Motivos por los que la mayoría no irá a votar el próximo 25-M

Dentro de 15 días Europa vota a su Parlamento. La expectación es perfectamente descriptible: según el CIS, sólo el 17% de los españoles sabe con exactitud el día de la cita. Pero, seguramente, el 99,9% sí que sabe que el día 24 de mayo el Real Madrid y el Atlético de Madrid se juegan la Champions en Lisboa.

La comparación puede parecer demagógica, pero en ella se visualiza una realidad: la mayoría de los ciudadanos, aunque dice entender la importancia de los comicios, no piensa participar en ellos.

Motivos por los que la mayoría no irá a votar el próximo 25-MHace 27 años en España votó el 68,5%. Ahora las encuestas apuntan a una participación cercana al 40%. ¡Casi 30 puntos menos! ¿Por qué ese desapego de Europa?

En primer lugar, porque en aquellos años, recién estrenada nuestra adhesión, la idea de Europa representaba connotaciones positivas en todos los sentidos. No sólo implicaba pertenecer a un núcleo de países democráticos, sino también ¡ricos! España podía optar a fondos estructurales y de cohesión, necesarios para fomentar el crecimiento y acelerar la modernización del país.

España ha cambiado gracias a esas ayudas comunitarias que supusieron durante muchos años aportaciones cercanas a un punto del PIB.

España ya aporta más de lo que recibe y eso ya no gusta tanto. Ahora nos toca arrimar el hombro y hacer política de alto nivel, encontrar alianzas que contrarresten el sobrepeso de Alemania en las decisiones importantes, hilar fino, negociar, etc.

La UE ha sufrido el desgaste de todas las instituciones en los años duros de la crisis. Eso no es privativo de España. El crecimiento de los partidos nacionalistas, xenófobos y populistas en Reino Unido, Francia, Holanda, Hungría, Italia, Finlandia, etc., demuestra que, ante las dificultades, el discurso del egoísmo prende con facilidad en todo el continente.

Muchos de los partidos que se presentan a estas elecciones (de extrema izquierda y extrema derecha) y que esperan obtener buenos resultados son abiertamente antieuropeos.

En España, el programa de Izquierda Unida, por ejemplo, clama contra instituciones clave, como el Banco Central Europeo.

Europa y Merkel tienen la culpa de nuestros males. No hay nada más cómodo que buscar un enemigo exterior, un malo ajeno y lejano, al que responsabilizar directamente de nuestros errores.

Nos guste o no, la Europa de hoy es el resultado de procesos democráticos en los distintos países. Merkel es tan legítima representante de Alemania, como Rajoy de España, y Hollande de Francia.

A los que ven a Draghi como ese supertacañón que nos hace la vida imposible y, tijera en mano, sólo piensa en recortar derechos sociales, habría que recordarles lo que sucedió aquí hace dos años.

La mitad del sistema financiero español estaba quebrado. La prima de riesgo, es decir, los tipos de interés a los que España podía financiarse, se situaban por encima del 7%. No sólo estaba en riesgo la caída de cajas y, por contagio, de bancos; es decir, la posibilidad de que millones de ciudadanos se quedaran con sólo una parte de sus ahorros (como ocurrió en otros países), sino que el propio Reino de España estuvo a punto de no poder financiarse, lo que hubiera impedido mantener ni el más mínimo logro del Estado de Bienestar: pensiones, seguro de desempleo, sanidad y educación públicas, etc. no se hubieran podido sostener. Esa era la situación real.

Sin embargo, Europa actuó como una red de seguridad, el Banco Central (integrado en la maldecida Troika) concedió a España un crédito de hasta 100.000 millones de euros en condiciones muy ventajosas, con el que se pudo salvar al sistema financiero y se propició el saneamiento de la economía.

Hoy, todos lo reconocen, España ha abandonado la recesión, crecerá por encima del 1% este año y en torno al 2% en 2015.

¿Eso significa que todo se ha hecho bien? ¿Por qué, si esos son los hechos, la mayoría de los ciudadanos no se siente concernida por la votación del próximo día 25?

No. No todo se ha hecho bien. La política europea se ha convertido en el refugio de una aristocracia tecnocrática que cree estar por encima de los ciudadanos. El Banco Central Europeo, la Comisión, el Eurogrupo, etc. son vistos como instituciones opacas, cuyos representantes utilizan un lenguaje incomprensible para los no expertos.

Las políticas de ajuste (necesarias) se han hecho, en muchas ocasiones, sin medir las consecuencias sobre el empleo y el nivel de vida de la gente ¿Hubiera sido posible reconducir los desequilibrios de una forma menos dolorosa, en un plazo mayor, utilizando políticas monetarias un poco menos rígidas? Ese es un debate abierto que pone de manifiesto que Bruselas no es el Vaticano de la economía.

Esa falta de sensibilidad social ha dado armas a los partidos de extrema izquierda, que sólo ven soluciones en el gasto público sin límites.

Sí. Se han hecho mal muchas cosas. Por ejemplo, que los europarlamentarios desaparezcan de la vida pública una vez son elegidos.

La gente ve las listas europeas mayormente como un premio de consolación muy bien pagado, por cierto.

No sería mala idea que los europarlamentarios tuvieran que rendir cuentas periódicamente en comparecencias ante el Congreso de los Diputados. Que los ciudadanos supieran con exactitud a qué se han dedicado, si han justificado sus astronómicas retribuciones.

¿Cómo no sentir un cierto resquemor hacia las instituciones europeas ante la acritud vergonzosa de la vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI), Magdalena Álvarez? Imputada por la Audiencia de Sevilla en el caso de los ERE falsos, se aferra a su cargo como a un clavo ardiendo ¿Será para mantener sus 27.000 euros de salario mensual? Puede ser.

¿Cómo no dudar de la vocación movilizadora de los partidos cuando se comprueba su cicatería a la hora de organizar un debate cara a cara en TVE entre los principales candidatos de PP y PSOE?

Al final, una vez que se han pronunciado las frases de rigor sobre la importancia de Europa, los partidos sólo piensan en clave interna. Si el PP gana, sus líderes dirán que el electorado ha refrendado las políticas de Rajoy. Si pierde, argumentarán que no se pueden interpretar unas europeas como si fueran unas generales. Por su parte, el PSOE, si gana, lo interpretará como un triunfo de Rubalcaba. Si pierde, sus enemigos dirán que ha sido culpa suya y clamarán por las primarias.

En fin, que hay muchos motivos para que la mayoría no quiera ni saber cuando son las elecciones.

Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.

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