Monarquía: un debate fácil de ganar

El republicanismo es una forma respetable de Gobierno —a pesar de llevar en su corazón un defecto serio—. ¡Incluso en Inglaterra tenemos algún republicano que otro! En alguna ocasión me ha tocado debatir con ellos sobre los diferentes méritos de una monarquía constitucional y el republicanismo. La verdad es que es un debate bastante fácil de ganar.

Lo más sorprendente es que muchos republicanos perfectamente serios no parecen tener respuestas a las preguntas más fundamentales. Hasta tal punto que a veces pienso que el republicanismo «moderno» es una reacción atávica hacia los tiempos medievales. «Yo soy progre, luego ¿no puedo ser monárquico, verdad?». Pues sí, puede serlo.

Vayamos con las preguntas básicas.

El presidente de la República de Gran Bretaña (o de España) ¿sería un presidente ejecutivo o simbólico?

Si es ejecutivo será un político. Pertenecerá a un partido político. Luego quienes no militamos en su partido nos tocaría vivir con el hecho de que la máxima representación de nuestra nación sea un individuo cuya filosofía personal nos produce un serio rechazo. Hoy en día los socialistas británicos (¡quedan algunos!) e incluso los ciudadanos apolíticos saben que David Cameron no es su jefe de Estado. Me imagino que los socialistas españoles saben lo mismo del señor Rajoy. No voy a caer en la descortesía de nombrar a ninguna otra nación. Pero no hay que mirar muy lejos para ver cómo la controversia y el desprestigio que necesariamente rodea al político activo puede reflejarse en la imagen más amplia de su propio país.

¿Presidente simbólico? Dudo que haya muchas personas capaces de recordar los nombres de los presidente de países muy relevantes que tengan jefes de Estado de este corte. Y además normalmente son nombrados a dedo por las elites políticas.

Luego, de entrada, hay que escoger entre un político en activo —inevitablemente algo divisorio y controvertido— o un personaje de la sombra que apenas se nota. Ninguno de los dos cumple del todo con lo que necesita un Estado democrático moderno.
Todos pertenecemos a una nación. Bien es verdad que el modelo westphaliano del Estado nación se está diluyendo. Cada vez más nuestras naciones buscan la manera más eficaz de compartir su soberanía con otros para poder ejercer mayor influencia sobre los desafíos globales con los que nos enfrentamos. De eso trata la Unión Europea.

Pero, precisamente por eso, es más importante que nunca que conservemos y cultivemos esa sensación de pertenencia, de cohesión social y de identidad cultural que da la nación. No nos perdamos en el laberinto del «pueblo» global.

Algunos países hemos tenido la suerte de llegar (a base de trompicones de la historia) al siglo XXI con monarquías constitucionales que ni dividen políticamente, ni son una «sombra» que no se nota, sino que son un reflejo vivo de nuestra historia, de nuestro presente y nuestro futuro. (Y qué curioso que esas monarquías europeas se cuentan entre los «top ten» en lo que se refiere a la defensa de los derechos humanos y la defensa del Estado de Derecho en democracia).

Con cierta trepidación, y con la esperanza de no caer en la descortesía, voy a hablar de un país que no es el mío, del Reino de España.
España ha tenido una historia importante y agitada. Imperio. Riqueza. Miseria. Dictadura. República. Guerra Civil. Los altibajos de la historia de España culminan con su incorporación —un poco tarde— a la familia democrática europea. Su familia.

Toda esa historia —y en particular el último paso democrático— ha sido compartida y sufrida por diferentes Monarcas españoles en su propia carne.

Y las monarquías —igual que los países— evolucionan. ¿Quién hubiera pensado hace 50 años que si el primer hijo de los Duques de Cambridge es una hembra será Reina? ¿Quién hubiera pensado hace 50 años que el Príncipe de Asturias, en vez de casarse con una Princesa, se casaría con una mujer profesional que cumple profesionalmente con los deberes que conlleva el puesto?

La historia y el presente de nuestros países representan, en cierto sentido, lo que se podía llamar la «marca» nacional. Los turistas que vienen a nuestros países no vienen para admirar al señor Cameron ni al señor Rajoy. Los productos que venden nuestras empresas en el mercado global poco deben a nuestros partidos políticos. Nuestros políticos tienen un quehacer importante: se ocupan del «management» de día en día de nuestros países. Nuestras Familias Reales vuelan por encima del día a día y dan una nota de continuidad, de imagen y —¿por qué no decirlo?— de «glamour» a nuestras «marcas» nacionales. No hay más que fijarse a la atención que se presta en cualquier país extranjero a una visita oficial de los Reyes de España o de los Príncipes de Asturias. Eso en el plano internacional. Luego, en el plano doméstico, por lo menos en mi país (y creo que pasa lo mismo en España), cada año hay centenares de actos, inauguraciones y eventos donde la asistencia de un miembro de la Familia Real es más apropiado y mejor recibido por la ciudadanía. Acongoja bastante leer la lista de actos a los que asisten al servicio (nunca mejor dicho) de su país.

No quisiera caer en la trampa fácil de minusvalorar la clase política a la que tuve el privilegio de pertenecer durante muchos años. Ser político elegido es el máximo honor que le puede caber a un ciudadano en una democracia. Los sacrificios personales que hacen nuestros líderes políticos son enormes y las exigencias de sus cargos son de gran peso. Pero, todos los líderes políticos tienen (y necesitan) una oficina de prensa que busca sin parar oportunidades para que los jefes salgan en un contexto favorable en la prensa y la televisión. Y luego, ¡se casa Guillermo Windsor con Kate Middleton y consiguen la mayor audiencia televisiva de la historia! Por algo será.

Finalmente, conviene que recordemos que esas familias que tan eficazmente representan no solamente nuestras «marcas» nacionales, sino también la esencia más profunda de nuestros países son miembros, con todo lo que ello supone, de la raza humana. A veces les tocará pasar lo que mi Reina llamó un «annus horribilis». Buen momento para mostrar al mundo entero de qué madera está hecha la «marca» española.

Por Tristan Garel-Jones. Fue chambelán de la Corte y tesorero y controlador de la Casa de su Majestad Británica.

1 comentario


  1. Hola, por lo que veo no hay ningún comentario. Debe ser que Tristán es un gran pensador y que lo que dice es totalmente cierto. Por otro lado recuerdo que deje un comentario que no ha sido publicado. De este modo sí que tendrá razón Tristán en todo lo que diga.
    Saludos

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