel central en la vida religiosa de su pueblo y en los vínculos políticos y culturales que unen a las naciones que una vez formaron parte del Imperio Británico.

Además, la reina sigue teniendo una importante función política en dos aspectos cruciales. En primer lugar, en virtud de la Constitución sólo el monarca puede decidir quién debe ser nombrado primer ministro. Esto dio lugar a graves problemas en el pasado, cuando la reina Victoria, por ejemplo, tomó decisiones que fueron vistas como impopulares. Hoy, normalmente el líder del partido que obtiene más escaños es seleccionado por la reina como primer ministro. Sin embargo, si ningún partido político tiene la mayoría suficiente, la reina tiene un importante poder de elección. También puede decidir -ésta es la segunda prerrogativa política clave que mantiene- la disolución del Parlamento y la convocatoria de nuevas elecciones.

Recientes monarcas han logrado llevar a cabo sus funciones públicas con gran eficacia y han transformado la Monarquía en un foco de aparente estabilidad en medio de un océano en cambio constante. De hecho, a pesar de la desaparición de la mayoría de las monarquías europeas, el Reino Unido sigue teniendo una Corona que concita el apoyo de todas las clases sociales. Cada vez que la ciudadanía pierde su confianza en los políticos (que sucede con notable frecuencia), deposita esa confianza en la Corona.

Encuestas recientes indican que alrededor del 90% de los británicos apoya firmemente la institución monárquica. La Familia Real sigue siendo vista como la encarnación de algo importante sobre la identidad nacional, y la mayoría de los británicos corea el himno nacional con verdadero entusiasmo. Por supuesto, no falta el sentimiento republicano en el Reino Unido, pero se trata de un movimiento que nunca ha contado con gran apoyo electoral, y los autodenominados miembros republicanos del Parlamento de los últimos 100 años se cuentan con los dedos de una mano.

La imagen es muy diferente cuando nos referimos a los aspectos sociales de la Corona. La emoción de estos días por la boda del príncipe Guillermo y de Kate Middleton puede dar lugar al malentendido de que todos los británicos son fans incondicionales de la Monarquía. Es cierto que el entusiasmo por este Gran Día de hoy es ilimitado. A todos nos gusta un buen espectáculo, y la boda real lo es, sin duda. Pero una institución que está en el centro de la atención pública está sujeta a las críticas, y ha habido muchas por este enlace.

Por ejemplo, se ha criticado la riqueza de la Familia Real. De la actual reina Isabel II se sabe que es la mujer más rica del mundo. Además de decenas de miles de hectáreas de tierra y costa, la soberana también posee seis magníficos palacios -los mejores en el mundo-, así como cientos de otras residencias más pequeñas. Sólo el Palacio de Buckingham tiene una plantilla de 600 trabajadores. La reina tiene un ingreso anual enorme, al que hay que añadir los muchos millones que recibe de los fondos públicos. ¿Deberían los contribuyentes británicos pagar millones de libras cada año para subvencionar a una mujer tan rica? Además, no está sujeta a impuestos, aunque paga algunos «voluntariamente» por una parte de sus ingresos. La crítica también se ha centrado en la función social de la Familia Real, y en la forma de establecer el estándar público de comportamiento. El sistema de recompensas públicas también es controlado por la Corona, a través del llamado sistema de honores, en el que el Gobierno desempeña un papel importante.

Críticas y controversia son ciertamente inevitables. Pero aquéllos que defienden la Monarquía pueden subrayar su tremenda influencia en el corazón de los británicos. Miembros de la Familia Real han sido de forma clara embajadores para el Reino Unido en la escena internacional. Cuando la reina madre murió en el año 2000, más de un cuarto de millón de personas desfiló ante el féretro en Westminster Hall. El arrebato de emoción popular por la muerte de la princesa Diana fue también una extensión del sentimiento que los británicos mantienen para con la Familia Real. El discurso que la reina dirige a su pueblo en Navidad (una tradición que se remonta a casi un siglo) tanto en el Reino Unido como en la Commonwealth, tiene una audiencia de cientos de millones de espectadores.

Incluso aquéllos que reconocen los aspectos indeseables del régimen monárquico tienen que admitir que la Monarquía británica ha asegurado una relación aparentemente inquebrantable en el afecto de la gente. La boda de William y Kate y el revuelo que la rodea sólo aumentará el apego de los británicos a su Monarquía. No tiene ningún sentido sugerir, como algunos críticos hacen, que la Corona no está en sintonía con la era democrática en que vivimos. La verdad es que los británicos adoran su Monarquía, precisamente porque les presenta un mundo de fantasía que, sin ser democrático, queda a su alcance, una especie de Disneylandia en su propio huerto. Es irracional, y es por eso por lo que es amada.

Henry Kamen es historiador británico. Su último libro publicado es Poder y gloria. Los héroes de la España imperial (Espasa, 2010).

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