Montesquieu vive

Esta vez han batido su propio récord, al vender la Transicion como propia al cumplirse el cuarenta aniversario de su llegada al poder gracias a ella, utilizando la argucia favorita de la izquierda: una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, cuando el Partido Socialista le puso todo tipo de objeciones y, entre el cambio y la ruptura que se discutía, prefirió la segunda, y últimamente busca darle la vuelta. No discuto su victoria en 1982. Lograr más de doscientos diputados no lo hace cualquiera. Pero está presentado aquel éxito bajo una luz muy distinta a lo ocurrido. Puede que confíen en la poca memoria de los españoles o que queden pocos que recuerden los hechos tal como fueron. Por lo pronto, el PSOE interpretó un papel muy discreto durante el franquismo, llevando los comunistas el peso principal de la lucha contra él.

La única victoria socialista fue en el seno de sí mismo, cuando la rama sevillana, dirigida por Felipe González, consiguió imponerse a los exiliados, ya muy mayores, mientras la facción de Tierno Galván se reducía a un grupo de intelectuales. Pero la socialdemocracia alemana, capitaneada por Willy Brandt, fue la encargada por Washington de conseguir que España, tras morir Franco, no siguiera los pasos de Italia, donde los comunistas dominaban la izquierda.

Nunca olvidaré la primera visita de Felipe González a Estados Unidos y sus declaraciones nada más bajar del avión, negando rotundamente que viniese en busca del apoyo norteamericano. «Vengo por ser una potencia mundial, y debo conocerla, aunque hay cosas que no me gustan y sigo rechazando nuestro ingreso en la OTAN», vino a decir. Algo que fue moderándose con el paso del tiempo y terminó con aquello de «prefiero un atraco en el Metro de Nueva York a vivir en Moscú», tras conocer este.

Su trayectoria tras la espectacular victoria electoral fue cada vez más próxima a la socialdemocracia europea, lo que no impedía las buenas relaciones con la cristianodemocracia, sobre todo bajo el mandato de Kohl, llegando a enviar a Marx a las bibliotecas, siguiendo su ejemplo. Su política económica, sin embargo, arrancó como inspirada por el santón de la izquierda, con la intervención de Rumasa y la reconversión industrial, que alcanzaron su cúspide con la consigna de su segundo, Alfonso Guerra –«Montesquieu ha muerto»–, que parecía anunciar el fin, más que del capitalismo, de la economía de mercado y de la democracia parlamentaria. No creo que el hoy jubilado líder socialista lo dijera. Es demasiado inteligente para ello. Incluso entonces tuvo que ser una de sus frases extravagantes para llamar la atención. Él sabe perfectamente que gracias al barón de Secondat la forma mas eficaz, o menos dañina, si lo prefieren, es dividir el poder en tres brazos –ejecutivo, legislativo y judicial– para avanzar y controlarse al mismo tiempo. Costó Dios y ayuda imponerla, y aún no está establecida en todas partes. En España incluso es el tema del día. Luego hablaremos de ello.

Retomando el hilo del papel del PSOE en la Transicion, tampoco puede decirse que brillase en la jornada del 23-F. El único que se enfrentó a Tejero en el Congreso de los Diputados fue Adolfo Suárez. Las ironías de la historia quisieron que tuviera que retirarse poco después, dejando paso a los socialistas, aunque tampoco puede decirse que su gestión fuese excepcional: ETA comenzó a asesinar a cuantos consideraba fascistas, y los escándalos económicos se resumían en «ahora nos toca a nosotros»: Filesa, el Boletín Oficial del Estado, Roldán, el gobernador del Banco de España, para desembocar en la mayor estafa de la democracia, los ERE, que consistió en usar los fondos europeos para los parados andaluces. En drogas y puticlubes.

¿Era eso modernizar España? No. Era acabar con los «cien años de honradez» del PSOE, que tuvo que ceder el poder a un PP que tampoco debió de hacerlo tan bien cuando tuvo que cederlo a un zapaterismo mucho más interesado en acabar con la Transición que en el bienestar de los españoles, porque estableció lazos estrechos con los secesionistas y la extrema izquierda, al tiempo que dejaba vacías las arcas estatales, nada de extraño con una vicepresidenta que decía que «el dinero del Estado no es de nadie». Lo que volvió a llevar al Partido Popular al poder y acentuó la división entre los españoles. Un campo fértil para los osados, los oportunistas, los que buscan su propio provecho antes que el de la nación.

El principal de ellos, Pedro Sánchez, ocupa hoy el poder pese a haber sido depuesto por su propio partido, y practica un zapaterismo acentuado sin el menor rebozo. No sólo incluye a la extrema izquierda en su Gobierno, pese a haber dicho poco antes que esa situación le quitaría el sueño, sino que negocia con los secesionistas las ya importantes subvenciones que reciben y la rebaja de preceptos constitucionales, sobre los que no tiene jurisdicción. Al plantearse la reforma del delito de sedición, el PP se ha plantado, diciendo que por ahí no pasa, ya que animaría a quienes dieron un golpe de Estado, incluido un referéndum anticonstitucional, a repetirlo, como además tienen la chulería de anunciar.

La algarabía armada ha sido monumental, acusando el Gobierno de Pedro Sánchez al PP de ceder al chantaje de la extrema derecha, cuando ellos vienen cediendo no sólo al de la extrema izquierda, sino también, lo que es más grave, al de los separatistas. Se acusa también a Alberto Núñez Feijóo de 'temblarle las piernas', cuando a Pedro Sánchez parece temblarle el cerebro.

Un ejemplo de la esquizofrénica realidad española que estamos viviendo nos lo dan las polémicas que se suceden en la radio, la televisión, el Congreso y el Senado, donde llega a decirse que el delito de sedición no está incluido en ninguno de los códigos penales de «las naciones de nuestro entorno», cuando el Código Penal alemán incluye el 'Hochverrat', la alta traición, castigada con una pena de entre once años de prisión y cadena perpetua. Y es que todo Estado tiene no ya el derecho, sino el deber de defenderse para garantizar la libertad de sus habitantes y la integridad de su territorio. Incluidos los ataques de sus propios habitantes. Aunque ya dijo Bismark que a España no han conseguido destruirla los españoles. Pero tantas veces va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Y si seguimos jugando a la ruleta rusa, nos pegaremos un tiro, no en el pie, sino en la sien.

José María Carrascal

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *