Morir de rodillas

«Your are not here to verify,
Instruct yourself, or inform curiosity
Or carry report. You are here to kneel
Where prayer has been valid.»
T. S. Eliot. Four quartets

Hay gente que quiere ver arder el mundo, pero la mayoría sólo aspira a sentirse bien haciendo el mal. Se pasa la vida buscando buenas excusas y, cuando las encuentra, es capaz de robar, matar, quemar ciudades y civilizaciones... y de hacerlo feliz y orgullosa, sin dudas ni remordimientos, porque, como dicen los niños, «empezaron ellos». Lo hemos visto estos días, lo habíamos visto mil veces y lo veremos mil más.

Cuando los más altos ideales se mezclan con las más bajas pasiones, lo normal sería usar la razón de la fuerza con los nihilistas y la fuerza de la razón con los justicieros. Pero lo normal es cada vez más raro y lo habitual viene siendo callar y esperar a que amaine la tormenta. Nos avergüenza defendernos porque desconfiamos de nuestra razón. Porque sabemos, con Benjamin, que todo documento de civilización es un documento de barbarie pero, sobre todo, porque olvidamos que no todo documento de barbarie es un documento de civilización. Que la barbarie es la norma y la civilización (la ley y el orden y un par o tres de cosas más) es la excepción. Que lo normal es la esclavitud y lo raro es que Occidente la aboliese. Por eso añadía Benjamin que hay que leer la historia a contrapelo, que es cuando rasca.

Sólo a contrapelo se entiende que somos unos privilegiados. Y la responsabilidad que implica y el deber de gratitud que conlleva el darse cuenta de los muchos sacrificios que han sido necesarios incluso para el más pequeño de cada uno de nuestros derechos, libertades, lujos y comodidades. La enorme deuda que contraemos con sólo nacer en esta parte del mundo y en este momento de la historia; esto es lo que hace el pasado insoportable hasta el punto de emprenderla con las estatuas. El pasado duele porque obliga.

Sólo mirando la historia a contrapelo podemos entender que, si esto vale para nosotros, ciudadanos blancos y acomodados del siglo XXI, hijos y nietos de dos guerras mundiales, una guerra civil, dictadura, hambre, exilio y etcétera, ¿por qué no iba a valer igualmente para los nietos de la esclavitud? Sólo así se entiende hasta qué punto es delirante el discurso de esa activista que decía tener derecho a quemar el país entero porque sus abuelos lo construyeron gratis. Este discurso, a medio camino entre el maltratador y el niño pijo es, además, un overstatment: no hay nada gratis y a sus abuelos les costó sangre sudor y lágrimas construir lo que ahora queman tan contentos y en su nombre. Confundir aquí valor y precio para reducir a cenizas el trabajo y el sacrificio de tantos hombres es una pijada criminal que a nadie ofende más que a esos esclavos. Porque por sus obras los reconocemos.

Todo lo que hay que ver está en ese vídeo en el que un hombre negro le pide a una joven y deportista rubia por favor, pero cámara en mano, que se arrodille y muestre el debido respeto a la masa enfurecida que grita black live matters. Ella lo hace sin problemas. Y hay que imaginar a esa mujer feliz. Sólo así podremos entender que esa cámara y esa solicitud le están negando la posibilidad de mostrar el mismo respeto que le exigen. Hasta hace un par o tres de semanas, ese arrodillarse era un gesto contestatario, de rebeldía. Ya no. Ahora forma parte de un ritual seudorreligioso pensado para exhibir sumisión y arrepentimiento. Ya no puede ser señal de respeto ni aunque se pretenda, porque el respeto sólo es cuando es libre y aquí amenaza el negro, la historia y el mundo entero que vigila. Es la misma imagen que desde el porno más bajo hasta la más alta literatura (como en la Desgracia del Nobel Coetzee) nos muestra una civilización abrumada por la culpa, convencida de merecer ser castigada y que se somete deseosa y voluntariamente a la tiranía de la penitencia.

Lo que vemos estos días es, como decía @clorgu, un juicio estalinista: la sentencia está dictada y falta la confesión. Y siendo estalinista, ni es juicio ni lo puede ser. Donde se juzga la historia, la clase o la raza, en realidad no se juzga a nadie. Quién sea o qué haya hecho esa mujer es irrelevante. Es blanca y lo que le toca es humillarse y aceptar su suerte. Al aceptar la sentencia, lo que le toca en suerte es el premio de la inocencia; de no ser juzgada, de no tener que hacerse digna de sus privilegios y de no tener que luchar para preservarlos y extenderlos. En el fondo sabe, como sabía Arendt, que «cuando todos son culpables, nadie lo es; que las confesiones de culpa colectiva son la mejor salvaguarda posible contra los culpables y la auténtica magnitud del crimen la mejor excusa para no hacer nada».

Es lo que Oscar Wilde llamó «la voluptuosidad del autorreproche; cuando nos culpamos sentimos que nadie más tiene derecho a hacerlo. Es la confesión, no el sacerdote, lo que nos da la absolución». No queremos el juicio porque nos obligaría a asumir la responsabilidad sobre el pasado pero, sobre todo, sobre el futuro. Y eso vale también para quienes insisten estos días en que no hay que juzgar el pasado a la luz del presente, delegando en el futuro el juicio de su presente. ¿No es también este relativismo histórico un tipo de relativismo cultural? ¿Cuándo estuvo bien la esclavitud? ¿Cuándo fue el canibalismo una simple moda gastronómica? ¿Acaso nosotros somos racistas por lo de Minneapolis y los chinos muy ordenados por lo de meter uigures en campos de reeducación? Claro que se puede juzgar el pasado a la luz del presente. Y Oriente a la luz de Occidente. Mejor sería juzgar el presente desde el pasado, o juzgarlo todo sub specie aeternitatis. Lo único que no se puede es juzgar con este maniqueísmo tan infantil que divide la historia y la realidad entre nosotros y los malos y que no soporta ni siquiera entrever la complejidad de los asuntos humanos.

Porque de aquí salen barbaridades como las que defendía otra activista BLM diciendo que los negros son inocentes porque toda la violencia la han aprendido de los blancos. Y es mucho peor que falso; es profundamente injusto y terriblemente racista, porque asume que lo normal en el negro es lo peor en el blanco. Que lo normal en el negro es que, cuando se enfada, queme casas y robe cosas y mate a quien se le ponga por delante. Con amigos como estos, quién necesita enemigos de bronce.

Ferran Caballero es profesor de Filosofía, articulista y autor de Maquiavelo para el siglo XXI (Editorial Ariel).

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