Monumentos

Por Jon Juaristi (ABC, 27/03/05):

Un noticiario de la televisión autonómica vasca (ETB) recordaba, hace unos días, que todavía quedan muchos monumentos franquistas por demoler, y ponía tres ejemplos: la basílica del Valle de los Caídos, el arco triunfal de la Moncloa y «el Sagrado Corazón de San Sebastián» (sic). Los donostiarras andan todavía preguntándose si el presentador se refería al templo o a la estatua que corona el monte Urgull, extremo este que convendría aclarar antes del 17 de abril, no sea que salga lehendakari Patxi López y en la euforia nocturna alguien cometa un desaguisado irreparable. Cuando en el 36, en plena guerra civil, las izquierdas, con el pretexto de privar de apoyos visuales a la artillería rebelde, propusieron derribar el monumento al Sagrado Corazón en Bilbao, el ministro de Obras Públicas y Fortificaciones del Gobierno vasco advirtió a los socialistas y comunistas del gabinete Aguirre que, de persistir en semejante empeño, iba a haber entre ellos más que palabras. Ante tal resolución, los autores de la propuesta se apresuraron a retirarla.

Lo curioso es que el mencionado ministro, el arquitecto Tomás Bilbao (que figuraría después en el gobierno de Negrín como ministro sin cartera y moriría exilado en Méjico), no pertenecía al PNV, sino a un pequeño partido aconfesional, Acción Nacionalista Vasca, al que Aguirre y los suyos reprochaban pretender «una Euskadi sin altares». Como arquitecto, fue un vanguardista imaginativo; como fortificador, un desastre: el rimbombante Cinturón de Hierro que estableció en torno a Bilbao (y con cuyos planos se pasó al enemigo el ingeniero Antonio Goicoechea, inventor del Talgo) no aguantó los primeros embates de los sublevados. Pero Tomás Bilbao, republicano y agnóstico, distaba mucho de ser un comecuras y supo intuir el significado anticatólico de una iniciativa presentada con aderezos pragmáticos. Si la Bilbao en guerra se libró de la persecución religiosa generalizada en el territorio bajo el descontrol republicano y si hasta el corresponsal de Pravda y agente estaliniano Koltsov se escandalizó, durante su breve visita a la ciudad, al ver cómo los sacerdotes paseaban por sus calles con sotana, teja y manteo, ello no se debió sólo a la firmeza de los dirigentes del PNV, sino a la sensatez cívica de algún político alejado de la Iglesia pero también del sectarismo de las izquierdas.

La venenosa sugerencia del busto parlante de ETB contrasta con el inveterado respeto de los nacionalistas vascos (excluyendo a ETA y a sus socios) por los símbolos cristianos. Quizá ni el PNV ni EA sean ya partidos confesionales (aunque, según su denominación eusquérica, el primero de ellos sigue definiéndose como el partido de «Dios y la Ley Vieja). El anticlericalismo rabioso, con todo, no parece contarse todavía entre sus principales características. Es cierto que el contacto prolongado con Madrazo puede causar estragos en la más piadosa congregación mariana, pero cabe suponer que, si incluso entre los socialistas vascos han surgido algunos núcleos de resistencia a la erradicación social del catolicismo alentada desde su partido, mayor oposición encontraría en sus propias filas una campaña similar auspiciada por estos insólitos abertzales que tanto aman a Carrillo.

Por tanto, resulta difícil reprimir el estupor ante la invitación desde ETB a cargarse nada menos que el Sagrado Corazón. Al parecer, hay quien alega que el monumento de Urgull lo inauguró el obispo de la diócesis en presencia de Franco (de lo que, desde luego, el Sagrado Corazón no tuvo la culpa). Si tal circunstancia, no por engorrosa poco explicable -téngase en cuenta que Franco veraneaba en San Sebastián y además era católico practicante- fuera razón suficiente para tirar la estatua, ¿qué impediría hacer lo mismo mañana y por idéntico motivo, valga el ejemplo, con la catedral de Vitoria? Los nacionalistas, en fin, deberían buscar, en la televisión que administran, un término medio entre la beatificación del clero adicto a la causa y las bravuconadas anticatólicas, o sea, entre don Carlos y el petróleo, que diría el canónigo Manterola. En concreto, su director de informativos no habría durado un telediario más con mi buen tío abuelo Tomás Bilbao.

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