¿MOOCmanía?

I

MOOC se ha convertido en la palabra de moda en el ámbito de la educación superior en el último año. Pero ¿qué es un MOOC? Y, sobre todo, ¿qué justifica que corran ríos de tinta que debatan si se trata o no de una revolución en el mundo educativo?

MOOC es un acrónimo cuyas siglas en inglés significan “curso masivo abierto en línea”. Masivo porque no pone límites al número de participantes. Abierto al carecer de restricciones en cuanto a quién puede seguirlo, al utilizar recursos que no son propietarios y están puestos a disposición de la comunidad, sin tener que pagar ninguna tasa de autoría por utilizarlos; y porque es gratuito. En línea porque se lleva a cabo en la Red, en un entorno virtual, accesible desde cualquier lugar, en cualquier momento.

Características todas ellas positivas, a las cuales se añaden algunos atributos que las hacen más atractivas: la filosofía abierta y la ausencia de restricciones pueden ayudar a democratizar el acceso a determinado conocimiento y hacerlo llegar a rincones donde la educación es un bien escaso.

Considerando estos aspectos, cabe sin embargo abordar algunas cuestiones y destacar algunas dudas y preguntas que esta iniciativa genera. El aspecto más positivo es que ha puesto la educación en línea en el escaparate mediático. Sí, porque aunque parezca que los MOOCs son una invención reciente, la educación en línea lleva muchos años funcionando. Hay centenares de miles de estudiantes que siguen cursos en línea desde hace tiempo, tanto en España como fuera.

Cursos y programas completos, de calidad, acreditados y reconocidos oficialmente, que no tienen nada que envidiar a ningún programa presencial ni mixto, y que están respondiendo a las necesidades de la sociedad y del mercado de trabajo. Tal como indica un reciente estudio del Babson College, los cursos en línea han aumentado entre un 12% y un 20% en los últimos siete años. Esto quiere decir que la enseñanza en línea no ha empezado ahora.

¿A qué viene entonces esta irrupción vestida de novedad? Aunque la primera aparición de un MOOC data del 2008 y se sitúa en Canadá, lo cierto es que su actual notoriedad se debe al impulso dado en los Estados Unidos, de la mano de universidades reconocidas y de empresas tecnológicas que han hecho bandera del fenómeno.

Entretanto, instituciones españolas están dispuestas a seguir la estela marcada desde los Estados Unidos, de una forma que, en principio, puede parecer poco reflexiva. Algunos dicen que responde a su voluntad de expansión, de internacionalización, de captar nuevos mercados… Que ofrecer un MOOC puede considerase una muestra, un ejemplo de lo que la universidad ofrecerá al estudiante que decida matricularse en la misma. Con la salvedad de que entonces no será gratis. Pero, ¿compraríamos un coche estéticamente llamativo que solo nos han permitido conducir hacia adelante porque el de muestra no lleva incorporado volante ni marcha atrás?

Los MOOCs solo son una opción más de la educación en línea. Nadie puede afirmar que sea la mejor. Parten de una base muy elemental: dar acceso a contenidos, sugerir actividades y permitir la interacción entre participantes -que no está garantizada-, asumiendo a menudo un paradigma muy tradicional.

Por otro lado, la masificación nunca ha sido una característica de la formación de éxito. Es muy difícil poder atender bien miles de estudiantes a la vez. Hasta ahora, sólo ha sido noticia cuántos estudiantes empiezan, pero no cuántos terminan. El porcentaje de abandono es muy elevado: alrededor del 95%.

Cabe analizar más profundamente la dimensión comercial, económica y de estrategia institucional que puede haber detrás de este fenómeno, además de la propiamente vinculada a la calidad del aprendizaje. Lo haremos próximamente. Probablemente hay futuro para los MOOCs, pero quizás en una forma distinta de la que tienen ahora.

II

La estrategia institucional que está moviendo a las universidades a abrazar el fenómeno MOOC es, cuanto menos, diversa. Por un lado, hay quienes lo ven como una gran oportunidad para que la universidad se exponga al exterior, mostrando sus cursos abiertos. Se supone que esto convencerá y captará nuevos estudiantes que la conocían poco o nada. Otros lo consideran como algo que les puede permitir la expansión y la internacionalización de su actividad y, por añadidura, la apertura a nuevos mercados. Existen, además, aquellos que consideran que reducirán los costes de la enseñanza superior: menos edificios, menos profesores, menos servicios… El denominador común es que, mayoritariamente, ven los MOOCs como una oportunidad económica.

Existe la creencia de que la educación en línea no tiene coste. Sin embargo, esto no es así. La educación en línea debe sostener los costes vinculados a su exigencia de calidad como son la elaboración de los recursos de aprendizaje, el acompañamiento y guía de un profesor especialista, el proceso de evaluación continua, y la infraestructura tecnológica que sostiene y permite que el sistema se mantenga en funcionamiento permanentemente, de manera transparente para los usuarios, por citar algunos.

Coste de la matrículas en las Universidades Públicas
Coste de la matrículas en las Universidades Públicas

Entonces, ¿no puede ser gratuita? Sí, puede serlo, igual que puede serlo la educación superior presencial tradicional: si alguien, distinto del estudiante, asume todos esos costes. Para ello, hay tres opciones: que lo hagan los Gobiernos y las Administraciones educativas, los cuales repercutirán esos costes en la fiscalidad de sus ciudadanos, como ocurre, por ejemplo, en determinados países escandinavos; que lo hagan consorcios empresariales, buscando recuperar esa inversión en forma de beneficios a medio o largo plazo, como hacen empresas como Coursera o Udacity; o que lo hagan iniciativas de carácter filantrópico, a fondo perdido, y con las limitaciones obvias del capital de que dispongan. En cualquier caso, los costes se compensan o la iniciativa deja de ser sostenible.

Los MOOCs se están promoviendo como cursos gratuitos, pero alguien va a tener que financiar su elaboración, su actualización y el aseguramiento de su calidad. Eso puede hacerse de diversas maneras, pero está por ver el resultado en cuanto a su sostenibilidad. De momento, está en cuestión incluso esa gratuidad: la San Jose State University de California, hace pocas semanas que ha lanzado tres MOOCs a un precio de 150 dólares cada uno. Como se ve, la evolución de este fenómeno aún puede depararnos numerosas sorpresas.

Las actuales iniciativas ensayan distintos modelos de negocio. La mayoría de ellas se han impulsado con capital riesgo de distintos inversores o de fundaciones sin ánimo de lucro. Algunas de ellas esperan recuperar la inversión a partir de los contratos que han firmado con las universidades que las apoyan, y que en algunos casos incluyen derechos por la licencia de los cursos, o acuerdos vinculados al pago de tasas por la certificación de los mismos. Hay quienes están planteándose generar servicios académicos complementarios pero segregados para que los estudiantes que lo requieran paguen por ellos.

Otras ya empiezan a manifestar que lo harán a través de la venta de currículos de los estudiantes o dando acceso a su base de datos a potenciales empleadores. También se empieza a sugerir que otra fuente de ingresos puede ser la venta de los datos de los participantes a otras empresas para finalidades comerciales. El elemento común es intentar que el motor de los ingresos se desplace de los estudiantes, como era hasta ahora, hacia otros agentes. Lo que está claro es que alguien tiene que pagar el coste real de estas propuestas y generar beneficio a sus inversores.

La universidades tienen que tener más clara cuál es la estrategia institucional que los MOOCs van a ayudar a desarrollar y qué modelo de sostenibilidad van a adoptar para que este fenómeno no sea flor de un día.

III

Hace unos días tuve conocimiento, a través de un amigo que dirige una empresa de servicios, que una persona había mandado un currículum donde relacionaba hasta 16 MOOCs que supuestamente había seguido. Se trataba de una lista de títulos, con expresión de la institución que los había ofrecido. Nada más. No constaba ninguna evidencia de lo que había aprendido, ni siquiera de lo que había hecho en dichos cursos. Mi amigo me decía que si hubiera listado 16 libros, dispondría de la misma información sobre su nivel de competencia en aquellos temas.

En estos momentos existen dos grandes tipos de MOOCs. Los cMOOCs y los xMOOCs. Los primeros siguen los principios del conectivismo, impulsado por Siemens, que considera que el aprendizaje se genera en red, a partir del contacto y de las relaciones que establecemos como nodos de esa red. Arguye que el conocimiento creado en grupo es mayor y más poderoso que el que se crea individualmente. Los cMOOCs ponen recursos al alcance de los que quieran compartirlos y sugieren generar interacciones con iguales para ampliar su conocimiento.

Los xMOOCs tienen una estructura mucho más simple. Su enfoque es transmisivo: un conjunto de recursos, habitualmente audiovisuales, en muchos casos grabaciones de lecciones en clase, puestos a disposición de quien quiera utilizarlos, y actividades de autoaprendizaje para llegar al final del curso. La retroalimentación está automatizada, y su evaluación se lleva a cabo mediante tests objetivos automáticos.

Por tanto, cuando hablamos de MOOCs ya no estamos hablando de una idea única. Ninguno de estos modelos ha desarrollado aún mecanismos suficientemente eficientes para conocer cuál es el aprendizaje que sus participantes han alcanzado al final del proceso. Suponiendo que sean de ese 10% de los que llegan al final.

En este sentido, hay quien mantiene que muchos “solo quieren aprender”, y que cuando ya saben lo que quieren, abandonan. Es posible. Entonces puede que debamos hablar más de divulgación que de formación. O quizás los MOOCs se adecuan mejor a determinados perfiles de estudiantes, autodidactas, que prefieren y son capaces de alcanzar sus objetivos formativos sin ninguna ayuda específica. Siempre han existido, pero representan solo un 10%-15% de la población mundial. y, sin embargo, emergen muchas opiniones favorables a este fenómeno. Lo que significa que parecen cubrir alguna necesidad.

Entonces, si queremos que sea útil para la mayoría de las personas, más allá de este 15%, ¿cómo debe ser un buen MOOC para que sea eficaz? Y eficaz significa hacer que realmente se produzca aquel aprendizaje que debe darse. Alguien tan poco dudoso de ser reacio al cambio y a la innovación disruptiva como Clayton Christensen ha manifestado que crear oportunidades de aprendizaje es algo muy distinto a facilitar lecciones de profesores grabadas en video.

Un MOOC eficaz debería hacer más patente el acompañamiento docente y el apoyo al proceso de aprendizaje del estudiante, con un diseño adecuado para su finalidad, y que asegure la interacción entre iguales; con un sistema de evaluación que garantice la adquisición de competencias y no sólo de conocimientos; con un número de participantes que permita la adecuada atención a todos ellos; y un sistema de garantía de la calidad que no se limite a saber de qué institución proviene. ¿Por qué las universidades que los ofrecen no los reconocen?

Acabamos de saber que en Estados Unidos, un senador ha presentado una propuesta para que las universidades estén obligadas a reconocer créditos de los MOOCs cursados. Se ha puesto de manifiesto la existencia de grupos de presión empresariales con intereses detrás de este fenómeno.

Bienvenidos sean los MOOCs y bienvenidos sean todos los análisis serenos y reflexivos que se hagan a su alrededor. Así es como el conocimiento avanza. Pero que no sean una distracción del verdadero cambio que las universidades necesitan.

Albert Sangrà es director del eLearn Center de la Universitat Oberta de Catalunya

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