‘Motomami’: las contradicciones de Rosalía son las nuestras

La cantante española Rosalía presentó su tercer disco, 'Motomami', en TikTok. Este incluye canciones como 'Hentai', 'Saoko' y 'Chicken Teriyaki'. (Captura de pantalla del video 'Hentai')
La cantante española Rosalía presentó su tercer disco, 'Motomami', en TikTok. Este incluye canciones como 'Hentai', 'Saoko' y 'Chicken Teriyaki'. (Captura de pantalla del video 'Hentai')

“Chica, ¿qué dices?”, con esta pregunta empieza Motomami. “Saoko, papi, Saoko”, responde Rosalía. No es gratuito que el primer tema del nuevo disco incluya una alusión al Caballo de Troya: la artista catalana no solo se mete de nuevo en el vientre del mainstream con un disco conceptual, también reivindica el lugar de enunciación de su éxito previo El mal querer hasta sus últimas consecuencias. ¿Qué dice esa chica? Esa chica dice saoco, es decir, sabrosura y ritmo, pero en verdad dice saoko. Hermana así América Latina con Japón, al tiempo que se apropia de la palabra, la hace suya.

Rosalía ha presentado su nuevo proyecto la madrugada del 18 de marzo en España de un modo sin precedentes: con un concierto en directo por TikTok, que ha aunado estrellas invitadas más o menos evidentes (como Pharrell Williams) con otras del todo inesperadas (como el streamer Ibai Llanos). De esa forma ha vuelto a dejar claro que su poética es anfibia por naturaleza, clásica y viral: interviene al mismo tiempo tanto en la historia y la industria tradicionales de la música como en el nuevo ecosistema de las plataformas y las redes.

Es posible cambiar las reglas del juego. En todos los niveles, también en el político. “Hentai” es el clímax de ese empoderamiento, de esa osadía. Se trata de una canción porno que invierte el código de género del anime sexual: si durante décadas ha sometido a las mujeres a las fantasías masculinas, ahora es el turno del sujeto deseante femenino. “Estoy encuerá” y “enamorada de tu pistola”, afirma Rosalía, mientras metaforiza la felación y el semen. Al final suenan ráfagas de disparos y unos “so, so good” orgásmicos. Consciente de su atrevimiento y segura de su propuesta ideológica, Rosalía filtró un fragmento y armó la de dios en redes. Al escuchar la canción completa, habría que avergonzarnos de haber dudado de ella. Y los que recordamos el impacto que en 1984 provocó Like a Virgin, el segundo disco de Madonna.

Si El mal querer era un álbum narrativo, con una trama que podía leerse como una historia de amor tóxico y su superación —una versión muy libre de la novela medieval Flamenca—, Motomami es un disco con estructura de vuelta al mundo. Un viaje cosmopolita y autobiográfico, que a causa de la pandemia fue escrito y compuesto en la distancia. En “Genís”, la canción más emocional del álbum, dedicada a su sobrino, confiesa que se ha perdido dos años de su vida: “Me toca estar donde no quiero estar / esto no es el mal querer / es el mal desear”. Le sigue un audio en catalán de la abuela de la artista. El viaje atraviesa regiones difíciles, incluso turbias. Pero es de sentido único y lleva a otra vuelta al mundo, la de una producción internacional en que convergen el contenido y la forma. El flamenco español se fusiona con el jazz estadounidense; el drama mexicano es subrayado por los vientos de una orquesta; pero de pronto irrumpe musicalmente el festival carioca; o, con “Chicken Teriyaki” o “Bizcochito” lo hace el imaginario japonés.

Pero Motomami no es solamente una vuelta al mundo geográfica, es también un darle la vuelta al mundo propio. Las dimensiones de la identidad de Rosalía se vuelven territorios espaciales y temporales por explorar. La metamorfosis que articula el argumento del disco no es lineal, sino caótica y oscilante. El símbolo de la mariposa entra y sale como lo hacen los filtros de voz o los ecos o los coros de una misma voz multiplicada. Lo más antiguo y lo más reciente, el piano y las distorsiones de las apps, todo cabe en esa topografía múltiple. Las tesis y las antítesis se suceden en busca de su posible sintetizador. El espacio polifónico de un yo de yoes.

El contraste es la lógica que rige la ordenación de las canciones. “Candy” termina de un modo abrupto, interrumpido. “La fama”, una bachata dominicana cantada a dúo con el cantante canadiense The Weeknd, va seguida de una bulería casi clásica, con fondo de olés y palmas y percusión —una caja que por momentos se motoriza— en que brilla su voz tanto como sus versos disruptivos: “Soy igual de cantaora con un chándal de Versace que vestiíta de bailaora”.

La autoconciencia preside el conjunto. Rosalía no solo se ocupa de la práctica, también piensa en el acompañamiento teórico. Ya lo hizo, de un modo magistral, cuando comentó en su Instagram la arquitectura de El mal querer, en forma de respuesta a la brillante reseña del youtuber musical Jaime Altozano. Esta vez integra la lectura poética en el interior del propio disco. Así, “Motomami” tiene un eco metaliterario en “Motomami Alphabet”, un glosario en el que no extraña encontrar a la inteligencia artificial, los yenes y la yantas, el zapateao y la zorra. Solo falta la pe, de poema y de poeta.

El desmesurado éxito de Rosalía ha provocado una malinterpretación constante de su obra. El primer debate estéril fue el de su supuesta apropiación cultural del flamenco, como si el ADN del propio flamenco y de todas las demás manifestaciones artísticas no fuera un sinfín de mutaciones y de hibridaciones. Cuando lanzó el vídeo de “Saoko” se criticó su celebración de las motos y la contaminación y se habló incluso de ecoansiedad, cuando en verdad era un homenaje a la moto de su madre. Ahora “Hentai” se lee erróneamente como una canción machista. No solo es el precio de la fama, también es la demostración de que está tocando los núcleos nerviosos de nuestra época. Que su obra no solo nos interpela, también nos desafía, porque a través de sus contradicciones nos enfrentamos a las nuestras.

Jorge Carrión es escritor y crítico cultural.

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