Monsieur Pikkety va a América Latina

Hay pocas cosas que emocionen más a la vieja izquierda latinoamericana que un libro sobre la desigualdad escrito por un francés. Por ello, como era de esperarse, Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI) de Thomas Picketty ha sido todo un éxito en la región. En los dos meses transcurridos desde su publicación en inglés, se ha escrito más de un ensayo cuyo autor sostiene que la grand oeuvre del profesor de la Escuela de Economía de París confirma afirmaciones previas (en general, hechas por el propio autor) sobre los peligros de la desigualdad en América Latina.

Pikkety teje una grandiosa narrativa sobre la dinámica de la acumulación de capital en una economía de mercado. Según su ahora famosa fórmula, si la tasa de retorno del capital es mayor que la tasa de crecimiento de la economía, la riqueza heredada aumentará más rápidamente que el ingreso salarial, y los dueños del capital tendrán una participación cada vez más alta en el producto nacional.

Nadie puede negar que en América Latina la distribución del ingreso es escandalosamente desigual. Sin embargo, lo que sorprenderá a los entusiastas de Picketty (muchos de los cuales aún no han leído su libro) es que su teoría tiene poco o nada que ver con los aspectos ya cuantificados de la dinámica de la distribución del ingreso en la región.

La teoría de Picketty se relaciona con lo que los economistas llaman la distribución funcional del ingreso, o la división entre los trabajadores y los dueños del capital. Pero la mala distribución que causa tanta inquietud en América Latina se relaciona con la distribución personal del ingreso laboral - es decir, la división entre los asalariados.

Esto se debe a que casi todos los datos sobre la distribución del ingreso en América Latina provienen de encuestas a hogares, las que rara vez capturan información veraz sobre cuánto ganan realmente esos rentiers de Picketty que perciben su renta como ganancias, dividendos o interés. Por ejemplo, los resultados de la CASEN 2009, la amplia encuesta de hogares que se realiza en Chile, sugieren que el ingreso producido por capital se encuentra distribuido de manera más igual que el ingreso laboral.

Por supuesto que nadie que esté en su sano juicio debería creer esto. Dichos resultados sólo revelan que los dueños de acciones y bonos tienden a entregar información falsa o incompleta a los encuestadores.

Ello, a su vez, revela dos datos - ambos desalentadores - sobre la distribución del ingreso en América Latina. Primero, la verdadera distribución del ingreso personal - que comprende todo los ingresos, ya sean provenientes del trabajo o del capital - es probablemente peor de lo que sugieren las cifras de los titulares de prensa que por lo general se citan.

Segundo, aun si se pudiera hacer desaparecer por completo la dinámica del capital que tanto preocupa a Piketty, la distribución del ingreso en América Latina continuaría siendo abrumadoramente desigual. Y el remedio para esta mala distribución no radica tan sólo en los cuantiosos impuestos a la riqueza que Picketty propone.

¿Por qué no? Ciertamente, si el ingreso laboral está repartido de manera desigual, la redistribución de activos o de la renta de capital a los más pobres puede propiciar la igualdad. En una monografía reciente en la que utilizan un nuevo conjunto de datos que cubre muchos países, economistas del Fondo Monetario Internacional se muestran relativamente optimistas sobre el espacio para aumentar la redistribución sin socavar el crecimiento económico. Pero el mismo estudio nos recuerda que existen límites al monto de las rentas que el aparato fiscal puede redistribuir.

Los autores comparan el coeficiente de Gini (un índice de desigualdad que se emplea comúnmente, y que consiste de 100 puntos, en el que cero es una igualdad perfecta y 100 una desigualdad perfecta) antes y después de aplicarse los impuestos y las transferencias fiscales. Demuestran que pocos países redistribuyen lo suficiente para que se produzca una variación de 10 puntos en el coeficiente, y que las redistribuciones que resultan en cambios de más de 13 puntos en el Gini suelen tener consecuencias adversas para el crecimiento.

Los programas fiscales de redistribución, por lo menos en América Latina, en general son de mucho menor alcance. La reforma tributaria recientemente propuesta por el gobierno de Michelle Bachelet en Chile busca recaudar un 3% adicional del Producto Interno Bruto. Incluso si no se desperdicia ni un peso de ese dinero y todo se redistribuye a los chilenos más pobres, es poco probable que dicha reforma reduzca el coeficiente de Gini en más de tres puntos.

El problema es que en Chile, el coeficiente de Gini después de los impuestos es aproximadamente 50 (similar al de Brasil, Colombia y Perú), mientras que en los países avanzados se suele encontrar en la mitad de abajo de los 30, o incluso en la mitad de arriba de los 20. Lograr que Chile y algunos de sus vecinos se transformen en países con los niveles de igualdad de la OCDE requiere mucho más que una reforma tributaria.

Dicho de otra forma: si el campo de juego de una sociedad está muy desnivelado desde un inicio, esa sociedad seguirá bastante desigual aun después de una importante redistribución fiscal. Por lo tanto, la política debe enfocarse en lo que el politólogo Jacob Hacker, de la Universidad de Yale, llama la “pre-distribución”: la estructura de la renta salarial determinada por el mercado.

Existen tres herramientas principales para mejorar la pre-distribución del ingreso. Primero, una reforma educacional - con fuerte énfasis en la educación técnica - dotaría a las personas de bajos ingresos de nuevos conocimientos que ellas podrían aportar al mercado de trabajo. Segundo, las políticas industriales focalizadas crearían una demanda de los servicios de esos trabajadores y sus nuevos conocimientos. Y, tercero, la modernización de los mercados de trabajo facilitaría mejor el calce entre las destrezas de los trabajadores y las necesidades particulares de las empresas, en un contexto productivo cada vez más heterogéneo.

Estas políticas no son sustitutos, sino complementos: todas deben llevarse a la práctica al mismo tiempo. Hacerlo no es fácil. En América Latina, los líderes de la centro-izquierda moderna, comprometidos con la justicia económica y social, deberán dar con el enfoque que se ajuste a las necesidades específicas de cada uno de sus países. No hay economista francés cuya magnum opus ofrezca un remedio pre-formulado.

Andrés Velasco, a former presidential candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional Practice in International Development at Columbia University's School of International and Public Affairs. He has taught at Harvard University and New York University, and is the author of numerous studies on international economics and development. Traducido del inglés por Ana María Velasco.

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