Móstoles (1808-2019)

«Los franceses han tomado la defensa sobre este pueblo español; procedamos, pues, a tomar las activas providencias para escarmentar tanta perfidia pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles son» (Móstoles, 2 de mayo de 1808). Ni yo soy el alcalde de Móstoles ni Pedro Sánchez es Murat, aunque cada día me recuerda más a Fernando VII por su innegable capacidad de decir un día una cosa y otro día, la contraria. Con esta hipérbole no pretendo provocar un levantamiento popular, ni siquiera romper puentes con el Gobierno. Lo que quiero es provocar un movimiento ciudadano para evitar que Sánchez dinamite los principios en que se fundamenta la Constitución –la unidad de España y el Estado de las autonomías– y culmine un cambio de régimen en toda regla. Pero vayamos por partes.

El término de nación es pura pólvora y por eso los constituyentes llegamos a una fórmula muy equilibrada: solo hay una nación –la española–, pero se admite que las comunidades con «una realidad cultural, histórica, lingüística, sociológica y hasta religiosa propia» se autocalifiquen como nacionalidades (STC de 31/2010). El equilibrio se rompió cuando Maragall decidió incluir el término nación en el preámbulo del Estatut, desbordando por la izquierda a los separatistas. Ahora los socialistas han vuelto a la carga. ¿Por qué quieren sustituir el término nacionalidad por el de nación? Sánchez e Iglesias creen que el reconocimiento de Cataluña como nación facilitará su encaje España. No lo creo: los separatistas lo que quieren es desencajarse de España y aprovecharán esta nueva cesión para ir avanzando a la independencia: «Hoy paciencia, mañana independencia».

Móstoles (1808-2019)Como a Sánchez no le basta para lograr sus propósitos hacer de España una nación de naciones, quiere, además, convertir el Estado autonómico en un Estado federal. Lo malo es que cada uno interpreta federal como más le conviene. Bernaldo de Quirós, un liberal convencido, apuesta por un federalismo competitivo a la americana o a la alemana (El Español, 14 de octubre de 2018). Añado, siempre y cuando no se interprete en este nuevo Estado federal que cada una de las partes puede romper cuando le parezca, y eso es precisamente lo que quieren los podemitas cuando asumen en su programa el derecho de las naciones a la autodeterminación que anticipó Lenin en 1917. Lo que no nos cuentan es que Lenin tragó con las secesiones cuando sintió la necesidad de atraer a su causa los pueblos del imperio. En cuanto se sintió seguro, les mandó al Ejército Rojo a meterlas en cintura. Los separatistas, por su parte, solo coinciden el federalismo como una estación intermedia hacia la independencia; Puigdemont al contado y Junqueras a plazos.

¿Por qué Sánchez se empeña en cambiar términos –nación, autonomía– que han sido pacíficamente aceptados hasta ahora por otros –nación de naciones, Estado federal– que levantan ampollas en buena parte de la sociedad española? La respuesta es sencilla: para mantenerse en el poder, exactamente lo mismo que hicieron los bolcheviques en la Rusia zarista. Ni Sánchez es Lenin ni los socialistas aspiran a hacer del PSOE un partido único como el PCUS. Lo que sí quieren es que el PSOE sea el único partido nacional presente en las nacionalidades históricas y, por tanto, el único capaz de vertebrar España, aunque su presencia allí sea muy menor. Sánchez en Madrid, ERC en Barcelona, el PNV en Vitoria y, si pueden, el BNG en Santiago. El PP y Cs desparecidos en combate y el PSC, el PSE y el PSG dispuestos a ser muletas de los nacionalistas varios.

El travestismo de Sánchez ha despertado una enorme indignación en muchos españoles que han corrido a alistarse en las filas de los partidos en los que priman las emociones sobre los razonamientos y que no están dispuestos a conceder ningún cuartel al nuevo Gobierno. Muchos de los constituyentes creemos que la polarización de la vida política es lo que más le conviene a Sánchez para mantener unida una coalición tan heterogénea como la que le ha llevado al poder. ¿Recuerdan aquello de Zapatero de «nos conviene que haya tensión»? (marzo de 2008). Pues ahora, más de lo mismo: a agitar el miedo a una derecha calificada de fascistoide para seguir en Moncloa. Y recuerdo a Casado y Arrimadas que siempre que los extremismos crecen el arroyuelo liberal se agosta. Con mucha gracia lo anticipó Pérez Galdós: «Vencían los apostólicos... pues ¡muerte a los negros! .. Iban bien los absolutistas...pues ¡duro en los negros! Que las cosas iban mal en el campo...pues ¡a ellos, que tienen la culpa de todo!». (Los apostólicos, 1879). Aclaro que los negros eran los liberales. Y si la pelea ya no ha sido entre apostólicos y absolutistas, sino entre moderados y progresistas o entre rojos y azules, la suerte de los liberales ha sido aún más negra.

Y voy terminando. Sánchez está a punto de cometer un error de libro, un error que nos costó muy caro en otros tiempos. Lo advirtió Ortega en septiembre de 1931, a los cinco meses escasos de proclamada la República: «El tiempo presente tolera el programa más avanzado...lo que España no tolera es el radicalismo –es decir el modo tajante de imponer un programa– ... En un Estado sólidamente constituido pueden comportarse los grupos con ciertas dosis de espíritu propagandista...pero en una hora constituyente eso sería mortal.... La falsa victoria que hoy, por un azar parlamentario pudieran conseguir, caería sobre su propia cabeza. La historia no se deja sorprender, a veces lo finge, pero es para tragarse absolutamente a los estupradores». (Un aldabonazo, septiembre de 1931). Los socialistas que han leído a Ortega recuerdan muy bien que cuando Largo Caballero metió comunistas en el Gobierno, cavó su tumba. Lo mismo le pasó a Negrín. Por eso, temen que los contorsionismos de Sánchez acaben con un partido que fue capital en la Transición española que los confederados se quieren ahora cargar

¿Y qué hacer ahora? Pues, como pedía el alcalde de Móstoles, levantar un movimiento ciudadano para parar a «unos pérfidos que so color de amistad y alianza nos quieren imponer un pesado yugo». Los partidos constitucionalistas deben dejarse de gaitas y reagruparse en un solo partido firmemente comprometido con una idea ilusionante e inclusiva de España, con la defensa de los derechos y las libertades, con la separación de poderes, con el multilateralismo y con una concepción federal e integrada de Europa. Pero esto no basta porque hay muchos españoles que no están dispuestos a afiliarse a un partido político; hay que abrir un cauce para que puedan hacer oír su voz. Y para el que crea que gritar no sirve para nada apelaré una vez más a Unamuno: «Sigue a la estrella y enfrenta el entuerto que se te ponga delante. Procura vivir en continuo vértigo pasional, dominado por una pasión cualquiera». Corrijo a Unamuno: no se trata de una pasión cualquiera. Se trata de una pasión por España. Sal y dilo alto claro. «Todos los demás solitarios irán a tu lado, aunque no los veas. Cada cual creerá ir solo, pero formaréis un batallón sagrado». (El sepulcro de Don Quijote, 1905).

José Manuel García-Margallo, ex ministro de Asuntos Exteriores, es eurodiputado del PP.

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