Monárquicos a contrapié

Por Pilar Rahola, periodista (EL PERIODICO, 04/11/03).

Diría que no es una buena noticia para los republicanos. Esto de que la Monarquía haga bien las cosas siempre es incómodo para los que, como yo, estaríamos por la labor de superarla. Pero como resulta evidente que la Monarquía goza de un sólido presente --y de un futuro longevo-- tampoco se trata de aprovechar cada acontecimiento para abrir un debate republicano. En todo caso, cortesía obliga, éste sería el momento más inoportuno: las cuestiones del amor no merecen ruidos de pelea, sino palabras de felicitación. Al fin y al cabo --y con fausto grandilocuente incorporado-- una boda es una boda. Felicidades, pues, a la pareja y a las familias respectivas, aunque una de ellas sea más familia que ninguna.

DECÍA QUE habían hecho bien las cosas. Parece evidente: discreción absoluta, elección fuera de la ortodoxia, dribling inteligente a toda la horda de monárquicos ultramontanos --aun en pie de guerra desde lo de Eva Sannum-- y la consolidación de un perfil de pareja perfectamente acorde con el siglo XXI. Las cuatro "incorrecciones" de Letizia --treintañera, plebeya, divorciada y profesional-- son, sin ninguna duda, el colofón de un proceso de modernización de la Monarquía que, incluso los críticos, estamos obligados a reconocer.

Mucho ha llovido en esa institución desde los peros impuestos a la pobre Isabel Sartorius a causa del divorcio de sus padres. ¿Ha llovido lo mismo en esa otra institución paralela, más papista que el papa, y cuya larga mano ha demostrado ser muy poderosa? Si la Monarquía se moderniza (de Marichalar a Letizia dista casi una etapa entera de la evolución...), ni se moderniza ni lo pretende la familia de los monárquicos, cuyo estómago, hoy por hoy, se está tragando un buen sapo. El espectáculo es rotundo y casi bello: ahí están, mírenlos, todos en fila, obligados a loar a la elegida con más ímpetu que nadie, bien chamuscados en su cola de paja por los incendios que, otrora, provocaron. Que los mismos mismos, con sus pesadas biografías franquistas, sus portadas de periódicos jurásicos y su moralina opusdeica repeinada, los mismos que crucificaron a Eva Sannum, movilizados bélicamente para salvar a la Monarquía de sí misma, sean ahora los que corren a aplaudir a Letizia, es una de esas alegrías que un príncipe puede darle a una republicana.

Pau Donés cantaría gozoso su "qué bonito!" ¡Qué bonito ver a los Anson y a todos los guerreros del ABC echando pelillos a la mar! ¡Qué importa que sea periodista, y divorciada, y que no tenga edad virginal, y que viva en Moratalaz, y...! Casi ahogados de tanto que tienen que mentir estos días. Ellos, que destruyeron piedra a piedra, y dique a dique, a la pérfida noruega, venida del norte para hundir a la católica y apostólica Monarquía, se tragan ahora todos los obstáculos que habían levantado y que parecían insalvables.

El anuncio real los ha dejado, para alegría del sentido común, literalmente con el trasero al aire. ¿Qué habría ocurrido si hubieran tenido tiempo? ¿Se imaginan ustedes los comentarios sobre Letizia Ortiz si entre el rumor y la noticia hubieran distado un par de telediarios? La que hoy es un monumento a la perfección, impuesto entre los díscolos por anuncio real, habría sido un dechado de defectos. Guapa pero demasiado. Profesional pero demasiado. Joven pero no tanto. Y, sobre todo, demasiado divorciada. Es decir, demasiado demasiado. El contrapié, pues, se ha demostrado una estrategia brillante.

LO QUE ES malo para los ultramontanos es bueno para el resto de mortales, republicanos incluidos? Sin ninguna duda, y a la espera de que llegue la República, los que somos de la cosa tenemos que alegrarnos de tener una representación monárquica que, como mínimo, no sea del todo anormal. Ciertamente el concepto de normalidad es incompatible con una institución que basa, en los privilegios de cuna, su estatus vital. Pero dentro de ese excepcional punto de partida es deseable, y sobre todo exigible, que la imagen que proyecte no se dé de bofetones con la realidad.

Letizia Ortiz es una mujer entre mujeres, con toda la dimensión que el término adquiere en nuestros tiempos. Que sea inteligente y no pida perdón por ello es casi una conquista en el ámbito de lo público. Que sea periodista es más que una simpática impertinencia. Y que sea divorciada sólo significa que sabe equivocarse tanto como corregir los errores. Nada extraño en el mundanal ruido de nuestras vidas terrícolas. Pero, todo extraño en una vieja institución que, a pesar del alcanfor y las telarañas se apresta a abrir las ventanas. Lo peor para los republicanos: que hayan sido tan listos. Lo mejor: que les haya dado un soponcio a los guardianes de las esencias. Esta reina va a ser muy republicana.